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Alejandra Blanco | Médico Urgencias Valdecilla
«Hace dos años éramos héroes y ahora nos insultan y agreden, y eso es intolerable», dice Alejandra Blanco. Lleva cuatro años como médico de Urgencias del Hospital Valdecilla, la mitad de su carrera ha discurrido en pandemia, y en ese tiempo, entre lo urgente, ... lo desconocido y lo importante, ha aprendido también que el valor de los aplausos estaba supeditado no sólo a su labor sino a la respuesta inmediata del servicio sanitario, una respuesta que ahora se pone en entredicho, víctima de la saturación:«Comprendemos que la sociedad y los ciudadanos están cansados, con miedos y angustia, pero tienen que entender que nosotros también, que hay mucha sobrecarga de trabajo por la situación y además hay bajas, lo cual genera doble sobrecarga». Por eso, dice, «pedimos un esfuerzo de comprensión a toda la población y usar las Urgencias de forma responsable porque hacerlo así conlleva atenderlos mejor». ¿Sabemos diferenciar una urgencia de lo que no? «A veces parece que no. Y no sé si tiene que ver con la información que se le da a los pacientes o a los ciudadanos en general, pero la experiencia tras dos años es que lo esencial es dar una información veraz, precisa y clara por parte de los políticos y de los medios de comunicación». Ante la pregunta de si es un problema de desinformación o de educación, la médico cree que algunos pacientes llegan «confundidos» porque la información no es clara: «A veces se malinterpreta y vienen buscando cosas que no existen, por ejemplo recientemente se dijo que se había ampliado el servicio de Urgencias y no es cierto, sólo se ha ampliado una sala de espera, y eso no es aumentar la capacidad asistencial». ¿Ha vivido más violencia con el colapso generado por Ómicron?«Todos mis compañeros lo vivimos a diario, no tanto como el episodio que se ha vivido recientemente, pero la gente llega exigiéndote y malhumorada y te contesta mal, y deben entender que estamos cansados y que también nosotros podríamos responder así y, en cambio, no lo hacemos». Lo que está claro, dice, es que no había una ley o un manual y al principio se podían justificar las improvisaciones, pero tras dos años los políticos tardan en dar soluciones, y si algo ha puesto de manifiesto esta pandemia es que hay que reforzar el sistema público de salud».
Roberto González | Médico de familia en Camargo
Hay algo violento en ciertos números, y si un médico tiene por delante una agenda diaria «con hasta 70 pacientes», el peso de cada minuto se traduce en asfixia. «La Atención Primaria no está saturada, sino lo siguiente», dice Roberto González, que ve en el colapso actual una consecuencia de algo previo a la pandemia. Y lo enumera: «Ya estábamos saturados porque los recursos en Primaria no están adecuados al volumen asistencial, la gente cada vez es más mayor, tiene más patologías, requiere más tiempo de atención; con todo esto te explota la pandemia en la cara y la saturación se ha elevado al cubo», dice después de 25 años de carrera. «Entiendo que la población quiere una atención que siempre se le ha vendido como 'venga usted cuando quiera', así que cuando ya no tiene esa atención, la gente se enfada y al final lo paga con el profesional sanitario, que es el que menos culpa tiene porque atendemos entre 50 y 70 pacientes al día por teléfono y presencial. «El mayor enfado es con la falta de accesibilidad al centro, pero veo a mis compañeros de administración cogiendo llamadas, llamando a su vez para enviar informes de baja por mail, dando paso a las citas para el especialista, una analítica... están desbordados». Aun así, ve y escucha una agresividad creciente en el centro de salud de Camargo donde trabaja: «Yo personalmente no he tenido ningún episodio, pero sí he visto a gente encararse al personal administrativo. Todo lo que es urgente, como un ictus, un infarto, un golpe, un accidente, todo eso se atiende, pero la gente ve su urgencia como lo más importante», admite, y en ese sentido, dice, «no miramos que otra persona requiere atención prioritaria y no somos capaces de entenderlo; la gente está muy irritable». En su caso, la violencia ha sido más por teléfono «y siempre les digo: ¡qué más quisiera que poder verle!, pero con 70 pacientes en una mañana es imposible». De ahí que esta situación le empuje a hacer una reflexión sobre un cambio en la Atención Primaria: «Falta educación sanitaria, qué hacer cuando tienes sólo un catarro, cuándo llamar o acudir a tu médico es o no necesario. Pero la gente quiere inmediatez, la sociedad en la que vivimos es todo rápido y acceder al médico y que me atienda y me mire también debe ser inmediato, pero ahora mismo los recursos no dan para eso y no creo que los políticos vayan a invertir».
Aurora Aguilar | Enfermera responsable en Liébana
En Liébana, la atención sanitaria se desplaza entre pueblos separados por kilómetros. En los consultorios se atiende a la población por zonas, pero todo el covid se ha centralizado en Potes, donde «el Consistorio ha puesto una caseta» para hacer las PCR de forma que «en el pequeño centro de salud no tengan que convivir pacientes no covid con posibles positivos». También en Liébana, a pesar de la «tranquilidad» que había, la crispación es notable: «Después de veinte años, nunca había vivido una situación como esta», reconoce la enfermera responsable del equipo de Liébana, Aurora Aguilar. «Al principio la gente sentía desconcierto, inquietud, miedo a lo desconocido y éramos su referencia, pero ahora ya no, ahora vienen con sus necesidades y no se llega a todo entre atender pacientes, hacer PRC, poner vacunas...». ¿Cree que la sociedad se pregunta qué necesitan los sanitarios? «No, sólo quieren que les resuelvas su papeleta, y lo entiendo, han sido muchos meses y la gente está nerviosa, y eso ha aumentado con el colapso sanitario, de hecho ya hemos sufrido una agresión a pesar de que esta era una zona muy tranquila». Sucedió con una persona que no estaba citada para hacerse una PCR: «Le explicamos cuál era el funcionamiento y que sin cita previa no se podía hacer la prueba; nos amenazaron, nos insultaron, nos dijeron que nos iban a matar y hubo que llamar a la Guardia Civil. Hemos tenido dos agentes con nosotros porque hemos tenido miedo», dice. «Quiero entender lo que está pasando, pero es un poco injusto, no tenemos la culpa de este colapso y estamos haciendo un sobreesfuerzo, sobre todo en Liébana». ¿Qué pasó tras la agresión? ¿Cómo reaccionaron? «Al día siguiente, volvieron con su cita concertada y las cosas bien hechas, se les explicó el procedimiento y no hubo ningún problema, pero vieron allí a los agentes. Hay enfados diarios en la puerta del centro de salud, el que quiere algo, lo quiere ya y lo entiendo porque están cansados, pero el cansancio también lo tienen los sanitarios». No obstante, matiza, «tampoco ha habido aquí muchas agresiones y desde que empezó la pandemia es una zona bastante privilegiada». Por eso pide comprensión: «Yo escucho a los pacientes, intento siempre ayudarles, pero la verdad es que la sociedad está muy cansada, y nosotros también, pero vamos a seguir atendiéndoles».
Raúl Fernández | Enfermero de Atención Primaria
Después de ejercer la enfermería en el Hospital Valdecilla, Raúl Fernández llegó a la Atención Primaria donde trabaja desde hace una década. Desde entonces ha visto pacientes de todo tipo: «El agresivo siempre es agresivo, pero ahora lo es más», y los que antes no protestaban ahora lo hacen en mayor medida. ¿La razón? «Creo que la mayor crispación la está provocando la dificultad de acceso del paciente a nosotros mismos, al centro», dice. Además del «hartazgo de la propia sociedad», otra consecuencia es «la ineficacia de la gestión sanitaria que se está haciendo de la pandemia, porque hay una falta de recursos humanos y materiales para hacer frente a lo que está pasando que no es comparable con la primera ola, cuando no se sabía nada», explica. «Creo que no se está invirtiendo, estamos en la sexta ola y no se está invirtiendo nada», dice. Por eso su mayor temor es que «llegue una octava ola y sigamos con el mismo hartazgo y los mismos recursos y el mismo cansancio, porque esto es más de lo mismo». En su día a día, sí percibe que esa crispación ha derivado en más violencia: «Han aumentado las agresiones, pero más que al personal sanitario, sobre todo es la violencia verbal hacia los compañeros del mostrador de admisión, porque los auxiliares o los celadores son la primera barrera de acceso al centro». Alguna vez ha tenido que «salir de la consulta para mediar e intentar calmar a alguien». A su juicio, «lo que más tapón está haciendo es el tema administrativo», de ahí la necesidad de «invertir en sistemas que agilicen estos trámites», dice. «La gente llega con la escopeta cargada, porque una baja laboral es un tema muy urgente, y se encuentra colas de una hora». Él nunca ha sufrido una agresión, pero reconoce que se siente «arropado» por la figura del 'mediador policial', «un agente de la Policía Nacional en Santander o un Guardia Civil en el resto de la región, al que avisamos ante una situación violenta. En apenas diez minutos llega una patrulla, y nos sentimos muy respaldados por ellos». ¿Siente miedo?«No, pero sí cansancio por la falta de respeto continua. Creo que estamos normalizando la falta de respeto, y si normalizas eso, a saber dónde puede acabar un día todo esto».
Lorena Alegría | Médico Urgencias SUAP Gama
Lorena Alegría empieza a pronunciar el insulto, pero lo deja en el aire: «Me duele tanto que me griten hija de... como que nos digan que somos unos vagos. Me duele igual porque después de dos años con la lengua fuera no nos merecemos esto», confiesa cuando se le pregunta cómo es su día a día en el Servicio de Urgencias de Atención Primaria (SUAP) de Gama: «Hay mucha crispación y trabajas a la defensiva. El agresivo de por sí lo es siempre, pero hay gente que viene con la escopeta cargada y somos su saco de boxeo». Empezó a notar cierto cambio después de verano, pero en diciembre, la crispación se hizo insoportable: «Cuando ven la cola ya se calientan, y entiendo que estén enfadados, pero el sistema no da más de sí, es un volumen brutal de pacientes y están saliendo positivos como no hemos visto nunca». Y esto, además, les coge con una sobrecarga de tareas multiplicada: «Tienen que entender que la situación es la que es, no sólo es el coronavirus, hay más dolencias, y además están también las PCR, las vacunas, que nos cambian los procedimientos cada dos por tres, que los centros de salud no tienen salas preparadas para aislar a posibles positivos de los otros pacientes». Lleva 22 años en Urgencias de Atención Primaria, los últimos seis en el centro de salud de Castro y desde el pasado mes de octubre, en el de Gama. Agresividad, dice, ha habido durante toda la pandemia, y no pocas veces han tenido que llamar a la Guardia Civil, «que siempre ha estado pendiente de cómo evolucionaba la situación», pero la solución no pasa por presencia policial, sino por recuperar «el sentido común» ante una situación límite: «Hay un aumento en todo y la gente no asume que los recursos son limitados y que las urgencias son urgencias y que no están para darte el resultado de una analítica, por ejemplo. Están enrabietados y lo entiendo, pero lo pagan con nosotros». ¿Alguna vez ha pensado en tirar la toalla? «Claro», responde. «Por primera vez en toda mi carrera he pensado en pedir la baja por puro agotamiento, porque tengo tres hijos y es imposible conciliar, pero no lo hago. La población está desencantada y enfadada y se nota mucha crispación, pero no es la mayoría de los pacientes, al contrario; eso sí que lo quiero dejar claro, muchos pacientes nos dan las gracias por seguir, pero ¿qué vamos a hacer? ¿Qué recursos tenemos? No sé dónde está la pócima».
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