El ferry pone rumbo a la modernidad
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El buque Galicia, de la naviera Brittany Ferries, ha convertido el tráfico de pasajeros en viajes de placerLa naviera Brittany Ferries celebró su bautizo de mar el día 2 de enero de 1973. Lo hizo a bordo del Kérisnel, un barco de construcción española que sobre el proyecto iba a llamarse Lilac y prestar servicio en la Marina militar de Israel pero que finalmente acabó en manos de la compañía bretona, que hoy, 50 años después, dispone de una flota de doce buques con los que se ha consolidado como una de las más importantes líneas de transporte marítimo del oeste y centro del Canal de la Mancha.
Uno de ellos es el Galicia, hermano gemelo del Salamanca, a su vez mellizo del Santoña. Los tres construidos en España, los tres en servicio o ya a punto -el primero navega desde 2020, el segundo lo hace desde 2022 y el tercero lo hará ya en 2023- y los tres diseñados y equipados para convertir el tráfico de pasajeros y de mercancías en un viaje de placer, solo se distinguen por su modo de desplazamiento. Mientras el gallego se propulsa mediante la motorización dual, el salmantino navega impulsados con gas natural licuado (GNL), que es como lo hará el santoñés cuando se eche a la mar allá por primavera.
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Nacho González Ucelay
Relevante en términos ecológicos, pues el GNL proporciona una navegación más eficiente medioambientalmente hablando, esta particularidad es inapreciable para el pasaje del Galicia, barco al que la naviera tiene asignadas dos operaciones semanales entre Santander y Portsmouth y otra con el puerto de Cherburgo y sobre el que, seguramente, a los viajeros les gustaría conocer otras curiosidades antes de emprender su viaje.
Considerado como uno de los buques más grandes de la historia de la compañía, el Galicia, que no se bautizó así porque sí, mide 214,5 metros de eslora y 27,8 de manga y tiene un peso muerto de 40.500 toneladas. Una mole que quema 80.000 kilos de combustible por trayecto. Pudiendo navegar a una velocidad de 24 nudos, lo hace a 18 por una simple cuestión operativa que también fomenta el ahorro: si el viaje se efectuara a una velocidad punta, a 24 nudos, el barco llegaría a puerto a las dos de la madrugada.
No es esa, desde luego, la mejor hora de llegar a ninguna parte para el viajero, que, por eso, hace dos noches y no una a bordo de un barco en el que se va a tirar 28 horas.
Reconocida la nave por fuera, y una vez cruce la pasarela y embarque, el pasajero será recibido por los miembros de la tripulación, que, depende de la temporada, oscila entre los 120 y 130, la inmensa mayoría franceses, con los que convive una muy pequeña, ínfima, comunidad de trabajadores de origen peruano o ecuatoriano.
Asignada al servicio de atención al pasaje, Carolina Aulestia, una londinense con raíces ecuatorianas -o al revés- que trabaja siete días para librar otros siete, abre sonriente las compuertas de un barco que apenas tiene anécdotas porque apenas tiene historia. Dos años.
Y muestra, para empezar, una inmensa bodega de tres kilómetros lineales de carga con una capacidad para 155 trailers, aunque lo más habitual es transportar ahí adentro 300 vehículos ligeros y 85 pesados.
Y de ahí hacia arriba para ascender por las diez cubiertas que tiene la nave; tres de ellas para uso y disfrute de los pasajeros y el resto, entre ellas el puente de mando y la sala de máquinas, de acceso reservado solo a la tripulación.
Es, entonces, cuando los viajeros descubren por qué el barco se llama Galicia.
Dotadas con 343 camarotes, 22 de ellos para personas que viajan con animales de compañía -Brittany Ferry no pierde la cara al exigente mercado británico-, esas tres cubiertas están ambientadas en la comunidad autónoma gallega, a la que se hacen constantes referencias en salones, pasillos y accesos varios: paredes, cristaleras, alfombras... Hasta en los ascensores y las barandillas hay alusiones a Galicia. La Plaza del Obradoiro, el Camino de Santiago, la concha del peregrino, sus playas fantásticas... La temática se extiende incluso a la gastronomía a bordo, donde se sirven platos y bebidas auténticamente españoles.
Claro que esto, comer y beber, no es, además de dormir, lo único que se puede hacer durante un trayecto que por su duración castiga a los pasajeros con algunas horas muertas.
El barco, que dispone de una tienda abierta solo en altamar para no tener que exponer a sus artículos a cargas impositivas, ni las británicas ni las españolas, ofrece una sala vip donde los viajeros pueden reunirse y charlar, y un salón de lectura y entretenimiento en el que los pequeños pueden hacer su viaje llevadero. Lejos, muy lejos, lejísimos, de la escandalosa sala de máquinas, el centro neurálgico del buque, y también lejos, aunque no tanto, del imponente puente de mando, un espacio desde el que no solo se efectúan las maniobras. Nada ocurre en la nave que no se sepa ahí. Nada. Así que no fume en su camarote.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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