«La Guardia Civil de Cantabria ha procedido a la detención de un hombre vecino del término municipal de Herrerías por la supuesta comisión de los delitos de daños y contra la flora, fauna y animales domésticos sufridos por un ganadero de Bielva (Herrerías) en noviembre y diciembre del pasado año, y abril del actual». Es el principio de la nota enviada ayer desde la Benemérita. Describen los hechos. Los 72.000 euros que calculan en pérdidas, la muerte de las 23 tudancas y la quema de 800 fardos en un incendio «compatible con haber sido provocado», el detalle del lugar donde sucedió el incendio «conocido de forma casi exclusiva por vecinos de la zona o allegados a la víctima»...
Lo sucedido el pasado día 1 precipitó los hechos. Con los agentes investigando sobre el terreno y durante las fiestas del pueblo, a Arturo le hicieron otra chapuza. Esta vez, en dos tractores. Les cortaron los cables de la centralita de arranque o los neumáticos y les causaron otros daños bien visibles. Y más, porque los investigadores detectaron otras acciones pensadas -con muy mala leche- «para haber causado unos segundos daños al poner en funcionamiento la maquinaria tras subsanar los sabotajes que se detectaban a simple vista» (tornillos o piedras en los depósitos). Todo, otra vez, en un inmueble en el que pocos sabían que había un tractor. Más pistas.
«Yo no voy a hacer nada. Sólo dejar hacer a la Guardia Civil. No quiero jaleos con nadie»
Arturo Nebreda | Ganadero afectado
«Finalmente los agentes de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil de Cantabria que han llevado esta investigación bajo la dirección del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de San Vicente de la Barquera procedieron a la detención». Aunque la Benemérita no facilitó más datos sobre el detenido -y tampoco salió su nombre de la familia-, este periódico no tardó en saber que se trataba de un primo de Arturo Nebreda, de unos 25 años y que compartió con el ganadero techo durante mucho tiempo. También que su coche estaba ayer en Bielva y que le soltaron el mismo día de su detención a la espera de lo que diga el juez.
«¿Cómo vamos a estar? Me quedé de cuadro. Yo no me lo esperaba ni por lo más remoto»
Julián Fernández | Tío del ganadero y del detenido
«De cerca ya me decían los guardias que podía ser», «ahora estoy más tranquilo», «si le veo, ¿qué voy a hacer? Yo no quiero problemas», «la mujer claro que lo ha pasado mal»... Arturo no tuvo reparos en responder, pero siempre en un tono alejado de la controversia. «No sé, yo soy tranquilo y no quiero líos». Que no ve a su primo desde el día de la detención aunque sabe que está en el pueblo, que sí que tenían una relación fluida y que de los destrozos, económicamente, se «va recuperando» poco a poco.
¿Y tienes miedo? «Pues ahora ya no...».
Los tíos de ambos
A su lado, durante la charla, estaba su cuñado, Carlos Salas. Hermano de la esposa de Arturo. El primero que vio a los terneros destrozados cuando se los envenenaron. El que mostró más rabia en ese momento. «Ahora ya puedes dormir más tranquilo. A él le ves así, vale, pero lo llevaría todo por dentro... Ahora nada, que la justicia haga lo que tenga que hacer y ya está».
«Ahora puedes dormir más tranquilo por las noches y que la justicia haga lo que tenga que hacer»
arlos Salas | Cuñado del ganadero
Pero los más afectados en el mensaje eran los tíos. De uno -el ganadero- y del otro -el detenido-. Para entenderlo hay que saber que con ellos -tres hermanos y una hermana más (la madre del presunto autor de los hechos, ya fallecida)- se criaron prácticamente los chavales (con los diez años de diferencia de edad entre uno y otro porque Arturo tiene 34). «¿Cómo vamos a estar?». Julián Fernández se enteró el mismo jueves. «Me quedé de cuadro. Yo no me lo esperaba ni por lo más remoto». Aunque admite que en el pueblo se lo habían dejado caer y que llegó a preguntar a su sobrino hace ahora como un mes. «¿Y qué le voy a decir si le veo? Pues que qué ha hecho. Nosotros hemos estado toda la vida con ellos y nos llevamos bien con todo el mundo». Cuenta que, tras el incendio y el envenenamiento, le dijo a Arturo que «lo quitara todo». «Pero me dijo que ya era mejor tirar para adelante hasta donde llegáramos». «Yo sentí que ahí estaba toda una vida trabajando y que nos lo jodieron todo», añade su hermano Manuel, también visiblemente afectado. «¿Cómo no vamos a tener un disgusto? ¿Pero qué vamos a hacer?».
Les preguntan por las veinte vacas que el tercero de sus hermanos puso a nombre de Arturo al jubilarse hace ahora ocho años. Cuentan que se iban a desprender de ellas pero que el sobrino, para que las tudancas «que eran las que le gustaban al tío» no se perdieran, se hizo cargo de ellas, «pero para la familia». En el pueblo, en esos corrillos, a eso recurren a la hora de buscar explicaciones. «Envidias, alguna rencilla...». Insisten en que «son muy buena gente». La Guardia Civil no dio datos sobre los motivos, pero a nadie se le escapa que las desgracias del ganadero empezaron por entonces. Más allá de los animales. Le rayaban el coche, se lo abrieron y se lo destrozaron por dentro, le reventaron los cristales nada más repararlo. «Tenía que ser alguien conocido porque le llevaron de casa el dinero de unas vacas que había vendido y lo que quedaba en el sobre de la boda». Eso fue hace un año y medio. Demasiada casualidad, según ellos, que conocieran todos sus movimientos. Los sitios, las idas y venidas... Sin ir más lejos, el envenenamiento de los jatos justo después de decir en la cena que organizaron para recaudar fondos que los tenía vendidos.
Hablan de esas cosas y de otra. Casi sin que les pregunten, lo comentan. Y apuntan que los investigadores no descartan una hipótesis. Que en los hechos participara más de una persona. Que el por ahora detenido no sea el último. «Igual hay alguna sorpresa».
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