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Griselda siempre ha sido autónoma. Comenzó a trabajar en una pequeña tienda de alimentación de Silió desde muy joven. Allí estuvo 15 años. Pero la pieza angular de su vida siempre ha sido la ganadería extensiva. Desde que tiene uso de razón, atiende al ganado, ... presencia los partos de sus vacas y alimenta a las yeguas hispanobretonas que campan a sus anchas por los prados verdes que rodean su casa, con el Monte Canales y el Pico Jano de fondo en una estampa digna de postal.
Ahora tiene 46 años y desde los 30 se dedica a la ganadería como actividad principal -el verano pasado emprendió un pequeño negocio complementario de alojamiento rural-. Justo desde que su madre, Herminia, se jubilase tras toda una vida en el sector agrario, en el que, junto con su marido Gonzalo, siguió el legado de las dos abuelas de Griselda: Otilia, una de las primeras mujeres de la época que cotizó como ganadera, e Isabel, que trabajó «muchísimo» hasta que falleció a los 39 años.
Tres generaciones en las que han sido las mujeres las que han tomado las riendas del negocio junto con la ayuda de sus maridos, que tenían también oficios fuera de casa. «Ahora estamos mucho mejor y tenemos más medios. No tiene nada que ver. Ellas no tenían nada, ni en casa ni en la ganadería, su vida fue durísima», explica Villegas mientras deja claro que ella valora «muchísimo a las pioneras», porque fueron las luchadoras que allanaron el terreno a las jóvenes ganaderas de Cantabria.
Y es que ella misma reconoce que el oficio es «muy duro». Sin fines de semana, festivos o fechas especiales. El ganado no perdona. Griselda recuerda también las dificultades a las que se enfrenta el sector, como la suciedad y la quema de montes, los daños del lobo y el precio de mercado de las jatas -crías hembras de las vacas-, por las que se paga «una miseria». Y no solo eso. A los horarios del ganado hay que sumarle la vida personal y familiar.
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Ella tiene un hijo de 18 años y asegura que, en muchos momentos, siente que va «corriendo a todos los sitios»: «Al final te organizas, como todas las mujeres que trabajan dentro y fuera de casa, es duro, pero se saca adelante», explica desde el establo que construyó su abuela mientras su padre la mira con orgullo, sentado sobre una paca a pocos metros de ella.
Él fue quien compró las primeras vacas. «Las más bravas, porque eran las más baratas». Esos primeros animales son el origen de la ganadería Villegas, con más de una treintena de vacas y once yeguas. Aun con todo, Griselda lo tiene claro: «Merece la pena, es lo que he visto desde pequeña y esto se lleva en la sangre, seguir con la lucha y trabajo de mi familia lo compensa todo».
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