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A última hora del sábado, Alberto II llegó en una gran caravana de coches negros de alta gama al barrio Helguera de Las Presillas. Los vecinos del lujoso hotel en el que se alojó el soberano de Mónaco se quedaron con las ganas de seguir ... el acontecimiento más de cerca, pero tuvieron que ver la entrada desde 20 metros de distancia. Cosas de la seguridad real. «Si sale a dar una vuelta le pedís una foto que se la hace, es majísimo», les animó Miguel Ángel Revilla. No hubo suerte. Si ayer se hubieran acercado hasta Puente Viesgo, epicentro de la visita cántabra de su alteza serenísima –así hay que dirigirse a él, según protocolo–, sí que lo habrían conseguido.
Alberto II dijo 'sí' a todo aquel que le reclamó una instantánea. Sobre todo a la entrada y la salida del edificio del Centro de Interpretación de Arte Rupestre que se inaugurará en marzo. Abrió la lata un ciudadano francés que se encontraba de paso por la zona, después se acercaron los trabajadores de talleres del Ejecutivo regional que realizan labores en el futuro museo y, a partir de ahí, ya todo aquel a quien no le intimidara el gran número de agentes de seguridad que nutría el séquito. Una veintena de efectivos de la Brigada Central de Protecciones Especiales –el grupo de la Policía Nacional que asume la planificación y ejecución de los dispositivos que protegen a personalidades y jefes de Estado–, que, sin despreocuparse, comprendió perfectamente el interés de los curiosos, y después el equipo de la Embajada de Mónaco, menos acostumbrado a la espontaneidad de los españoles.
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Estos últimos se pusieron especialmente nerviosos cuando un empresario local regaló a Alberto II un anorak 'made in Cantabria'. Él, encantado con el baño de multitudes, pero su equipo llevó regular que incluso le tocaran para abrocharle la cremallera. Los guardaespaldas estaban con un ojo en el soberano de Mónaco y otro en el reloj. Llegó al centro museístico a las 10.30 horas en punto, como estaba planeado, y a las 11.30 horas en punto a la entrada a la cueva, también como estaba planeado. En el monte Castillo, los guías del Gobierno de Cantabria, siguiendo indicaciones, ya se habían encargado de que el terreno estuviera lo más despejado posible. A quien llamaba por teléfono para reservar la visita durante la mañana le decían que ya estaban al completo y al que se presentaba sin avisar le desviaban a la cueva de Las Monedas, que sí que estuvo abierta.
A la par que Alberto de Mónaco llegó «Rocío de Salamanca». Broma del día. Rocío Jódar, que junto a unos amigos estaba pasando unos días en Cantabria. Era su cumpleaños y le felicitó un príncipe. «Es que te pasa de todo», ironizó la pareja de la joven, a la que se le quedó mal sabor de boca por no haberle dicho también que estaba embarazada. Alberto II vio la cueva –y se interesó por ella— y, junto al resto de autoridades, cambió la ropa deportiva por la corbata para el almuerzo en el Hotel Balneario de Puente Viesgo.
La idea inicial era comer en el edificio nuevo del complejo termal tras visitar una pequeña exposición en el antiguo, pero la seguridad monegasca decidió que había demasiada gente en las inmediaciones y que era mejor ahorrarse el paseo de 100 metros entre un inmueble y otro. El día anterior también hubo que cambiar sobre la marcha el recorrido en coche del aeropuerto a Las Presillas. Por seguridad, fueron por Solares para evitar las obras de Torrelavega. Los cerca de 30 agentes del dispositivo tendrán que subir al teleférico de Fuente Dé en varios turnos si Alberto II también acepta la invitación que le ha cursado Revilla para estar en el Año Santo Jubilar.
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No lo hizo directamente el protagonista de la jornada, pero sí el equipo de la embajada. Se encargaron de hacer saber al Gobierno de Cantabria y a los responsables del Hotel Balneario de Puente Viesgo que Alberto II había quedado encantado con las anchoas de Santoña que probó en su visita en 2010. Así que ayer, en el menú para tan ilustre invitado, el primer plato fue anchoas sobadas 'in situ' sobre tostas de sobao pasiego. Los cerca de 40 invitados –la mitad del séquito real– también degustaron pencas rellenas de vieiras fritas sobre tempura con jugo de carabineros, merluza del Cantábrico con sus cocochas y almejas en salsa de vegetales, sorbete de manzana con sopa de mango y un taco de tudanca con patata confitada, cebolla de Liébana y pimientos de Isla. Bebieron tinto de Rioja –Campillo de 2019– y blanco de la tierra –Casona Micaela de 2021–. Para el postre se eligió una esfera de queso pasiego y velo de fresas con helado de tostadillo de Potes.
«Está bonito, pero nos han fastidiado porque hasta las cuatro de la tarde no nos dejan entrar al hotel», lamentaban Vicente y Tomasa, un matrimonio de Toledo, antes de ver al de Mónaco. Cuando llegó, sacaron la cámara del móvil y se les olvidó el cabreo.
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