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A veces los retos irrumpen de golpe y la única manera de aparcar ese «miedo» inevitable que aparece al enfrentarse a algo desconocido, es saber que al lado camina una persona dispuesta a echar una mano y a trabajar codo con codo. Y así fue. ... Para ellas las presentaciones fueron por teléfono por eso ahora sonríen al reencontrarse y, después de un año de intenso trabajo, hablan con orgullo unas de otras. Sobre todo porque, casi sin conocerse, consiguieron funcionar como un «engranaje perfecto» cuando la situación más lo requería: en plena crisis sanitaria del coronavirus. En marzo arrancó el primer centro covid para personas mayores que viven en residencias. Entonces el CAD San Miguel, en Meruelo, reubicó a sus 24 residentes para dar respuesta a una necesidad más urgente que era cuidar a los usuarios mayores positivos que no necesitaran atención hospitalaria. El objetivo era controlar la expansión del bicho entre la población más vulnerable.
La sensación entonces era de «miedo atroz», reconoce Gema Díaz, gerente del Grupo Calidad y responsable de la residencia de Meruelo. Al otro lado del teléfono, con la misma «incertidumbre», Teresa del Vigo, subdirectora de Dependencia del Icass, fue el enlace con la Administración y el apoyo en un momento cargado de «estrés». Mientras trataban de «dar forma» a algo sin saber muy bien qué era, en un momento en el que los protocolos y las necesidades cambiaban casi a diario. Sin la ayuda de la subdirectora y el papel que desempeñó «habríamos colapsado», resume Díaz. Y ahora, al echar la vista atrás, ambas recuerdan las llamadas nocturnas para gestionar los traslados y los mensajes a primera hora de la mañana para preguntar por algún paciente. La clave fue «la comunicación permanente», subraya Del Vigo. Diaria. Un contacto estrecho con el propósito de «amparar» a la red de residencias durante la pandemia.
Un año después la subdirectora recalca una y otra vez que «ha sido un lujo trabajar con ellas». Habla en plural porque en agosto –cuando el CAD de Meruelo llevaba dos meses cerrado– la situación sanitaria de la región urgió poner en marcha otro centro. Esta vez se ubicó en Suances. La residencia, gestionada por Mensajeros de la Paz, aún no se había ni estrenado y arrancó directamente como centro covid. Al enfrente se puso Clara Diego que pasó a ser la tercera rueda del engranaje. Aunque las instalaciones empezaron a funcionar en momentos diferentes, el «miedo» seguía ahí, reconoce la directora que se enteró casi en la primera reunión que planteaban la instalación como centro para pacientes positivos. Un reto que asumió sin pensarlo.
Si en marzo los problemas fueron la falta de personal y el desconocimiento, en Suances uno de las principales dificultades fue «la carga de trabajo» con jornadas en las que pasaban de «tener 20 ingresos a 40», explica Diego. Y días en los que, incluso, llegaron a tener 84 camas ocupadas. A la par que se daban altas. Gestionar ese volumen habría sido «imposible» sin el equipo de trabajo que permaneció en primera línea «hasta el final». En eso también coinciden las tres.
Entonces, por casualidad, Diego se topó con la que había sido su homóloga en Meruelo y los aprendizajes de una responsable se convirtieron en consejos para quien empezaba el mismo camino. Uno de ellos fue dar «menos información médica a las familias» y tratar de que vieran más a sus familiares aunque fuera por videollamadas. A nivel de seguridad: las pantallas de protección.
Y su contacto con Teresa del Vigo fue también diario. La subdirectora de Dependencia jugó casi un papel de árbitro entre las residencias en las que saltaban positivos y necesitaban trasladar a los contagiados y el centro covid que tampoco podía colapsarse. «Había que buscar ese equilibrio», explica. Una respuesta «coordinada» de la que las tres están orgullosas. Sobre todo por «haber trabajado en equipo», coincide Díaz. «Tener una persona que buscaba soluciones como Teresa daba tranquilidad», destaca también la responsable de Suances. Se conocieron el mes pasado, cuando el centro decía adiós al último paciente.
Siempre hubo un especial esfuerzo por empatizar y buscar de forma conjunta la mejor forma de proceder ante los baches. Una coordinación entre dependencia y residencias que esperan no se quede aquí, sino que se convierta en el sistema de trabajo que rija las relaciones.
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Ana Rosa García
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