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Si en los últimos años usted ha visitado las cuevas de Covalanas, Hornos de la Peña o Monte Castillo, o ha tenido la suerte de entrar en Altamira, seguro que tiene un recuerdo embriagador. La fascinación que se siente cuando uno contempla esas paredes es ... algo que no se olvida. Seguro que le ocurre lo mismo con la persona que le fue narrando cómo era la vida allí hace miles de años y que hoy ve en esta página recibiendo el galardón que cada año entrega la Sociedad Prehistórica de Cantabria a personas o entidades que hayan destacado por su labor en la investigación, conservación y difusión social del patrimonio arqueológico e histórico.
Los guías son profesionales que hablan con pasión, que disfrutan de su trabajo, que protegen y vigilan el patrimonio rupestre. Precisamente por la importancia de este colectivo, se decidió rendirles un homenaje y personificarlo en las figuras de María Luisa Cuevas, de Altamira; Ludovico Rodríguez, Ludy, de Hornos de la Peña; Joaquín Eguizábal, Pencho, de Covalanas; José María Ceballos, Chema, de las cuevas del Monte Castillo y responsable de las cuevas prehistóricas de la región; y José Riancho Hoz, también de Monte Castillo, que es el único de los cinco que sigue en activo y se niega a jubilarse. Por el trabajo que han desempeñado, por ser «los narradores de historias milenarias, los guardianes de cuevas ancestrales y los embajadores de la historia prehistórica de nuestra región», los cinco recibieron emocionados esta distinción.
La tarde empezó con abrazos en la sala de audiovisuales del Casyc, pero la convocatoria superó el aforo y la organización decidió mover a todo el público a otra zona del edificio de Tantín. Entre ellos, la consejera de Cultura, Turismo y Deporte, Eva Guillermina Fernández; el catedrático de Prehistoria de la UC, Manuel González Morales; la directora del Museo Nacional y Centro de Investigación Altamira, Pilar Fatás; y el artista Juan Martínez Moro que, además de elaborar el grabado que se entregó a los premiados, también es miembro de la junta directiva de la Sociedad Prehistórica. Su presidenta, Ramona Fuente, estaba muy orgullosa de la acogida. Decía con énfasis que «no hay que esperar a que la gente se muera; los homenajes hay que hacerlos en vida», y recordaba con cariño las ediciones que alabaron la labor de Joaquín González Echegaray, de Jean Clottes, de Miguel Ángel García Guinea o de Benito Madariaga… Desde 2005 empezaron a entregar estos reconocimientos y en esta edición han decidido reivindicar la actividad profesional de estos «custodios directos» del patrimonio de las cuevas de la región.
La consejera de Cultura recordó que sus inicios profesionales fueron como guía en las cuevas de Cantabria, por lo que conocía de cerca «la pasión y el compromiso que implica este trabajo, porque cada vez que guiamos a visitantes a través de las profundidades, compartimos un pedazo de nuestra historia y cultura». El catedrático González Morales también destacó que «es de justicia» reconocer la labor de estos profesionales porque durante años eran «los que conocían los problemas, los que sin formación específica aprendían mucho de todos los que pasaban por allí». En su intervención, Pilar Fatás recordó un viaje a Moscú donde fue a dar una conferencia y un historiador ruso, al saber que era la directora de Altamira, se le acercó y le preguntó «por María Luisa». Al comentar esta anécdota, la sala comenzó a aplaudir y la que fuera guía de la Sala de Polícromos se ruborizó al saber que, como al resto de sus compañeros, se les recuerda con cariño. Para terminar las intervenciones, Martínez Moro evocó la visita que realizó con su mujer a Hornos de la Peña: «Fue brutal porque Ludy estaba muy implicado para que la experiencia fuera más intensa». Además explicó que, en el grabado que se llevaban de recuerdo, había plasmado «manos en negativo dentro de una gran mano –simbolizando al guía con los visitantes–, rodeada de un fondo negro con el que inmortaliza «el contexto de oscuridad» por el que se camina por las cuevas.
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Tras recibir grandes elogios y sentir que todos los esfuerzos que hicieron durante sus carreras merecieron la pena, los cinco recogieron su lámina. Ludy Rodríguez, ya jubilado, custodió durante años, y entre otras, la cueva de Hornos de la Peña. En agradecimiento a la distinción quiso leer uno de sus poemas inspirado en la labor que ha realizado durante 33 años viendo «las sombras a ritmo de fuego» mientras «una piel de bisonte vigilaba la sala». María Luisa Cuevas recordó que empezó en Altamira en abril de 1973 y «jamás olvidaré la emoción de abrir la puerta de la cueva y transmitir todo lo que sabía a los visitantes». José Riancho es el único de los cinco que sigue en activo como guía en Monte Castillo. «Yo no trabajo, yo disfruto así que, aunque pueda, todavía no quiero jubilarme», matizaba comentando que «lo mejor de mi labor es conocer gente». Por su parte, Joaquín Eguizábal recordó con cariño los años que pasó en Covalanas, donde atesoró miles de anécdotas mientras conocía a los popes de la Prehistoria o explicaba a los neófitos el «valor de lo que tenemos». Finalmente, José María Ceballos reconoció que su trabajo había sido «una especie de droga» y que, «aunque he dejado de trabajar, no he dejado de visitar cuevas. Siempre es una disculpa para salir de casa y seguir en la brecha del arte rupestre».
Por último, los cinco subrayaron con orgullo la labor que realizan todos sus compañeros en las cerca de setenta cuevas que hay en Cantabria, diez de ellas Patrimonio de la Humanidad.
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