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Da igual que la entrada de Cantabria en el nivel de riesgo 3 al dispararse todos lo indicadores anticipe de algún modo la noticia. Para un hostelero que lleva más de un año abriendo y cerrando constantemente, con los costes de miles de euros al ... mes que esto conlleva, llega un punto en que le resulta exasperante hablar de su propia situación. «Es desesperante. Se habla de nosotros, de la hostelería, como un genérico, pero somos personas. Hablamos de familias», expresa Ramón López, copropietario de los tres restaurantes que comparten el nombre de La Taberna del Herrero en Santander. Se acuerda del dinero que invirtió en la última apertura de interiores de la hostelería, hace un mes y siente que ese dinero vuelve a caer prácticamente en un saco roto. «Hemos tenido que invertir tres días de trabajo para poner a punto las tabernas. Todo costes. Ahora nos vuelven a cerrar. Este sector aporta muchísimo. Y ahora esto. Me siento un ciudadano de tercera división, maltratado. Como si fuera ganado», lamenta.
Ramón López- La Taberna del Herrero
Nacho del Corra- lRestaurante Daria
López encarna a todos los hosteleros que se han endeudado para levantar carpas, garantizar medidas, distancias y hasta asfaltados para no fiar toda su actividad al interior de sus negocios -en dos de sus locales ha rehabilitado hasta 350 metros y otros 200 para seguir trabajando-. Son miles y miles de euros. «Pedir muchos créditos al banco y esperar que funcione. Es una cuestión de fe. Es que es la cuarta vez que cerramos», se resigna antes de definir la situación como «límite» y el balance de la Semana Santa como «desastroso». Pero hay más. La situación ya no se reduce a hacer balance de este mes de puertas abiertas sino a las dudas de si, ante una situación sanitaria que no mejore en los próximos meses, «las condiciones meteorológicas no acompañen lo suficiente».
Dudas, nervios y mucha desconfianza. «Si ya era difícil sacar rentabilidad en un año normal, ahora resulta imposible. Ya venía gente de atrás desesperada», expresa, antes de lamentar la disminución de clientes que ha sufrido en consecuencia de la intermitencia de la actividad: «Yo me puedo considerar afortunado porque tengo un público fiel, pero la gente se acaba acostumbrando a verte cerrado. Se van».
Y no por hacer un balance algo más optimista de las últimas cinco semanas el golpe deja de ser menos demoledor. Al contrario. Nacho del Corral, propietario del restaurante Daria, en la calle Bonifaz de Santander, fiaba toda su actividad al interior de su restaurante. Ni posibilidad de terraza ni nada. «Volver a cerrar es un palo horrible. Y peor aún, no sabemos si va a ser para una semana o cuatro meses. Abrir supone un dinero. La gente no lo va a soportar. La situación económica es muy complicada. Pagando y pagando pero sin ingresar nada», lamenta, antes de asegurar que, aunque nunca tuvo dudas «de que había que abrir, hay momentos en los que dan ganas de rendirse».
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Al propietario de Daria, como a muchísimos hosteleros de Cantabria sin otro remedio, le tocará cerrar en cuanto la medida del gobierno autonómico se haga efectiva en el Boletín Oficial de Cantabria (BOC). Sobre este tipo de decisiones perdura el desapego de siempre, esa sensación de estar pagando los «platos rotos» constantemente desde que empezó la pandemia. Y entre tanto, mientras «el tiempo pasa muy lento y no paras de pensar», los dueños como Del Corral o López se ven obligados a tirar o regalar el género a sus empleados y asumir una situación que se ha convertido en «una completa sangría». Porque una cosa no ha cambiado nunca desde ese fatídico 14 de marzo de 2020: «Cada mes hay que afrontar el pago de alquileres, personal, suministros... ¿Ingresos? Todo costes».
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