Derecho a discrepar
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Debatir es una forma de resistencia, e incluso en el ámbito científicoLlevar la contraria es un vicio que últimamente está mal visto. Es como fumar, cada vez toleramos peor el humo. Me cuesta imaginar a alguien diciendo en una parada de autobús que le gusta el nuevo MetroTus sin poner en peligro la integridad de sus ... nervios al hacerlo. ¿Habrá usuarios a los que les guste? Por probabilidad alguno existirá, pero esa misma probabilidad hace que su silencio se mantenga a salvo del descontento general, que funciona como un marchamo de tambores.
Sonar todos igual a través de los medios de comunicación, las redes sociales, la misma calle, convierte la opinión pública en un monólogo poderoso capaz de privarnos del derecho a discrepar. Debatir es una forma de resistencia, e incluso en el ámbito científico, donde las verdades están supuestamente ligadas a la incontestable fe en los datos, no han perdido la sana costumbre de cuestionarse la realidad sin dejarse llevar por un discurso monolítico. La datación de las pinturas de La Pasiega, en Puente Viesgo, ha puesto en entredicho una verdad hasta ahora intocable como es que los únicos humanos capaces de pintar eran los Homo sapiens.
Al parecer, según la investigación publicada por la revista 'Science', los Neandertales también pudieron pintar, y esto ha provocado el enfrentamiento entre adalides de esta revolución prehistórica y los más prudentes, los que prefieren dudar y no asimilar como una victoria algo aparentemente probado. Entre todos se llevan la contraria, pero lo mejor es que, al hacerlo, nos enriquecen a los demás. ¿Por qué? Porque sólo al dudar surge el conocimiento, la posibilidad de que algo cambie, porque ha sido la curiosidad la que ha hecho evolucionar al ser humano, sea cual sea la fecha de su origen.
Últimamente es sencillo sentirse parte de una opinión y salir con los principios refrendados, como si la fuerza de la masa le hiciera a uno más consistentes sus principios, sin embargo, no puedo evitar recordar esos tiempos en los que llevar la contraria no era sinónimo de ofender, cuando opinar no caía en la peor de las censuras: la propia.
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