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Ese viernes, Vanessa Elósegui llamó a sus dos hijos de 8 y 5 años a cenar. Era enero, las vacaciones de Navidad acababan de terminar, y mientras esperaba con la calma que tiene saber que al día siguiente no hay colegio, su mano de repente ... se tocó el pecho. No sabe por qué. Pero se tocó. Y notó un bulto bajo su piel que hasta ese momento no estaba. «Me asusté», dice sin reconocer si era el miedo o la extrañeza lo que le hacía seguir palpando, pero cuando descubrió el segundo bulto, lo supo. El tiempo se espesó hasta que llegó la biopsia entre llamadas a su médico de cabecera, volantes, citas con el ginecólogo. El miedo a convivir con ese tacto diario en el pecho le duró hasta el 1 de marzo: «No me imaginé que me iba a pasar esto», dice. Y mucho menos que le iba a pasar en medio de una pandemia.
«Fueron los peores días de mi vida porque en las noticias solo hablaban de hospitales colapsados, que no daban abasto, consultas suspendidas, de hecho el ginecólogo que venía a Castro –donde reside– había cancelado esas visitas». Encerrada en casa, aguantó sin respuestas, hasta que «una chica del equipo del ginecólogo» la llamó: «Vuestros casos no se van a quedar, me dijo, aunque parezca que se tarda, se están siguiendo los tiempos normales como si no hubiese pandemia, y lo tuyo es urgente, no se te va a cancelar ni ralentizar». Cuando Vanessa, de 42 años, recuerda esa llamada dice «menos mal» sin concesión a la lástima, sino como el punto de partida de un sistema sanitario que empezaba a reaccionar con sus propios códigos, aunque esos códigos fueran separación y aislamiento: «No podía acompañarme nadie, pasé por pruebas durísimas psicológicamente»; recuerda entrar al hospital «aterrorizada al haber un virus por ahí». Y hacerlo sola.
El miedo adquiría dimensiones colosales cuando a las ocho de la tarde la gente salía a aplaudir: «Sólo pedía que el tratamiento siguiera su cauce, que no parasen nada y no se olvidaran de mí en esa situación increíble de pandemia, con la impotencia de no poder estar con mis padres, yo necesitaba un abrazo y ellos estar conmigo, apoyarme, pero no se podía». Incluso tuvo que comprar la peluca por internet sin poder probársela cuando decidió raparse el pelo.
Su primer ciclo de quimio fue el 1 de abril, y cuando dice la fecha parece el punto rojo de un mapa que la ha conducido hasta donde ahora está. «Cuando estás viviendo esto y estás perdido, piensas que te vas a morir, que el cáncer te habrá comido entera pasado mañana, sólo quieres que te lo quiten cuanto antes, pero no va tan rápido». Entonces menciona el 9 de abril, otro hito en su mapa vital, cuando la fiebre la colocó en la frontera de la sospecha epidémica. Primero fue al centro de salud, pero acabó en el Hospital de Laredo. «Me llevó una amiga, y al llegar no le dejaron entrar conmigo. Pero en cuanto dije que tenía fiebre, fue peor, porque me mandaron por otra puerta», es decir, por la zona covid. Allí dentro tuvo que decir «a dos metros de la enfermera» por qué estaba allí: «Fue un trago muy duro gritar delante de todo el mundo que tenía cáncer de mama, que acababan de darme mi primera quimio y que no podía más». Los profesionales buscaban covid en su triaje (¿náuseas, vómitos, diarrea?), pero ella respondía a todo con «estoy con quimio». Pidieron una placa de pulmón, le hicieron PCR, entonces la analítica reveló que tenía «las defensas en 200 cuando debía tenerlas por encima de 1.000». La dejaron en un box aislada, oía las conversaciones y sabía que estaba rodeada de positivos: «Me tuvieron que tratar como si tuviera covid y a la vez protegerme de ello». Esa madrugada una ambulancia la trasladó a Valdecilla y cuando la PCR lo permitió, la subieron a planta y se quedó ingresada una semana.
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Los siguientes ciclos de quimio fueron «más ajustados». En julio terminó y en septiembre la operaron. También sola: «Prefería que mi marido estuviera con los niños». Después llegó la radioterapia, «también sola porque no dejan acompañantes». ¿Y ahora? «Asimilando lo que he vivido», dice. Pasa revisión cada 21 días, uno de los tumores «dio positivo en Her2, que es una mutación que genera una proteína que tiene vacuna, gracias a Dios», y enseguida rectifica, «gracias a la investigación, porque ahí he visto dónde va el dinero destinado». Con la vacuna estará hasta final de año, «lo tienen muy bien en Valdecilla, ya no me da miedo ir», dice, pero antes de colgar y volver con sus hijos, deja una advertencia: «No es todo coronavirus, el cáncer mata a más gente en el mundo, la diferencia está en que la economía mundial no se tambalea».
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