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El agua parecía un cristal mecido por la suave brisa de la mañana y solo las bandadas de gaviotas que surcaban el cielo rompían la placidez de la escena con sus graznidos. Una calma que contrastaba con las noticias que llegaban a través de los ... medios y de los comentarios en las redes sociales. Un barco hundido en plena noche, el agónico rescate, siete marineros vivos, dos muertos, uno desaparecido. Sobre la dársena del muelle de la Lonja de Santander se reunía un nutrido grupo de personas con rostros serios y circunspectos. Por un lado, parte de la tripulación del pesquero Siempre Nécora, con Pedro Antonio Fernández, su patrón, a la cabeza. Tristeza, cansancio, forzosa resignación. Por otro, algunos tripulantes de otros barcos que se habían acercado al lugar tras enterarse de lo ocurrido. Y junto a ellos, periodistas de medios de toda España tratando de conocer cuanto se sabía hasta el momento del naufragio de Vilaboa Uno, ocurrido de madrugada a varias millas al norte de Cabo Mayor.
Poco antes el Barrio Pesquero parecía tomado por la calma, que era en realidad rabia, duelo y pesar. En la zona de los restaurantes del popular barrio, unas vecinas comentaban lo ocurrido. Gente de mar de toda la vida. Una de ellas, ya mayor, había trabajado en el sector desde los 14 años. Todas conocían bien el medio y sus peligros y hablaban de la tragedia como si de alguna forma la esperaran. Porque no es la primera ni será la última, decían. Ataviadas con sus delantales, intercambiaban miradas hacia los pantalanes, donde permanecía atracada la patrullera de la Guardia Civil, con otras que rastreaban la Lonja, donde se podía ver al Siempre Nécora. Allí también llegó y detuvo su coche un hombre de mediana edad que empezó a gritar, criticando la situación en que trabajan los marineros. Los gritos de rabia y dolor que minutos antes habían resonado en la zona parecían haberle contagiado. Esos gritos eran los de la mujer de uno de los fallecidos, a la que los agentes del instituto armado acababan de dar la trágica noticia. Entre unos gritos y otros, silencio y calma tensa, duelo y dolor.
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Ya en la Lonja, al otro lado de la dársena, el silencio también era por momentos sepulcral. Solo las declaraciones de los diferentes testigos y las conversaciones de los periodistas rompían de cuando en cuando el murmullo de las aguas, que lo llenaba todo. Algunos paseantes que recorrían el paseo del barrio comentaban la noticia con sorpresa mientras señalaban hacia la Lonja y a los barcos atracados. Allí, mientras Fernández atendía a los medios con exquisita paciencia, uno de sus marineros, Antonio Pose, 'Peque', fumaba sentado en un noray mientras mirada el mar con los ojos entornados y el cansancio dibujado en el rostro. «Hemos ido a tope, a todo lo que daba el motor, y este es de los barcos que más corren», decía. Era su forma de decir que no podían haber hecho más. «La mar es así», añadía lacónico, y con eso lo resumía todo. «Y esta noche nos tocará volver a salir», añadió entonces, mientras se frotaba la cara y el pelo revuelto con sus manos curtidas por el sol, el salitre y el trabajo.
Poco más tarde se reunió también en el lugar un pequeño grupo de senegaleses que conocían a parte de la tripulación del barco naufragado. Algunos llevaban más de una década trabajando en el sector pesquero y tenían a hijos y sobrinos embarcados en otros buques. Otros incluso habían trabajado anteriormente en el barco siniestrado. También ellos hablaban poco, conmocionados por una noticia que es, en realidad, la peor pesadilla de cualquier marinero.
El patrón del Siempre Nécora, tras atender a varios medios y llamadas de teléfono, se detuvo frente a su barco, cuya cubierta habían despejado a toda prisa y como habían podido para realizar el rescate. Sobre la superficie, cajas vacías que en esos momentos debían estar llenándose de verdel. «Esta campaña de momento vamos mal, pero qué íbamos a hacer. Hemos salvado siete vidas», suspiró. «Eso no se puede pagar con dinero». De fondo, el murmullo del agua batiendo suavemente contra el muelle. «Qué desgracia», concluyó mientras levantaba la vista hacia la Bahía con la mirada perdida, recordando unas horas de incertidumbre y oscuridad que no podrá olvidar nunca.
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