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La tragedia del Vilaboa Uno podría haber sido aún mayor. Su rápido hundimiento activó una macabra cuenta atrás donde cada minuto transcurrido minaba ... las opciones de supervivencia de los náufragos. La providencial reacción de las tripulaciones del Siempre Nécora, de Colindres, y del Ave Fénix, de Santander, junto a una lancha de los Prácticos del Puerto, sirvió para rescatar con vida a siete de los diez tripulantes del barco siniestrado poco antes.
Su intervención se activó por esa ley no escrita de la mar que convierte en prioridad la respuesta ante una señal de auxilio como la que emitió a las 04.10 horas del lunes el malogrado arrastrero. «Salta el código de alarma y te pones a buscar a los compañeros. La pesca, los peces, no existen. A tu compañero le pasa algo y eso es lo primero. Da igual quién sea. Ni al peor enemigo se le deja tirado. Nos podemos llevar a matar en tierra, pero que no le pase nada a alguien en la mar, porque allá vamos. Es algo sagrado para nosotros». Como si de un catecismo se tratase, Pedro Antonio Fernández San José, 'Tato', del Siempre Nécora, y Vicente San Miguel Pérez, del Ave Fénix, repiten las consignas de su credo.
«No somos ni héroes ni nada por el estilo. Hemos hecho lo que teníamos que hacer», sostienen ambos patrones. Transcurrida una semana, se hallan en pleno proceso de digerir una experiencia que tardarán en olvidar. Hijos y nietos de pescadores, son herederos de un legado que tiene sus propias reglas. «Cada vez que fallece un pescador de esta manera, es un cacho que te quitan. Aunque no lo conozcas. Podrías ser tú. Todos vamos a lo mismo», subraya Vicente.
En su caso, conocía al patrón, al segundo patrón y al 'Fali' -Francisco Sampedro Faleato-, el infortunado marinero del Barrio Pesquero que fue uno de los fallecidos. «Navegó con mi abuelo», recuerda. Al resto los conoce de vista. «Nos habremos visto cientos de veces en el muelle», daba por hecho.
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Por su parte, Pedro sólo conocía «de hablar por la emisora» al patrón del Vilaboa Uno. «No paraba de darnos las gracias por haberles rescatado», recuerda del horrible amanecer en el que lograron arrebatar al mar a seis supervivientes. También izaron al Fali, cuya imagen en el agua no logra quitarse de la cabeza. «Le intentamos reanimar a bordo. Pero fue en vano. Es muy duro no poder hacer nada por alguien», recuerda.
El azar también jugó su papel. A la hora del siniestro, lo normal es que las dos embarcaciones aún siguieran amarradas en sus puertos de referencia. Lo que hubiera supuesto una muerte segura de los náufragos. Pero habían acordado la víspera -el domingo- que pondrían rumbo a San Vicente de la Barquera.
«¿Has oído el 16?», le preguntó Vicente por vía interna a Pedro en referencia al canal reservado para las emergencias. «Algo le pasa al Vilaboa. Hay que poner rumbo para allá», advirtió. La pantalla le mostró que, a la vez que ellos, también viraron el rumbo dos barcos gallegos, el Non Sei y el María del Carmen. Los cuatro, junto a la lancha de los Prácticos, fueron los primeros en llegar al fatídico punto.
Vicente se llena de indignación ante la versión de los hechos que sostiene que fue Salvamento Marítimo quien coordinó el rescate. «Eso no fue así. Nadie nos mandó ir a ningún lado. Salió de nosotros» , repite.
La señal del Vilaboa desapareció en cuestión de minutos del AIS, el sistema automático que sirve para localizar y ubicar a las embarcaciones en tiempo real. Pedro había puesto el motor a todo lo que daba de sí, hasta alcanzar una velocidad de doce nudos. Al llegar a la posición de referencia, allí no se veía ni al barco ni a sus tripulantes. «Yo estaba nervioso. Les gritaba a mis hombres que mirasen bien, que ahí tenían que estar. Pero no había ningún rastro», relata.
Su olfato de lobo de mar le llevó a interpretar la posible deriva en función de las corrientes. El nuevo rumbo se prolongó durante cinco interminables minutos, hasta que uno de sus hombres dio una voz alertando del avistamiento. Primero unas boyas. Y luego, los tripulantes. «¡Ahí están!», gritaban fuera de sí sus marineros. Pedro iba con cuidado, para evitar cualquier golpe fatal a aquellos exhaustos hombres que se mantenían a flote con los chalecos salvavidas. La configuración de su cubierta, casi al ras del agua, favoreció la maniobra del rescate. A los dos últimos los izaron con ayuda de la grúa, rotos por el esfuerzo. En el regreso a puerto lograron que volviese en sí uno de los más graves, que echaba espuma por la boca.
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