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Nada más comenzar el conflicto bélico la madrugada del pasado 24 de febrero, las dos abuelas de Katya Diemientieva (31 años), le calmaron diciendo que el fuego se quedaría en la frontera y que nunca llegaría hasta sus pueblos, en el centro del país. «Pero ... los bombardeos han ido de norte a sur, y de este a oeste. Ya nadie se siente seguro, y tampoco donde viven ellas», en Vinnytsia, una población de algo más de 300.000 habitantes a 300 kilómetros al sureste de Kiev.
«Justo allí hay dos aeropuertos, uno civil y otro militar, por eso los bombardeos se han escuchado; aunque sea de lejos». Las sirenas suenan al menos una vez cada hora. También llegan mensajes a través de los medios de comunicación y a través del móvil. Cualquier amenaza, sea un avión sospechoso sobrevolando la zona, o un movimiento no previsto por tierra, pone en alerta a la población y llama a ocultarse de las bombas en los refugios.
«En Ucrania la mayor parte de las casas cuentan con sótanos cavados en la tierra que sirven de trastero y despensa. Allí se están ocultando mis abuelas. Las pobres tienen 73 y 75 años y esta pasada noche han bajado y subido al menos dos veces con los gatos y los perros», narra Katya, que llegó a España para establecerse en Santander hace siete años.
No puede evitar que se le humedezca la mirada al pensar lo que estarán sufriendo estas dos mujeres mayores; aunque ellas, desde allí, parecen querer proyectar una imagen de entereza que resulta encomiable. «La mayor me ha dicho que está por casa todo el día con su mejor vestido puesto. Dice que si la van a matar, quiere estar guapa».
Ninguna de las dos quieren abandonar su casa. «Tuve la oportunidad de habérmelas traído a Cantabria hace un mes, cuando todo comenzaba a enturbiarse;pero no quisieron, de ninguna de las maneras».
Lo cierto es que el ciudadano ucraniano de a pie está mostrando un sentido del honor patrio incalculable. «Hay gente que está en España y que conozco y que está pensando ir a defender a su país. En mi casa, mi marido ha dicho que cree que debería ir. No sabemos qué vamos a hacer, pero como la guerra siga... no sé lo que vamos a hacer». «Estamos hablando de defender no a un país sino a tu familia, tu casa, tu vida. Mis compatriotas están defendiendo su vida, por eso estamos conteniendo la invasión».
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Por eso, y porque el ejército ruso, pese a su potencial armamentístico, hace aguas en muchos sentidos. «Me han contado historias de chicos soldado rusos, muy jóvenes, que han ido engañados pensando que iban a matar nazis. '¡Pero aquí no hay nazis!', creo que andan protestando, y luego huyen en deserción».
Katya no comprende cómo a estas alturas del siglo XXI «teniendo la herramienta de la diplomacia, todavía suceden cosas como esta. No tiene sentido, no hay razón que lleve a esto, porque encima ahora, con las sanciones económicas, Rusia está en una situación muy comprometida, pero que muy comprometida». Dice que el descrédito de Putin crece en la calle, entre sus compatriotas . «Tengo amigos que me están diciendo que sienten vergüenza, que eso no es cosa suya, que es sólo cosa de Putin; pero muchos de ellos no salen a la calle a protestar por miedo. Lógico, pues hay una orden de que si lo haces puedes ingresar diez años en la cárcel».
En las grandes ciudades ya no queda casi nadie, «la mayor parte de la gente ha huido a los pueblos». La mayoría se ha preparado para lo que podría ser una contienda larga. Aunque luego hay caracteres, personalidades, gente más precavida, y otra que lo es menos. «Una de mis abuelas, la más mayor, se preparó durante estas semanas previas al conflicto. Compró toda clase de alimentos y los guardó para poder estar encerrada un tiempo. Dice que así se hizo en la Segunda Guerra Mundial. La otra no se preocupó de hacerlo porque en el fondo creo que nunca pensó que podría estallar la guerra».
Los vecinos más cercanos las están ayudando y eso consuela a Katya. La gente está dando una lección de solidaridad muy importante, y también de fortaleza. «Ahora, con las sanciones internacionales y con el apoyo y las armas que llegan de Europa y EE UU, los ucranianos realmente creemos que vamos a poder alcanzar la victoria». Afirma que tiene pensado viajar a su país el próximo 8 de marzo. «Espero que para entonces, podamos celebrar esa victoria».
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