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Los investigadores del CIFA en los viveros que tiene en Muriedas

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Los investigadores del CIFA en los viveros que tiene en Muriedas Alberto Aja

Guardianes de las semillas

El banco del Centro de Investigación y Formación Agraria de Cantabria atesora el patrimonio genético de especies hortofrutícolas tradicionales de la región

Pilar Chato

Santander

Lunes, 2 de marzo 2020, 15:57

En Liébana un agricultor recoge cebollas. No unas cualquiera, las de Bedoya. En Isla, llega septiembre y los pimientos van madurando. Sus cultivadores repasan los abonos utilizados, el proceso y las pequeñas variaciones que lo han conservado y adaptado desde que llegaron de América hasta nuestros días. Y así pasa con los caricos o los nogales y avellanos que pueblan bosques y campos de Cantabria. Más cerca de la capital, bajo la lupa de microscopios y técnicos, esperan pequeños grupos de semillas cada uno en su recipiente. A cuatro grados centígrados y con una humedad de entre el 2 y el 3%. Cada uno etiquetado y clasificado. Cada uno estudiado y analizado para conocer hasta 50 caracteres diferentes que hablan de su comportamiento agronómico o de su calidad fisicoquímica y sensorial. Así, hasta 212 entradas de variedades hortícolas, en su inmensa mayoría tradicionales de Cantabria, que se guardan en el 'banco de semillas' –la colección de germoplasma– que el Centro de Investigación y Formación Agraria (CIFA) atesora en sus instalaciones de Muriedas. Ya en el exterior, aquí y en los viveros de Villapresente, invernaderos y plantones 'vigilan' otras especies locales, son los recursos fitogenéticos que se traducen en avellanos –hasta 57 entradas locales–, nogales (22), manzanos (28) o vid (50 entradas de dos variedades).

Todo ello forma parte de ese otro patrimonio de Cantabria que llega a la actualidad tras 10.000 años de evolución y adaptación de la agricultura. De ese proceso, y de que no se pierda este patrimonio, el genético de muestras semillas y plantas, es de lo que se ocupan los biólogos e ingenieros agrónomos de este centro que depende de la Consejería de Desarrollo Rural del Gobierno de Cantabria que dirige Guillermo Blanco. Y es que los pimientos de isla, el carico montañés, la cebolla lebaniega de Bedoya, el tomate; los avellanos y manzanos o los nogales de Cantabria y la vid –de seña o parduca– no son solo patrimonio sociocultural. Son también una garantía de futuro. Llevan siglos adaptándose y tienen una gran variabilidad, así que «siempre hay alguno que resiste», explican los investigadores del CIFA. Es la selección natural de quienes han sobrevivido a siglos.

El banco

  • Avellano: 57 entradas locales (normalmente por triplicado) y 10 referencias foráneas.

  • Nogal: 22 entradas locales y 4 referencias foráneas

  • Manzanos: 28 entradas locales (5 ejemplares por entrada) de los cuales hay 13 de mesa, 9 de sidra y 6 (mesa y sidra).

  • Vid: Seña (7 ejemplares) y Parduca (43 ejemplares)

  • Germoplasma variedades hortícolas: 212 entradas (23% judía grano, 12,7% tomate, 8,9% pimientos, 7,5% cebollas, 4,7% brasicas, 17,1% otros cultivos y 26% multiplicación de entradas ya existentes en la colección o sobrante de semilla).

Pilar Cavero, directora del CIFA; Eva María García Méndez, investigadora del área de horticultivos y José Luis González Sainz, técnico de experimentación, resumen en una palabra, «conservar», la tarea de esta especie de guardianes del patrimonio genético de la región, un paso básico de cara al objetivo final: «que se usen» y «ponerlas en valor». Entre el 80 y el 95% de las variedades conocidas a principios del siglo XX para los cultivos más importantes a nivel mundial se ha perdido. Actualmente se están utilizando unos 150 cultivos diferentes en el mundo y solamente 12 de ellos cubren casi toda la producción (patatas, arroz, maíz y trigo cubren más de la mitad).

Eva María García Méndez enseña una de las muestras de semillas Alberto Aja

Este 'banco de semillas' y el trabajo de investigación que se desarrolla en Muriedas busca frenar la pérdida de la biodiversidad agrícola, «que no desaparezca»; recuperar el cultivo de variedades tradicionales; favorecer la seguridad alimentaria; garantizar la disponibilidad de los recursos necesarios en el futuro o, simplemente, el desarrollo sostenible de las generaciones venideras y la puesta en valor de especies que tal vez tengan menos rentabilidad comercial, pero que su alta calidad y sus propiedades organolépticas –cómo sabe, cómo huele, su textura– compense ese mayor coste. Dentro esta cadena, Pilar Cavero hace hincapié también en otra línea de conexiones. La puesta en valor conlleva una mayor demanda del consumidor y el fomento del producto de cercanía, la agricultura ecológica y la fijación de la población al territorio en esos tiempos de España vaciada.

Y como parte de un patrimonio sociocultural, volvemos a las huertas de Liébana y de Isla, porque su tarea no solo está en el laboratorio. Hay también un proceso de 'recuperación' de saberes o costumbres en el que hablan con los agricultores tradicionales que cuentan cómo han conservado o mejorado determinadas semillas, qué abono usan, cuándo siembran, désde cuándo, el origen de la semilla. Todo es necesario. García Méndez y González Sainz ponen de ejemplo el tomate de Cantabria, adaptado al clima y a la tierra. De generación en generación el hortelano ha hecho «inconscientemente» una selección. Todo ello, clima, tierra, hortelano, son fuentes de variabilidad una fortaleza frente a los cultivos modernos homogéneos a los que si llega una plaga o un cambio ambiental los arrasa. «En los tradicionales, gracias esa variabilidad, siempre hay alguno que resiste».

En el CIFA sus técnicos conservan este testimonio genético, lo caracterizan en base a 50 parámetros (color de la planta, de la flor, tiempo de floración, tamaño, características morfológicas, calidad sensorial, rendimiento...), lo multiplican (programas de mejora) y, finalmente, lo ponen en valor. También trabajan para que algunas de estas especies entren en la Oficina Española de Variedades Vegetales y todo ello para lograr que, finalmente, simplemente, se usen.

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