Borrar
Ansola
La historia de las Niñas Pájaro

La historia de las Niñas Pájaro

LEYENDAS DE AQUÍ ·

Tras la leyenda de las dos menores afectadas de progeria habita una historia afectiva y de superación

Aser Falagán

Santander

Sábado, 11 de septiembre 2021, 07:47

«Estos vestidos, para las niñas pájaro», decía Manolo San Martín junto a un mostrador. Preparaba una visita al Sanatorio de Pedrosa, incrustado en una isla que encierra una leyenda en cada rincón. Tantas que ni siquiera esas niñas pájaro podrían divisar todos los escenarios posibles de un solo golpe de vista desde su habitación de la clínica. Porque Pedrosa tiene algo magnético; una atracción especial. Incluso la reina Victoria Eugenia visitó en 1920 ese hotspot del diminuto pueblo de Pontejos.

Una de las leyendas más conocidas de la que probablemente sea la isla más fascinante de Cantabria es la de las niñas pájaro. Solo pronunciar su nombre evoca algo mágico y algunas versiones hablaron de muchos más niños pájaro, y no solo niñas. La leyenda se extendió entre todos los jóvenes, promovida entre otras cosas por las recogidas de ropa que el propietario del Café Suizo, Manuel San Martín (años atrás presidente del Racing y de Pedreña), organizaba para los internos de la clínica. Solían coincidir con la víspera de Reyes, cuando una cabalgata visitaba la zona y los más jóvenes, disfrazados de pajes, llegaban a Pedrosa con el objetivo de ver a las niñas pájaro. Solo algunos lo consiguieron.

Decían que se alojaban en la última planta; que llamaban la Picota, pero no era así. Las niñas, conocidas así por el aspecto muy característico que una enfermedad ósea llamada progeria confería a su rostro, eran dos internas más de las instalaciones a mediados del sigloXX.

Se llamaban Aurora y Pilar y eran dos hermanas de Ampuero que nacidas en 1955 y 1957 y aquejadas de progeria llegaron al sanatorio a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Hijas de un matrimonio humilde, tenían otros tres hermanos y vivieron sus primeros años con sus padres, pero al caer su madre enferma en los sesenta la familia ya no pudo atenderlas como necesitaban y hasta entonces había hecho. Así fue como ingresaron en el Sanatorio de Pedrosa, en aquel momento especializado, entre otras cosas, en el cuidado infantil, y especialmente de pacientes con enfermedades óseas. Un lugar, en resumen, para que estuvieran bien atendidas en un momento en el que la dolencia ya había dado a su cuerpo y su rostro ese aspecto tan marcado que motivó su apelativo.resultó una experiencia dura por las difíciles circunstancias y a pesar del buen trato recibido, pero consiguieron adaptarse.

Lejos de estar escondidas, como dice la leyenda, paseaban tranquilamente por el recinto y el pueblo y recibían constantes visitas, tanto de la familia como de los voluntarios que colaboraban con el centro, atendido por religiosas. No se alojaban en la Picota, sino en el pabellón número 2, casualmente el edificio que, ya en ruinas, más leyendas ha inspirado, algunas de fantasmas.

Las visitas de los familiares se hicieron habituales, como las comidas dominicales en Pontejos, y poco después de la muerte de su madre en 1968 su propio padre estuvo ingresado en el mismo sanatorio durante unos meses por problemas de espalda. Tras su recuperación, vendió sus propiedades y ganado en Ampuero para trasladarse a Santander y poder al fin volver a hacerse cargo de sus hijas, como era su deseo. Arrancaban ya los setenta, Aurora y Pilar tenían doce y catorce años, sus hermanos eran algo mayores, ellas tenía edad para cuidar de sí mismas y, terminada la mudanza, volvieron a vivir con su familia. En la calle Floranes, para más señas.

Para entonces el prematuro envejecimiento de su cuerpo, otro de los efectos de su enfermedad, no solo había afectado a su aspecto, sino deteriorado el organismo de dos jóvenes que plenamente lúcidas, escolarizadas –el hospital de Pontejos tenía entre sus servicios clases diarias– y conscientes de su situación, no alcanzaron siquiera la treintena. Un paro cardiaco relacionado con su enfermedad terminó con las vidas de ambas cuando tenían 24 y 16 años, respectivamente, pero su recuerdo quedó siempre entre quienes las conocieron y compartieron con ellas sus salidas dominicales por Pontejos. Como el cariño de sus familias, las monjas y quienes las coincidieron con ellas.

La leyenda urbana bebió en su momento del estigma que en distintas épocas persiguió al centro y del que siempre ha rodeado a algunas enfermedades. La progeria afecta tanto a los órganos internos, especialmente al corazón, como a los huesos y las articulaciones, y acelera extremadamente el envejecimiento, además de dar ese aspecto característico a quienes la padecen. Pero si algo destaca en la historia de las niñas pájaro es la lección de afectividad que habita en ella y el ejemplo de superación que dieron Aurora y Pilar ante una de las denominadas enfermedades raras en unos tiempos difíciles y cambiantes, como aquellos que les tocó vivir.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes La historia de las Niñas Pájaro