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«A algunos les gusta ver arder»

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Alberto Aja | Sane

«A algunos les gusta ver arder»

Ramales y Ruente compartieron el triste protagonismo de las últimas horas | Una nube de humo instalada en el horizonte, los restos del monte quemado y las historias de vecinos y operarios, las huellas del paso del fuego

Álvaro Machín

Santander

Martes, 19 de febrero 2019, 07:17

En el Parque de Vegacorredor hay uno de esos carteles de 'Conserva el entorno, es de todos'. Leerlo este lunes era un ejercicio de ironía. Al levantar la vista a las alturas –que en Cantabria casi siempre implica ver montañas–, los paisanos se topaban con dos aviones descargando agua sobre los árboles abrasados de Ramales, Ruesga o Rasines. La Alcomba, que es lo que estuvo ardiendo, es una frontera natural entre los tres municipios. Se veía eso y una boina de humo. La misma atmósfera densa, el mismo horizonte manchado, que todavía estaba sobre Peña Cabarga. La que casi se podía tocar desde el mirador de Alisas o que los efectivos de la UME dejaron atrás a las tres de la tarde cuando arrancaron los camiones para despedirse de Ruente tras acabar su tarea contra el fuego. «¿Y qué sacan quemando esto?», se preguntaba un radioaficionado que andaba por el monte tratando de pillar los diálogos de los pilotos de los hidroaviones que iban y venían. «De aquí –le contestó un veterano vecino de Ramales– no se saca nada, pero a algunos les gusta ver arder». Acababan de cruzarse en un paraje recién arrasado.

«Anoche estuvo cortada, pero ahora está bien», comentaba a eso de las diez y media una pareja de la Guardia Civil cerca de la carretera para subir a Peña Cabarga. Tirando por la autovía, de camino a Ramales, las huellas de unas horas frenéticas. Una cuadrilla de Montes desviándose por la salida de Treto, un par de motoristas de Tráfico a la carrera... Todos con prisa. El olor a humo resultaba ya evidente por la zona del radar de tramo de Limpias. «¿La Alcomba por dónde es?», preguntaban dos conductores en una gasolinera. El que les daba instrucciones señalaba hacia una columna de humo en el monte.

«Empezó sobre las doce y media de la noche. Tenía tres puntos. Uno, en un eucaliptal. Directamente le dieron en un eucaliptal. Y otros dos puntos más en montaña, en una zona de sierra». Eso lo explicaba el jefe de comarca de la zona de Ramales, Soba, Arredondo y Ruesga, Luis Comuñes. «El incendio está controlado, estamos refrescando el terreno para mantenerlo y que no se reproduzca. Los hidroaviones están haciendo las últimas pasadas por el perímetro». El alcalde de Ruesga, Jesús Ramón Ochoa, lo resumía en los corrillos que se formaron en Vegacorredor entre los que esperaban novedades: «Los eucaliptos están todos 'tostaos'».

La cara manchada

Arriba, a esa misma hora, Luis Trueba seguía con la manguera en la mano y un compañero echándole un cable. El coordinador de Protección Civil en Ramales llevaba así desde medianoche –más de doce horas– y tenía un manchón negro en la cara (cara de crío, por cierto). Frente a él, los restos de árboles humeantes y alguna llama resistente. Ahí enchufaba. Detrás, un bosque intacto. «La carretera hace de cortafuegos y lo que tenemos que evitar es que pase. Está todo muy seco y eso hace que avance bastante rápido. Es una zona peligrosa porque, si pasa, es imparable». Y tanto, abajo, cerca, está el barrio de Cubillas. A la vista. «Refrescamos la zona donde hay más riesgo. Llevamos un depósito de 3.000 litros y hay que optimizar el agua», explicaba cuando le señalaban unos rescoldos algo más arriba «que no van a ninguna parte».

Sin descuidos. Por si acaso. El peligro acecha. «Hemos tenido un pequeño incidente en las labores de extinción por la mañana –había relatado Comuñes–. Miembros de Protección Civil, en un intervalo para avituallarse, se toparon con un nuevo foco cerca de donde tenían el camión autobomba. Había coches subiendo y bajando y no sabemos si ha podido ser algo intencionado, por eso avisamos a la Guardia Civil».

La charla entre los restos

El radioaficionado y el vecino se encontraron cerca de la zona en la que Trueba seguía trabajando. Caminando por una pista entre dos parcelas abrasadas. La imagen era dantesca. A un lado y al otro, la nada. Todo quemado. Comentaron que el fuego se quedó «al borde mismo» de los repetidores de telefonía y televisión para la zona. Unas enormes antenas que ahora parecían tener bajo sus pies, ladera abajo, un alfombra negra, patética. También lo «curioso» del alcance del incendio, a un lado y otro de la pista por la que difícilmente pasa un coche. Perfectamente separado y sin llegar a 'tocar' los matojos que bordeaban el camino. Como si lo diseñaran –ironía–con escuadra y cartabón. Y los dos se quedaron junto a un fotógrafo y a un periodista a ver cómo los dos hidroaviones descargaban el agua de sus depósitos sobre una de las chimeneas que todavía seguían vomitando humo. A eso de la una daban sus últimos viajes.

Alberto Aja | Sane
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De vuelta hacia Vegacorredor –allí había un vehículo sanitario de Cruz Roja, por si acaso–, una postal de restos y balances. «A eso lo llaman 'El huerto del Rey' porque plantaban allí antiguamente». Quemado. «El de esa casa ha estado toda la noche despierto». Al borde. «Dicen que por Valle, metiéndose por una pista, todavía queda un foco». Rescoldos.

Y de allí a Ruente. El otro punto 'caliente' del día. Más de cien kilómetros de carretera para encontrarse con la misma estampa de humo como falsa niebla en el horizonte. Acumulado de los últimos días. «De nuestra gente ya no queda nadie trabajando. Nos vamos a las tres». Los chicos de la Unidad Militar de Emergencia andaban con el bocadillo y los preparativos. Se marchaban. «Este lunes ha estado un pelotón trabajando en labores de extinción al sur de la localidad de Los Tojos. Eso ha sido lo que hemos tenido asignado esta mañana y a partir de las dos y media se ha suspendido la participación de la UME en los incendios de Cantabria», explicaba con lenguaje oficial y voz amable el teniente Fernando del Teso. «Lo que nos hemos encontrado estos días han sido bastantes incendios en las zonas altas del Valle de Cabuérniga y también ha habido gente de la UME por Solares».

Los vehículos –algo más de una docena– estaban aparcados en una explanada a pocos metros de la Fuentona. Por el pueblo, los uniformes rojos contrastaban con los chalecos amarillos de los operarios que andaban todavía reparando los destrozos en las aceras de las riadas de hace unas pocas semanas. La UME –ironía, otra más– estaba al lado de la carretera cortada por el argayo que se produjo por las inundaciones. Agua y fuego en menos de un mes. A las tres de la tarde, con puntualidad militar, los chicos se pusieron en marcha. Una fila de vehículos y regreso a la base.

«En Viaña ha sido como nunca». Era lo que se escuchaba en el comedor de un restaurante del mismo Ruente ya casi a las cuatro de la tarde. «No ha sido como lo de 2015, pero...». Tres agentes del Medio Natural lo comentaban con una familia en la mesa de al lado mientras esperaban el menú. «Entre lo del argayo y esto...». Días complicados. Cuando entraron alguien les pidió que tuvieran cuidado. «El cementerio está lleno de valientes».

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