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Roberto Flores tenía un apartamento en Mogro, pero vivía en Madrid. La vivienda se pasaba vacía buena parte del año, así que vio una oportunidad. Desde entonces, ha pasado por dos etapas: rentar una vivienda para darle salida cuando está vacía –la de Mogro– y, ... ante el buen resultado, invertir en otra con fines comerciales. Un apartamento en el centro de Santander, el 'Atiquín'. Lo compró en un edificio de principios del siglo XX, lo reformó y lo explota con fines turísticos. Los dos, con su licencia. «Tiene que estar todo regulado. Pedimos todo lo que solicita el decreto: el extintor, las hojas de reclamaciones...». Pagando sus «impuestos, con una asesoría que se encarga de declarar todo». Hasta pasando inspecciones de las plataformas como Booking. «Otra cosa es hacerlo con picaresca. Hay gente que cierra una habitación con sus cosas y alquila el resto de la casa. Sin regular». Flores es consciente de que este es el motivo por el que el sector hotelero está en contra. Recuerda que ahora «hay más plazas de viviendas que hoteleras» y entiende que «son un complemento» a la oferta vacacional.
El trámite de legalizar, eso sí, lleva un tiempo. En la de Mogro, la licencia tardó «casi un año». «En Santander tenemos todo presentado y con ello podemos ya operar», pero llevan esperando desde primavera. Cree, además, que la administración puede hacer más para evitar las viviendas ilegales. «Tan sencillo como bucear en los anuncios e ir comprobando (es obligatorio tener una placa en el portal)».
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Ana Isabel Cordobés
El trabajo va más allá de anunciarse y recibir la recompensa. «Se preparan 'amenities' (atenciones) personalizadas para cada pareja y dependiendo de la estancia les dejamos una botella de cava, trufas... Tenemos guías por si vienen un fin de semana, tres o cuatro días o por larga estancia». E intentan mover a sus huéspedes por la zona con recomendaciones para dinamizar el negocio local. «Hasta el café lo compramos en el Mercado de la Esperanza. Intentamos que todo sea kilómetro cero y lo más sostenible posible».
Se dirigen a un público concreto: parejas de 25 a 50 años de poder adquisitivo medio-alto (a pesar de que los apartamentos tienen capacidad para cuatro). Y notan, dice, que ha crecido muchísimo la demanda. Todo, con el permiso del resto de propietarios del edificio. «Dejamos claras las normas de convivencia para que no haya fiestas ni ruidos» y la propia comunidad se beneficia. En el de Santander será él quien haga mejoras en el portal. El movimiento que se genera en el barrio «es un revulsivo» para la zona.
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