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El coronavirus lo ha condicionado todo. Obligó a cerrar colegios y negocios en marzo y supeditó su reapertura meses después al cumplimiento estricto de las medidas sanitarias. Un proceso que no ha sido nada fácil. Más allá de colocar mamparas y poner botes de gel por todas las esquinas, en muchos casos también ha hecho falta comprar mobiliario y adaptar los espacios para cumplir con las restricciones. Han sido noches de hacer números. A esto se suma la incertidumbre de no saber si de pronto la pandemia obligaría a cerrar de nuevo. Las diferentes actividades ya no se desarrollan como antes y hacer frente a todo eso -tras pasar tres meses con la persiana bajada- ha supuesto «un gran esfuerzo», reconoce María Luisa Martín-Horga, todo un referente en el mundo de la danza, con una experiencia internacional como coreógrafa, desde su escuela ubicada en Cazoña. Allí pararon las clases cuando lo hizo el resto del sistema educativo. Durante el confinamiento dieron alguna online y en julio realizaron un pequeño curso, pero no retomaron la actividad hasta ayer. «Es nuestro primer día», cuenta. Les tocó aprovechar el verano para «hacer una reforma» en todas sus instalaciones y poder contar ahora con «espacios abiertos y diáfanos». Unos cambios que llevan detrás una «fuerte inversión» para poder estar preparados. El objetivo es claro: dar seguridad a los alumnos y sus familias.
Reabrir ha supuesto mucho trabajo, pero ya había ganas de volver y «lo hemos hecho con ilusión». Sin duda lo que queda del 2020 «va a ser duro», como lo ha sido hasta ahora. Han sido meses de hacer números. Pero la inversión la han hecho también pensando en el futuro porque hay «una serie de medidas sanitarias que creo que se quedarán», opina Martín-Horga.
Al menos en el aula tienen una ventaja: las cinco ventanas. Porque permiten mantener la zona ventilada. La idea es dejarlas abiertas durante las clases salvo que el tiempo lo impida. Es «como bailar en la calle». Con los espacios divididos, en el aula podría haber hasta «once personas» pero de momento han preferido limitar la entrada y «estar a la mitad de lo que podríamos», dice. Para poder hacerlo han tenido que repartir las clases y, por tanto, doblar los turnos. Ahora lo más importante es limitar la posibilidad de contagio.
Pero claro, trabajar a una tercera parte de lo que harían cualquier otro año es «un sacrificio económico», reconoce la profesora. Por eso para ella ahora «hace falta fuerza» para comprender que ha cambiado la manera de trabajar y durante una temporada deberá hacerse «con grupos pequeños». «Yo estoy muy mentalizada a estar así», admite. Aunque eso suponga no ingresar lo mismo, lo importante es que los alumnos acudan tranquilos a clase y que las familias «vean que ponemos todo que está en nuestra mano para garantizar su seguridad».
Por eso, durante el mes de septiembre su tarea ha sido otra. La de mostrar que efectivamente allí están seguros. «He enseñado las instalaciones a los padres que todavía estaban preocupados por la vuelta, para que vieran cómo lo íbamos a hacer». En estos momentos no sólo se trata de ofrecer un servicio de calidad, ahora prima la seguridad. No obstante, a pesar de haber podido reabrir las puertas, la incertidumbre de los negocios no ha desaparecido porque su trabajo depende de «cómo avance la pandemia» y eso preocupa.
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