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El perro de Elías Cobo ladra y ladra, desacostumbrado a ver a toda la gente que pulula por la estabulación de su dueño, en La Busta (Alfoz de Lloredo), desde el sábado, cuando se quemó buena parte de la instalación. Han pasado dos días - ... es lunes- y todavía sale humo de los kilos y kilos de paja que Elías almacenaba bajo una estructura cubierta por una lona de plástico. Y que perdió. Los animales -unos doscientos- de los que Elías y su mujer, Ana Arnáiz, son propietarios, están bien. Es lo único que está bien, porque Elías se encuentra mal. Solo hay que verle. Ayer lunes, con el incendio a medio asimilar, se topó con una oveja muerta por un ataque de lobo. Dicen que las desgracias nunca vienen solas.
«Yo soy el ganadero y tengo la ilusión en los pies», se presenta Elías. Junto a él, su hijo Pablo y entre los dos, el cuerpo de la oveja ensangrentada con las costillas al aire. «A mí esto ya no me sorprende», afirma con el campano del animal en las manos, que tintinea cuando Elías hace aspavientos. Llevan, padre e hijo, barro en los pies y el peso del fin de semana en el semblante. «Ha sido muy duro, muy duro», repite Elías. Habla rápido; a la misma velocidad con la que las llamas se tragaron parte de su estabulación el sábado, y de su vida. Huele a chamuscado y el olor se cuela en las fosas nasales. A Elías le ha nublado la claridad de sus ojos azules. Tiene negras las palmas de las manos y sobre él caen como lágrimas de ceniza los restos de plástico quemado de la lona en la que se originó el fuego. «Entró por aquí», dice señalando un agujero en la tela plastificada, «que por cierto, llevaba tan solo dos años construida -la estructura-». Casualmente, antes de que se produjera el incendio, el propietario había guardado el remolque, la empacadora y parte de su maquinaria bajo la lona. Lo perdió todo.
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No pudo evitarlo, aunque lo intentó hasta quemarse las manos y casi los pulmones -tanto a él como a su hijo tuvieron que ponerles oxígeno-. «Fue mi mujer la que me avisó de que había fuego -el sábado al mediodía-». Elías no esperó. Se adentró en la estructura «a ciegas, rodeado de humo» e intentó apaciguar la situación con la motobomba. «Empezamos a echar agua y a echar agua y a echar agua y a sacar la maquinaria, pero no había manera de apagarlo», relata. Él y su hijo trataron de salvar los aparatos a remolque con un tractor, pero las llamas se lo fueron comiendo todo, a la vez que empezaban a llegar vecinos también con sus tractores. «Hasta nueve», cuenta Elías. Sin su ayuda, «no habría podido salvar todo lo demás». Está «agradecidísimo a los de Novales, a los de Quijas, a los de Santillana del Mar... En siete años no le pago a toda esta gente el favor que me ha hecho. De corazón». Elías se emociona y se le marca la arruga que tiene entre las cejas. No llora. Al menos por fuera. Por dentro debe arder de dolor, «porque alquilé esta instalación -se refiere a la totalidad del terreno- a comienzos de año y pagué seis meses por adelantado». El contrato es de cinco años, lo que significa «que aunque abandone la actividad tengo que seguir pagando». «No sé qué voy a hacer, porque es una renta muy alta y no he calculado el dinero que me costaría reconstruir todo esto». ¿Miles de euros? «Y la ilusión, los comederos y toda la maquinaria quemada, que ya no sirve para nada...».
Las frases
Elías Cobo, ganadero «Empezamos a echar agua y a echar agua y a echar agua, pero no había manera de apagar el fuego, las llamas se lo comían todo»
La calma llegó en forma de lluvia el domingo. «Esa es la suerte que hemos tenido». Y que ellos están vivos. También los animales. «A los terneros les entró humo y empezaron a toser, pero los bomberos del 112 rociaron las cuadras con el helicóptero». Costó, pero entre todos -también bomberos forestales- lograron frenar las llamas antes de que el fuego se propagase aún más. «Ahora tengo que empezar a pedir camiones de comida y seguir hacia delante, porque no me queda otra». No abandona el ganadero. Al menos de momento, «aunque ganas tengo», lamenta.
Lo que pasa es que a Elías le persigue la mala suerte, porque ayer lunes a las ocho de la mañana, cuando se levantó de la cama, vio que unos cuervos sobrevolaban su finca. «Cosa rara», se dijo. Se asomó y ahí estaba la oveja «recién matada, porque el lobo se la acababa de comer». «Esto ya es un cachondeo», pensó. Igual hasta lo dijo en alto. No lo recuerda. Con contundencia, porque es algo que Elías no ha perdido, la tenacidad, repite varias veces la misma frase: «A esto hay que darle una solución ya, porque o vivimos nosotros, los ganaderos, o vive el lobo; o vivimos nosotros o vive él y no puede ser». El panorama está negro para el propietario de La Busta. Y el suelo de una parte de su finca, carbonizado. Sin embargo, en uno de los laterales, frente a una verja, en medio del caos, florecen unas cuantas flores. Parece una buena señal.
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