Dolor, miedo y milagro tras 20.000 kilos de escombro
Especial 90 aniversario de Valdecilla ·
Se cumplen veinte años del derrumbe de la fachada del edificio de Traumatología que partió el hospital en dos. Cuatro trabajadores murieron y otros muchos volvieron a nacer
Aquella mañana el maestro industrial Manuel Menezo había acudido al área quirúrgica porque le habían avisado de un problema eléctrico que había que reparar. Un piso más arriba, en la tercera planta, el celador Karim Khan Ali se encaminaba por el pasillo hacia un curso de Salud Laboral que impartía UGT –acudía un poco antes de la hora para echar una mano con los preparativos–. Anexo a los despachos sindicales se encontraba la Dirección médica y de enfermería, donde la secretaria Isabel Ortega gestionaba por teléfono la agenda de la directora médica y, justo al lado, la subdirectora, Julia Hazas, trabajaba frente al ordenador. Sin capacidad para reaccionar, los cuatro se vieron mortalmente sorprendidos por una avalancha de 20 toneladas de escombros. Eran las 9.25 horas de un lluvioso y gris 2 de noviembre de 1999 que acabó teñido de luto y dolor. La fachada noroeste del edificio de Traumatología de Valdecilla acababa de desplomarse como una guillotina sobre el edificio de enlace con la antigua Residencia General, atravesando desde la tercera planta hasta los semisótanos. En la caída se tragó las dependencias de la Dirección y sepultó el área de Hemodinámica, parte de los quirófanos y de las consultas de Radiología. Tras el brutal estruendo y el silencio sobrecogedor posterior, el caos y el miedo inundó el hospital. La gravedad de lo ocurrido y, sobre todo, la incertidumbre sobre la estabilidad del resto del edificio obligaron a evacuar de inmediato mientras se buscaba a los desaparecidos bajo la montaña de cascotes.
Veinte años después, aquel día permanece en la memoria de todos y cada uno de los que lo sufrieron de lleno. Raquel Menezo, hija del operario de mantenimiento fallecido, no puede evitar emocionarse al rememorar la catástrofe que «rompió cuatro familias. Para todas hubo un antes y un después. Una desgracia que nunca se supera». Casualmente, ella, que trabajaba como enfermera en el servicio de Nefrología, había cambiado el turno aquel día, «por eso no estaba allí por la mañana». Pero nada más escuchar la noticia en la radio, «mi madre me dijo: 'Baja, que papá no ha llamado'». Cerca de una hora estuvo buscándole por el hospital, hasta que el peor de los presagios se confirmó. «Con 26 años, yo me quise morir. Fue terrible. Él tenía 53 años y estaba en los momentos buenos de la vida, después de haber sacado adelante, junto a mi madre, a sus cuatro hijas, ilusionado, pensando en el futuro. Fíjate, había plantado en el pueblo quince árboles frutales, 'uno para cada nieto', como él calculaba». Sin poder aguantar las lágrimas, apunta que «acaba de nacer su décimo nieto y no pudo conocer a ninguno». Pero lo peor de todo, añade, «es que fue una muerte anunciada. Mi padre tenía una libreta en la que apuntaba las señales de la decadencia y el deterioro del edificio, y llevaba años diciendo 'cualquier día este hospital se cae'». Y vaya si llegó.
Cuando aquellos 250 metros cuadrados de fachada (correspondiente a ocho plantas) se vinieron abajo le sorprendieron en la zona cero. Su compañero de trabajo José Luis Torre se encontraba en el despacho con el jefe de mantenimiento: «Empezaron a llamar insistentemente. Al asomarme y ver lo ocurrido, mi miedo era que el resto de la fachada se descolgara también sobre los bomberos que estaban buscando entre los escombros».
Poco después supo que Menezo había fallecido aplastado. «Fueron momentos muy tristes, se muere un compañero y ni siquiera puedes estar con la familia porque tienes que dar servicio a un hospital que había que mover entero. De repente, la Residencia Cantabria, que estaba para desalojar, en desuso, se llenó hasta la bandera de los pacientes evacuados de Valdecilla, se ocuparon los pabellones y hubo traslados a Liencres». También se derivó a los hospitales privados.
Sin tiempo para el duelo
De aquella reorganización exprés, sin apenas tiempo para asimilar y buscar el consuelo por la pérdida de su secretaria y de su subdirectora, da cuenta Eloísa Canga, una de las supervivientes de la tragedia. Ella era entonces la directora médica, la primera mujer en acceder a ese cargo en la historia de Valdecilla. Pero aquel ilusionante reto profesional acabó convertido en la peor de sus pesadillas. Cuando sucedió el accidente tenía 39 años, «pero ese día me hice mayor», declara. «Vi la muerte de cerca, a sólo dos metros». Paradojas de la vida, fue la insistencia de Isabel porque atendiera una reunión aplazada «la que me salvó», instantes antes de fallecer ella. «Como el día 1 había sido fiesta, a primera hora habíamos estado charlando en la zona central de la Dirección, que es donde estaban las secretarias (los despachos se situaban alrededor). Cuando llegó el Dr. Mozota, entonces responsable de Medicina Preventiva, que es con quien me había concertado aquella cita, entramos a mi despacho y, de repente, oímos un estruendo terrible y se abrieron de golpe las ventanas. Fue como un terremoto, no sabíamos qué había pasado. Al abrir la puerta ya no había nada al otro lado, solo una nube de polvo blanco y un gran agujero del que salían gritos», rememora. Sin saber la suerte que habría corrido el resto de su equipo, abandonaron el edificio por una ventana que daba a la terraza situada encima de Urgencias, donde les recogieron los bomberos con una autoescala. «Al ver la fachada, sentí un miedo físico de pensar que aquello se podía seguir cayendo». Empezaron a sonar las sirenas de las ambulancias, policía, bomberos… «Yo no hacía más que preguntar por Julia, por Isabel y por Ramón Carreiro, entonces subdirector médico (el único de los tres que pudo ser rescatado con vida)», a quienes había dejado en aquella zona que había desaparecido de cuajo.
«Mi padre hacía años que avisaba de que 'cualquier día este hospital se cae', porque veía su deterioro», subraya Raquel Menezo
De las dependencias de la Dirección había salido también apenas unos minutos antes de la caída el cirujano cardiovascular José Manuel Revuelta: «Estoy vivo de milagro». A primera hora había acudido al despacho de Canga para intentar convencerle de contratar a uno de sus médicos residentes. «En el transcurso de la conversación, su secretaria me avisó de que ya me esperaban para operar, que ya estaba el paciente preparado. Aquella llamada me salvó la vida. Me marché, pero no había llegado aún al quirófano cuando sentí el estallido, fue tremendo. Primero pensé que había sido una botella de oxígeno. Volví para atrás y me encontré un boquete, fue impresionante, con gente que se quedó al borde del cráter», relata Revuelta. La misma imagen que descubrió ante sus ojos Luis García Castrillo, entonces responsable de Urgencias (en el antiguo hospital el servicio se ubicaba en la zona central de la cara norte), que se libró del hundimiento por «apenas diez metros» de distancia.
«Al principio no supimos dimensionar el problema. Pensé que había caído un rayo en la torre, pero después el ruido fue como si se acercara un tren. Le dije a mi secretaria: 'Ponte debajo de la mesa'. Cuando cesó el ruido intentamos salir del despacho y no había ni suelo ni techo. Solo había oscuridad y lluvia. Se oían gritos. Nos dedicamos a sacar a la gente de aquel agujero inmenso, colaborando en la ubicación de pacientes, haciendo lo que podíamos». En aquel momento nadie podía imaginar que la causa había sido el desprendimiento de la lámina exterior de la fachada, que perforó hasta los sótanos, segando a su paso cuatro vidas. El derrumbe dejó también casi una veintena de heridos, pero todos cuantos lo vivieron coinciden en que «pudo haber sido mucho peor».
El 'no' al olvido
«La zona perforada por el derrumbe era el centro neurálgico del hospital, a otra hora podía haber sido una verdadera masacre», subraya Canga. Una opinión que comparte Raquel Menezo: «Todos sentimos cómo nuestras vidas podían tambalearse. Podíamos haber sido cualquiera». Reconoce que volver a trabajar en Valdecilla apenas cuatro días después de aquella desgracia, «de la que aún hoy no hemos podido recomponernos», fue muy duro. «Cada pasillo se me hacía un infierno». Pero allí se formó también un grupo de profesionales, que recuerda «con cariño y agradecimiento», que representaron el 'no al olvido de las víctimas'. «Un conjunto de personas que se unieron para recordar, homenajear a los fallecidos y apoyar a la familias, que movilizó al hospital y que no estaba dispuesto a que su pérdida fuera en vano», declara.
La rabia y la impotencia acompañaron al dolor de las familias cuando tocó hablar de las causas del derrumbe. «A nivel político e institucional echaron la culpa a las inclemencias del tiempo (el viento y la lluvia de aquel triste día), pero conseguimos que se reconociera que había sido un accidente laboral con riesgo para el trabajador, lo que demostró que el accidente ocurrió por el propio deterioro del edificio», añade.
De hecho, otra de las paradojas de aquel fatídico 2 de noviembre es que «esa misma mañana se había publicado en el Boletín Oficial del Estado los primeros pasos para empezar un plan director y diseñar el futuro del hospital. Todos veíamos que se había quedado muy viejo», admite Canga. Pero hasta entonces, no llegó la inversión estatal (no estaban transferidas las competencias aún). Víctor Velasco, electricista y entonces delegado de Prevención Laboral en Valdecilla (UGT), defiende ahora los mismos argumentos por los que peleó los meses siguientes al siniestro: «Si se hubieran hecho caso a los informes técnicos (había uno de 1995 que nos habían ocultado), aquella fachada no se hubiera caído, hubiera sido derribada; pero se ignoraron».
Él era quien iba a impartir el curso de formación al que acudía Karim Khan Alí cuando el desplome le cortó el camino de cuajo en el pasillo. «Le reconocieron por el reloj». El mismo recorrido que había realizado apenas tres minutos antes Merche Soto, auxiliar administrativa que en aquel entonces era responsable de Sanidad de UGT en la Federación de Servicios Públicos. «Yo llevaba el retroproyector que iban a utilizar en ese curso, si llego a tardar un poco más en coger el ascensor, hubiéramos subido juntos». Y fue ella, que de entrada creyó que «se trataba de una bomba», quien acudió a la carrera a la Gerencia, entonces a cargo de Ignacio Iribarren, gritando «¡Se ha caído Trauma!». «Llegué yo antes que las llamadas».
Ahora lamenta que «han pasado veinte años y no hubo culpables. Los únicos paganos fueron los fallecidos», a quienes dedica en cada aniversario un ramo de flores junto a su placa conmemorativa. Ambos recuerdan que «junto a las aulas de los sindicatos estaban los dormitorios de los médicos de guardia, quienes habían advertido tiempo atrás que en el silencio de la noche habían oído chasquidos, como si la fachada se rasgara». Según expone Velasco, «el origen parte de una desproporción de carga de la fachada, que se apoyaba sobre una estructura metálica que soportaba un exceso de peso. Con el paso del tiempo, se habían ido soltando las soldaduras de los soportes, empezó a entrar el agua y por el efecto de la corrosión acabó colapsando». Pero en la primera valoración, al pie de la catástrofe, tanto el ministro de Sanidad de la época, José Manuel Romay Beccaría, como el presidente ejecutivo del Insalud, Alberto Núñez Feijoó, dijeron que no había indicios de fallos estructurales y achacaron la caída a los vientos de más de 100 km/h de la noche anterior y la copiosa lluvia.
Sin saber aún el alcance de la tragedia, se puso en marcha la maquinaria de evacuación de los más de 350 pacientes ingresados en el bloque de Traumatología, mientras se trasladaban los heridos a Urgencias, un servicio acotado a la mitad de su espacio por razones de seguridad, dada la proximidad de la zona derrumbada. «Fue una mezcla de sensaciones terrible», confiesa Canga. «Había perdido a Julia, que era mi mejor amiga, pero a la vez tenía que tomar decisiones muy rápidas, porque nos habíamos quedado sin un montón de quirófanos, sin 400 camas, sin hemodinámica… y aquello había que organizarlo».
«Después del terrible estruendo abrí la puerta del despacho y ya no había nada, sólo un gran agujero y gritos», recuerda Canga
García Castrillo destaca también la respuesta ejemplar de todas las personas que colaboraron en la evacuación del hospital. «No se sabía cómo estaban los cimientos, si la torre se podía venir abajo. Y antes del mediodía se consiguió que el edificio quedara vacío». Velasco se estremece al describir cómo «todos los profesionales del hospital hicieron que aquello no fuera un caos, aunque al principio inevitablemente lo fue por las graves circunstancias, pero de inmediato todo el mundo se puso a funcionar». La que fue directora médica apunta que «los días siguientes fueron muy complicados. A la semana y pico del accidente ya estábamos haciendo todas las cirugías y todo el programa de trasplantes», pero los problemas derivados (por la falta de espacio y las obras) no cesaron a partir de entonces. Habían pasado ocho meses cuando Canga planteó su renuncia, aunque al comunicarlo «el gerente me cesó de inmediato».
Después del accidente, «hubo mucha gente afectada psicológicamente. Se caía una grapadora al suelo y el efecto era impresionante», rememora Soto, una de las personas que se volcó con las familias de las víctimas, que después del duelo tuvieron que librar su propia batalla legal. «Lo ocurrido el 2 de noviembre de hace veinte años fue una desgracia que marcó la historia de Valdecilla», declara Raquel Menezo: «A nosotros se nos rompió la vida, pero allí nació el hospital nuevo que tenemos hoy».
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