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Hay historias increíbles. La del cántabro Ceferino Carrión, convertido años después en Jean Leon y que sirvió la última cena a Marylin Monroe. La de Patrick Ales, el hijo de un ebanista de la calle Alta de Santander que acabó siendo el peluquero de las divas en París y el dueño de una multinacional cosmética. O la de Joe Tezanos, un héroe en la Segunda Guerra Mundial que ahora da nombre a un barco de los guardacostas de Estados Unidos y que en realidad era José Tezanos, de la tierruca. La de Luis Ortiz, de San Pedro del Romeral, de La Sota, está a la altura de todas estas. Cruzó los Pirineos con el siglo XX recién estrenado y, con mucho esfuerzo –y posiblemente una cabeza privilegiada para ver las oportunidades–, hizo realidad, junto a sus hijos, el sueño del emigrante. La fortuna. ¿Cómo? Con barquillos y helados. De los carritos ambulantes –y tras una biografía llena de peripecias– a fundar Miko. Sí, Miko. La gran industria heladera francesa. Pero lo mejor de la historia de Luis y Mercedes, su mujer (de Candolías, en Vega de Pas), es que es la historia de muchos otros. En otra escala, pero con el mismo sentido. Serán veinte o treinta apellidos –o más, la cifra es lo de menos– los que están detrás de este relato. Hermanos, primos, parientes... Todos, con un doble denominador común. Pasiegos y heladeros. Ellos recorrían las playas de España y Francia durante el verano en un mundo distinto a este. Unos regresaron. Otros dejaron su semilla por el mapa. Su herencia. Y aún sigue. En la fachada de Helados López, en Ontaneda –el de las largas colas–, pone en letras plateadas 'artesanos desde 1895'. Es solo un ejemplo. Quedan muchos para escribir una crónica de película. Y justo eso, una película (el documental de Maite Vitoria Daneris 'La patria de los heladeros', que acaba de terminar de rodarse) rescata la historia más dulce y helada de Cantabria.
A los 76 años, Aquilino Salas sigue en activo. «No he hecho otra cosa en la vida nada más que vender helados. Y es lo que me gusta». Es presidente de la Asociación de Heladeros de Santander y Cantabria y el responsable de una de las empresas que perpetúan la herencia de la tradición pasiega. La Polar (hay dos La Polar en Cantabria, dos empresas). «Yo soy cuarta generación», repite con orgullo.
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Héctor Ruiz
Él se quedó. Trabajó siempre aquí. Pero sabe de los viajes de otros. Antepasados. La tierra de las matronas de los reyes –otra historia increíble con las pasiegas como protagonistas–, la de los sobaos, la de los vecinos con fama de silenciosos... En los valles hacían helado y barquillos, y también el petate. Marchaban los veranos o más en busca de oportunidades. A finales del siglo XIX y principios del XX. Unos cuantos. Y así siguió con un par de generaciones hasta los años previos a la Guerra Civil. Luego, más viajes en el entorno de los años 60 hasta caer como costumbre en la década de los 80. Costumbre es una buena palabra. Los pasiegos se dedicaban al helado en verano, pero en los inviernos, además de ocuparse en las tareas propias del mundo rural, asaban castañas. Tradiciones y modos de vida. Como la de los barquillos –en el origen de todo esto y, ojo, porque en Cantabria hoy se hacen buena parte de los que se consumen en España y en muchas partes del mundo–. La ruleta, el juego...
«Era barquillero de Alfonso XIII», recuerda Tere Salas hablando de sus antepasados. Cuenta con gracia que su abuelo, cuando tenía que explicar a los extranjeros los sabores del helado, les decía: «Mantecata –el más clásico–, fresata, chocolata y limonata». Como poniendo acento. Cualquier santanderino de cierta edad recordará al padre de Tere, que vendía castañas asadas en La Porticada en una máquina de tren. Él está jubilado, pero ella sigue haciéndolo. Eso y los helados. «Mi abuela se fue con sus hermanos a Palencia. Ella regresó y se casó aquí con mi abuelo. Uno de Ocejo y otro de Bárcena de Toranzo. Vinieron a Santander en 1932 y fundaron El gran gusto (luego Helados Salas y, ahora, Helados Tere Salas)». Otra biografía enmarcada en la gran historia con un guiño actual a esos años en forma de carrito de venta ambulante que está durante los meses del calor por la zona de El Sardinero. «Me encanta mi trabajo», repite también. Eso y que «hay un montón de gente repartida por toda España».
Herederos. Como en Francia. De allí, precisamente, son esas fotos preciosas de los carritos con mensajes como 'Glaces a la vanille' o 'Glaces supérieures'. «En Francia, la gran mayoría de los heladeros son de origen pasiego». Es la frase que le dijeron a Maite Vitoria Daneris durante un encuentro casual en un viaje a Madrid y que despertó la curiosidad de la cineasta documental. Y era verdad.
Hay una página web dedicada a San Pedro del Romeral ('San Pedro del Romeral. Una Villa Pasiega') que, entre otros contenidos, recoge biografías de los heladeros y de sus peripecias en Francia. Ortiz, Laso, Alonso, Escudero, Rueda, Oria, Pelayo... Apellidos. Las fotos de unos tipos con boinas en un carro tirado por caballos –«Tomás Ruiz Martínez (cuñado de Germán Pelayo) vendiendo helados 'Glaces Pompons' en la localidad de Honfleur con su hijo Joaquín (foto hacia 1930)», pone en el pie de una de ellas– o de flotas de furgonetas en los años 70 ('Glaces Laso') son un tesoro de gran valor.
No fue fácil. Mucho trabajo, lejanía, añoranza de su tierra en otra tan distinta. Sirva como ejemplo el propio Luis Ortiz, «un pasiego que empezó de la nada, junto a su incondicional y valiente mujer, Mercedes», según apunta el historiador Javier Gómez Arroyo, que publicó un libro de biografías de pasiegos emprendedores. Ortiz compaginó los helados y los barquillos con un empleo en una fábrica de vidrio o un paso por los astilleros de Rochefort durante la Gran Guerra.
Fue creciendo. Con sus hijos montados en bicicletas que llevaban acopladas las heladeras recorriendo pueblos los fines de semana. Produciendo por las noches para abastecer a los soldados americanos en el final de la Segunda Guerra Mundial. A las puertas del local donde se celebrara una primera comunión. Comprando maquinaria. O en los ambigús de los cines en los años dorados de las salas. En su empresa acabaron trabajando, según se ha publicado, más de 6.000 personas. Entre ellas, muchos paisanos. Lo dicho, biografías de película.
¿Qué queda de todo eso? Mucho. Daneris ha hecho un esfuerzo para reunir en su documental a los descendientes. De aquí y de allá. Pero, más allá de ese trabajo (con años de investigación a cuestas), la mejor herencia está repartida por multitud de heladerías. Muchas de Cantabria.
Firmas como –ya se han nombrado– Tere Salas, La Polar (las dos), Hermanos López... Y hay otras. Amada Saiz es un rostro conocido en El Ferial, en Sarón. Es la responsable de Helados Trueba. En Helados Escudero presumen de su condición de artesanos desde 1964. Está Covadonga, con su eslogan de 'momento inspirador' y combinando tradición con modernidad. O las heladerías artesanas Riancho, El Ártico, Campíos... Locales –son solo algunos ejemplos, porque hay más– que recogen la experiencia pasiega por Torrelavega, Suances, Santander, Comillas, Cabezón, Piélagos... Con los mismos apellidos en ocasiones (muchos están emparentados).
Y hay otros. Aunque nada tengan que ver –hay que dejarlo claro– con el legado de los pasiegos. Historias distintas pero que forman parte de los veraneos y que hacen de Cantabria un emblema del helado. La tradición italiana que han mantenido en Capri. Monerris, por ejemplo, inauguró obrador en 1966 en Santander, pero trasladando aquí la tradición de sus turrones desde Jijona. O Regma, claro. Marcelino Castanedo adquirió en 1933 un local en la calle Hernán Cortés, una antigua heladería de unos italianos. Él conocía el sector del frío industrial y allí empezó una trayectoria de éxito evidente.
Sirva un dato. En el Paseo de Pereda, en Santander, hay siete heladerías distintas. Si se suman las cercanas (los jardines, Amós de Escalante, Plaza del Cuadro o Calvo Sotelo), durante el verano se van hasta doce.
Para acabar, una duda. ¿Por qué los pasiegos empezaron a hacer helado? No todos los descendientes saben contestar. Hablan de nevadas, de leche, de hielo y sal... ¿Por qué ellos lo exportaron? «Tal vez por esa forma de ver las cosas, por su visión», apunta uno de los veteranos sin responder del todo. «Las respuestas –dice la directora del documental– están en la película».
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