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Los efectos de la pandemia disparan los intentos de suicidio entre los jóvenes
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Las muertes por esta causa se redujeron en 2020, pero los expertos temen una oleada de problemas de salud mentalLos pediatras llevan tiempo avisando: desde el otoño pasado se está detectando un alarmante aumento de urgencias hospitalarias de jóvenes con trastornos mentales, cuyo ... origen o agravamiento está relacionado de algún modo con la crisis sanitaria del covid, con un gran incremento de las tentativas de suicidio en ese grupo de edad.
La capacidad de hacer daño del virus no se limita a la enfermedad, sino que está también detrás del miedo y la ansiedad que padecen tantas personas; del dolor de quienes han sufrido una pérdida, de la incertidumbre a la que se enfrentan los que se han quedado sin empleo ni ingresos. Ha sido causa de aislamiento social, de cambios forzados de costumbres y rutinas, mucho más duras de asimilar para los adolescentes.
De momento, y afortunadamente, toda esa angustia no se ha traducido en pérdida de vidas: de hecho, en 2020 el número de suicidios descendió notablemente respecto a los años precedentes, con un total de veinte muertes registradas entre residentes en la región, menos de la mitad de las que se produjeron en 2016, el más negro de toda la década. Aunque este fenómeno esté abierto a explicaciones, los profesionales de la salud mental están lejos de echar las campanas al vuelo: temen que lo peor esté por venir y se preparan para una avalancha de problemas en la población adulta que entre los jóvenes ya se empieza a manifestar.
«Es una hipótesis plausible que la pandemia, una grave crisis sanitaria y social que afecta a toda la población, lleve aparejado un aumento en la tasa de suicidios, como ha sucedido en otras crisis –admite Jesús Artal, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Valdecilla–; es algo que nos planteamos y estamos muy pendientes de las cifras oficiales. En el ámbito de la salud mental tenemos unos indicadores de lo que pasa. Unos son blandos –lo que dice la gente en las encuestas, el número de personas que acude a consultas, etc.–, y otros, duros –suicidios y tentativas de suicidio, hospitalizaciones psiquiátricas y urgencias–. Los indicadores blandos están creciendo en torno al 20%: las personas se quejan más y piden ayuda. En cambio, los duros no, y es algo que está sucediendo en toda España; solo están creciendo en niños y adolescentes. ¿Va a llegar en los adultos? Posiblemente. ¿Cuándo? «No lo sabemos, y lo que hacemos es prepararnos: este impasse es una oportunidad para poner en marcha estrategias para salir al paso de este tsunami que todo el mundo está temiendo».
Juan Carlos Zubieta, responsable del Taller de Sociología de la Universidad de Cantabria, advierte de que en cada persona varía la necesidad de contacto social y de actividad, que se han visto frenados por la pandemia. La personalidad, el estilo de vida, las costumbres y, por supuesto, la edad, influyen en ello.
«La mayoría de jóvenes necesitan derrochar energía, y necesitan reunirse con el grupo. Necesitan salir a la calle, encontrarse con los otros (y con muchos, no con unos pocos), necesitan no parar, ir de un sitio a otro, hacer muchas actividades, cuantas más mejor. Estar en casa, un día tras otro, les hace sentirse como 'leones encerrados'», previene el sociólogo.
La pandemia, además, ha arruinado muchos planes. «Un sector de los jóvenes ha sufrido, además, la frustración de muchos de sus proyectos vitales: independizarse, formar una pareja, buscar un empleo, marcharse de Erasmus… Y, en mayor o menor medida, sospechan que un tiempo importante de sus vidas se está escapando y no pueden hacer realizar sus proyectos, sus sueños».
En opinión de Zubieta, «es natural que todo lo anterior, toda la tensión acumulada, toda la frustración, todos los problemas, pasen factura. Es comprensible que aumenten los casos de problemas psicológicos y psiquiátricos, seguramente, dentro de un tiempo se podrán hacer estudios que confirmen la evolución de estos problemas».
Para el coordinador de Salud Mental del Servicio Cántabro de Salud (SCS), Óscar Fernández, «nos encontramos ante una situación de emergencia sanitaria en salud mental infanto-juvenil, una 'pandemia' poscovid que hace necesario tomar medidas ágiles de acción y de prevención».
Explica que, en Cantabria, tras comparar la situación anterior al coronavirus con la actual, «se confirma un aumento desproporcionado de la demanda, baste de ejemplo un aumento de derivaciones preferentes desde primaria a los Centros de Salud Mental Infanto-Juvenil de entre un 75 y un 120% según dispositivos», y en los motivos de derivación crece también la casuística grave, como tentativas de suicidio y autolesiones.
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Los datos de hospitalización de jóvenes por este conjunto de motivos en Valdecilla son reveladores: en el primer trimestre de 2021, los ingresos completos (24 horas) pasaron de nueve a doce respecto al pasado año (un 33% más). Las estancias totales en hospital de día (número de pacientes multiplicado por días), crecieron de 189 a 332 en este mismo periodo (75% más); los ingresos parciales por trastornos de la conducta alimentaria aumentaron de 271 a 377 (un 39%). Finalmente, los ingresos completos en número de estancias en Padre Menni supusieron un 30% de incremento, de 204 a 266.
Los tres Centros de Salud Mental Infanto-Juvenil y las unidades de hospitalización de psiquiatría infantil alertaron de este aumento de la demanda asistencial en la primera reunión preparatoria del Plan de Salud Mental 2021-2025, celebrada el mes pasado. Tras un estudio detallado de la situación y con la información aportada por la Red Experta en Salud Mental, el SCS está desarrollando un plan de acción a nivel ambulatorio y hospitalario, así como actuaciones orientadas a mejorar la coordinación y comunicación con los servicios de pediatría de Atención Primaria.
El impacto psicosocial de la pandemia entre los jóvenes ha llevado a la Asociación Española de Pediatría (AEP) a reclamar una respuesta de las instituciones sanitarias ante «un repunte de las consultas por ansiedad, síntomas de tipo obsesivo-compulsivo, depresión, autolesiones y somatizaciones» en los servicios de pediatría, como señaló recientemente la presidenta de la Sociedad de Psiquiatría Infantil, Azucena Díez, quien también apuntó que «los trastornos de la conducta alimentaria que se están valorando son más graves y requieren más ingresos que antes de la pandemia».
Según la AEP, los principales factores de riesgo relacionados con esas consecuencias psicológicas de la pandemia de coronavirus han sido, en principio, la incertidumbre, el exceso de noticias, el distanciamiento social y familiar, la ausencia de rutinas, el abuso de pantallas, los ritmos irregulares de sueño y un patrón de alimentación menos saludable y, en el caso de muchos menores, la escolarización semipresencial. En algunas ocasiones, a todo esto se han añadido las dificultades económicas y de conciliación de trabajo con el cuidado familiar, y las posibles situaciones de enfermedad propia, de familiares cercanos o incluso el duelo por fallecimiento de seres queridos. Una actuación temprana ante estos problemas puede evitar que se conviertan en patologías más graves y que puedan llegar a cronificarse.
«Lo que hemos hecho es preparar un documento de consenso que ya se ha elevado a la Consejería de Sanidad para dar respuesta a esta emergencia y tomar medidas urgentes, en los próximos días», adelanta Óscar Fernández. «Estamos viendo que está pasando algo grave con los niños, y, al igual que se compraron respiradores en marzo de 2020 cuando hacían falta, la Consejería va a poner medios inmediatos para mejorar la asistencia y cubrir este aumento de demanda».
La reacción por parte del Gobierno central, a tenor de lo manifestado por la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, se antoja más lejana, pues su plan, bautizado como 'Escuchar y acompañar', comenzará por una evaluación detallada de la situación de la salud mental de niños y jóvenes en España, y dará como resultado un conjunto de medidas de choque que podrían estar listas, como muy tarde, para marzo del año próximo.
El plazo puede parecer excesivo si se tiene en cuenta que el suicidio es la segunda causa de muerte en la juventud española (de 15 a 29 años), solo por detrás de los tumores. Cantabria, por suerte, no se ha sometido a las estadísticas: en 2020 no se registró ninguna muerte por este motivo entre residentes de hasta 29 años. Sí las hubo en años anteriores: cinco en 2019; una en 2018; cuatro en 2017 y dos en 2016.
«Estamos viviendo una pandemia por covid en el mundo y ya hemos contabilizado más de tres millones y medio de muertos. Pues bien, si contamos la cantidad de personas que han muerto por suicidio en los últimos diez años estaríamos hablando de unos ocho millones, de todas las edades y clases sociales. Podríamos decir que existe una pandemia desde hace mucho más tiempo en el mundo, y es el suicidio», insiste Jesús Artal. «A semejanza del covid, que encuentra solución en la vacunación, para el suicidio también existen medidas preventivas, y una intervención precoz que podría actuar como un tratamiento».
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