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En estas dos últimas semanas –el tiempo que ha durado el viento sur y en las que los fuegos se han esparcido por los montes cántabros– los cinco protagonistas de este reportaje han puesto su vida en peligro, han trabajado jornadas interminables y han pasado ... noches enteras en vela. Por eso, ahora, pasado ese infierno, les sobrecoge pisar el terreno devorado por las llamas. «Tienes una sensación tremenda de impotencia», coinciden. «Parece que todo el esfuerzo no es suficiente porque van a volver a quemarlo, van a insistir en acabar con lo que es de todos», denuncian;porque todos estos incendios, aseguran, son provocados. Ellos cinco representan a los 400 efectivos con que cuenta la Dirección General de Montes para combatir los efectos de esas manos perversas que atentan contra la naturaleza. Constituyen, por así decirlo, un ejército que lucha contra el fuego en el monte cántabro.
Al frente de todo ese engranaje se encuentra Javier Espinosa (53 años), que suma ya 20 años como funcionario. Tiempo suficiente para conocer el oficio lo suficiente como para poder ejercer de cerebro que coordine todos los recursos como jefe del Servicio de Montes. Y junto a él un técnico de guardia, un agente de medio natural, una bombero forestal y un emisorista, todas piezas claves de un protocolo que se activa cada vez que hay una alerta. Y lo de este pasado fin de semana, cuando se registraron hasta 83 fuegos en sólo 48 horas, fue una alerta con todas las letras.
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«Hay momentos en los que sabes que no vas a poder apagarlo, en que lo importante es contenerlo donde pueden peligrar las poblaciones y no tienes más posibilidad que esperar», explica Espinosa. Fue un fin de semana en que se activó el llamado Plan Especial de Incendios Forestales (Infocant), que obliga a movilizar a todos los recursos disponibles en la región y otros externos, sea el Ejército (la UME) u otros posibles.
El protocolo contra un incendio se activa desde el momento en que la llamada de aviso llega a la centralita de la Dirección de Montes. La mayor parte de las personas avisan al 112 y es el servicio de emergencias el que traslada el aviso a estos profesionales. «Lo primero que hacemos es enviar a un guarda forestal a la zona para confirmar que dicho incendio existe», concreta Pablo Cacho, técnico de Guardia (52 años) con 22 años a la espalda de experiencia como funcionario. Él se ocupa de coordinar ciertos operativos concretos.
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Hay muchas alertas falsas. La gente avisa porque ve la luz de la luna entre los árboles, porque ve velas en las ventanas o las farolas de las carreteras que transcurren entre árboles;pero la mayor parte de las veces es un caso real. «Nosotros nos trasladamos al lugar y vemos si existe un peligro real, si es así, avisamos de que necesitamos más medios para sofocarlo y automáticamente nos convertimos en responsables de la dirección del operativo porque conocemos bien el monte», cuenta Eduardo Mantilla (47 años), que lleva 24 años como agente de medio natural y ahora es jefe de la comarca 7. Hay en Cantabria 13 comarcas y cada una tiene sus cuadrillas y sus agentes de medio natural.
De avisarlos a todos ellos se ocupan emisoristas como José Antonio Sancibrián (62 años). «Les ponemos en marcha y les enviamos coordenadas. Nosotros nos ocupamos de mantener las comunicaciones entre el centro de mando en la Dirección General de Montes, que se encuentra en el Parque Científico y Tecnológico (Pctcan) y los operativos del monte».
400 efectivos están dedicados a cuidar los montes
Pero los que se enfrentan cara a cara contra el fuego, la infantería que blande mangueras y palas para ahogar las llamas, son los bomberos forestales. Elena Sanz es una de ellas, tiene 44 años y lleva 17 trabajando en este oficio «gracias a una vocación inmensa». Sólo así se explica que sea capaz de jugarse la vida igual que el resto de sus compañeros. Porque en los últimos tiempos están dándose casos realmente preocupantes, donde el fuego alcanza cotas que nunca había alcanzado en Cantabria.
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«Las condiciones de sequía están aumentando en los últimos años, el suelo está muy seco y los incendios suceden en épocas en que antiguamente no se quemaba», explica Mantilla. Dice que los fuegos se asemejan cada vez más a los que se dan en levante y en el interior de la península. «Se avivan mucho con el viento, asolan suelos cada vez más secos y avanzan a mucha mayor velocidad». Son más voraces e impredecibles.
790 incendios forestales se han registrado en lo que va de año
En los pueblos todo el mundo sabe quién prende la primera mecha. Siempre hay una intención clara. Cuentan que los hay que queman por aumentar la superficie de pasto;quienes creen que así limpian el monte;los que van a la caza del lobo o sencillamente los que quieren ajustar cuentas con el vecino. «Es algo que está muy interiorizado en la cultura del campo y por muchos años que llevamos haciendo pedagogía, no hay manera de que surta efecto», explica el agente de medio natural.
Es más, en los últimos años la tendencia ha empeorado. Antes la gente mayor sabía cuándo quemar y dónde quemar. Nunca antes había fuego en estas fechas porque se sabía que se terminaba con los pastos para el ganado;pero ahora eso ha cambiado. La gente más joven no tiene cuidado, queman ahora lo mismo que quemaban en febrero o marzo, en que el suelo está en otras condiciones, más húmedo, y el fuego no se propagaba tanto.
«Ha habido casos que conocemos en que el fuego se ha descontrolado tanto que ha amenazado incluso las viviendas de los que lo provocaron. Y el caso es que te avisan alarmados y lo confiesan», protesta Espinosa. Este año ha habido incendios en 51 de los 102 municipios cántabros y Rionansa, Lamasón, Bárcena de Pie de Concha o Valdáliga han sido los más afectados.
Es como si el fuego hubiera mejorado sus tácticas de batalla. Como si hubiera aprendido a sorprender, a actuar con mayor velocidad, con mayor peligro. «Este año hemos quemado muchas mangueras porque en ciertos casos las llamas han ido mucho más allá de lo que esperábamos. Tenemos muchos años de experiencia y lo que está pasando últimamente no había ocurrido nunca. Los incendios son ahora más peligrosos, más imprevisibles y violentos», asegura Sanz.
De seguir así, un día, aseguran, habrá un disgusto. Ya la espera de que ese día no llegue nunca, ellos, como sus 395 compañeros, continuarán velando por la salud de los bosques y montes. «Seguiremos limpiando, desbrozando, vigilando a quien busca atentar contra la naturaleza». «Tenemos la responsabilidad de conservar el paisaje de la mejor manera posible, no ya para nosotros sino para las generaciones que están por venir. Pero tenemos que mentalizarnos todos, también los que consideran que quemar el monte es una manera de gestionarlo».
Quemar el monte ha sido visto desde tiempos ancestrales como un modo de limpiarlo, de revitalizarlo... pero nada de eso se sostiene desde el punto de vista científico. Lo que realmente ocurre con el fuego es que deteriora el sustrato y aunque el verdor regrese meses después, el daño en profundidad ya está hecho. A la larga, se ve comprometida la fertilidad, se destruyen ecosistemas subterráneos que tardan décadas en formarse y lo que es más grave, hay terrenos que, al perder la vegetación, se desmoronan en argayos que arrasan con laderas enteras cuando las lluvias torrenciales corren por espacios calcinados.
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