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El Aula de Cultura del Colegio de Médicos de Cantabria es un búnker de sabiduría donde decenas de especialistas en el campo de la salud -doctores, científicos e investigadores- han ido depositando sus conocimientos durante la última década, el tiempo que lleva abierta. Un ... espacio al que los profesionales pueden acudir en busca de las respuestas a sus preguntas. Un rincón necesario en la función pedagógica de la institución, que ayer lo sacó del anonimato y le puso nombre y dos apellidos en homenaje a una de las figuras más relevantes de la historia médica de la comunidad autónoma, el doctor Enrique Diego-Madrazo, llamado a ser el padre de la asepsia en España.
Propuesto, defendido e impulsado personalmente por los médicos Aurelio González de Riancho y José Francisco Díaz, a quienes les pareció esta la mejor manera de celebrar el 175 aniversario del nacimiento del galeno, el bautismo tuvo lugar en un acto organizado en el propio colegio al que acudieron casi un centenar de profesionales de la salud que no se lo quisieron perder y que pilotó con agilidad el historiador Javier Gómez Arroyo, vigía del legado del cirujano, tan pasiego como él.
Sobre la pila, la enorme aportación a la profesión de la medicina de quien se sintió un hombre incomprendido.
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Ángela Casado
Eso dijo de él Gómez Arroyo, conductor de una conferencia que después derivó en coloquio y que sirvió a los asistentes para conocer mejor la vida tanto personal como profesional de quien haciéndose doctor en las universidades de Valladolid y Madrid, decidió, luego de una breve estancia en Reinosa, donde ejerció, hacer las maletas y marcharse a Alemania y a Francia atraído por las modernas técnicas de medicina y cirugía que ya entonces se aplicaban en Europa y que él trató de introducir en España sin mucho éxito.
«Allí entendió que todo lo que había estudiado aquí no le había valido para nada», dijo el historiador hablando de Madrazo, que en Alemania tuvo la oportunidad de conocer al investigador Rudolff Virchow, considerado el impulsor de la patología moderna, y en Francia llegó a ser discípulo del biólogo Claude Bernard, fundador de la medicina experimental y descubridor de la función digestiva del páncreas.
Aunque fue su acercamiento al cirujano británico Joseph Lister y sus métodos esterilizantes lo que puso al doctor Madrazo tras el rastro de la conocida como medicina aséptica.
Con lo aprendido en su periplo europeo, el clínico pasiego regresó a España para opositar a la cátedra de Cirugía, plaza que obtuvo con el número uno y que posteriormente le sería vetada «por sus ideas republicanas», según puntualizó Gómez Arroyo, que relató el acceso casi forzoso del médico a la sanidad militar, área en la que ejerció varios años y en la que presentó su dimisión tras un enfrentamiento personal con Fernando Primo de Rivera, ministro de la guerra.
«En el fondo era un incomprendido», aseguraría el historiador, que para lijar esta impresión suya dijo ver en Enrique Diego-Madrazo a «un hombre avanzado a su tiempo» que, después de renunciar a la sanidad militar, encontró refugio en un inmueble de la madrileña calle Preciados, donde «montó una consulta en la que llevaba a cabo operaciones quirúrgicas con las técnicas asépticas que había aprendido en el extranjero y con las que salvó muchas vidas y adquirió dinero y, sobre todo, fama».
Comoquiera que su metodología «no llegó a cuajar entre los directores de instrucción pública» y «ya un poco rebotado de todo», el prestigioso médico cántabro «regresó a casa, a Vega de Pas», donde no solo proyectó la construcción de un sanatorio quirúrgico sino que despertó el interés de los pasiegos por la ganadería antes de trasladarse a Santander «para seguir aplicando aquí las mismas técnicas asépticas que ya le habían hecho famoso en todo el país», dijo Gómez Arroyo, que piensa que los cántabros «no conocemos lo suficiente» la figura del doctor Madrazo. «Fue un médico humanista y pedagogo», subrayó el historiador en el epílogo de su conferencia. «Un hombre cuyo valor estribaba en sus manos y en su inteligencia» que murió a los 92 años «confortado por su familia y por el cardenal Ángel Herrera Oria», que por aquel tiempo apenas era un simple sacerdote.
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