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Fue el pasado 3 de mayo. Gema Pilar Sánchez (54 años) estaba aseando a un anciano de la residencia de Quijas, donde trabaja desde hace 16 años: «Me di cuenta de que no olía la colonia que le echaba y me pareció muy raro. ... Le dije a una compañera, ¿hueles esto? y me dijo que sí. Yo había perdido el olfato», recuerda. «En ese momento pensé que lo tenía fijo». Efectivamente. El día 4 de mayo le comunicaron el positivo en PCR y se recluyó en casa. Eran los primeros compases de un broteque llegó a afectar a 27 personas en un centro donde todos, usuarios y personal, habían sido vacunados a principios de año.
Dicen los expertos que la reinfección es un fenómeno raro, que por norma general desencadena síntomas menos graves y que en la región ha dejado algunos casos contados. Gema Pilar había recibido hacía semanas las dos dosis de Pfizer y no había sentido ningún efecto adverso. «Ni molestias en el brazo, ni malestar o dolor muscular, nada». «Hemos estado haciendo las cosas muy bien en todo este tiempo. Trabajamos con todas las medidas de seguridad: llevamos dos mascarillas, la pantalla de plástico, el gorro en la cabeza, nuestro uniforme, una bata por encima y otra de plástico, guantes. Todavía no entiendo cómo lo he podido coger a estas alturas, después de haber estado sin ello todo este tiempo», razona la empleada de la residencia.
Sea como fuere, no fue una casualidad aislada, porque otra de sus compañeras, Jennifer Mejías (27 años), había corrido su misma suerte cuando fue diagnosticada como positivo unos días antes, exactamente el día 1 del mismo mes. «Fue justo cuando empezaron los primeros casos del brote. Estaba bañando a un anciano que al final de la jornada dio positivo, así que me hicieron la prueba y evidentemente lo había cogido». No tuvo síntomas de ningún tipo, ni dolor de cabeza, ni pérdida del olfato, dolor muscular o cansancio. «Y lo más curioso de todo es que aún sigo dando positivo aunque estoy dada de alta. Me han dicho que se debe a que aún tengo carga viral pero inerte», concreta.
Pasado este tiempo, ambas hacen balance de estos hechos. Coinciden en lo curioso de que el virus haya conseguido derribar las barreras de la inmunización, «pero ya nos han dicho los médicos que las vacunas son muy eficaces; aunque no funcionan al 100%». En todo caso, opinan que el suero ha sido necesario y que ha ayudado a salvar vidas. «Creo que si no estuviésemos vacunadas, probablemente la noticia no hubiera sido que nos habíamos contagiado nosotras, sino la cantidad de ancianos fallecidos que habrían contado en la residencia en este brote que ha afectado a tanta gente hace muy poco», afirma Jennifer.
Sin embargo, «la mayoría lo pasaron completamente asintomáticos y ni se enteraron». Sólo hubo dos casos que precisaron ingreso hospitalario, «pero es que también fue porque se trata de personas que son muy ancianas y que tienen otras patologías previas», argumentan las empleadas de la residencia de Quijas. En esas fechas murió uno de los residentes, siendo positivo, aunque Servicios Sociales no lo sumó a las víctimas de covid porque se atribuyó el desencadenante al deterioro de la enfermedad que arrastraba con anterioridad al virus.
Jennifer Mejías aún recuerda los primeros momentos de la pandemia, cuando en las residencias se trabajaba sin apenas medios, sin protecciones. Ella estaba en otro centro. «No teníamos casi nada y sobrevivimos a la que estaba cayendo. Curiosamente ahora, cuando lo tenemos todo, cuando nos han vacunado, voy y lo cojo. A veces la vida tiene estas cosas», comenta. La gente le pregunta: «¿Cómo te has contagiado si estás con las vacunas? Y claro, no sabes cómo explicárselo salvo decir que es más o menos normal que le pase a una parte de la población».
Ahora le hacen analíticas periódicas. «El médico me ha dicho que podría tirarme cuatro o cinco meses dando positivo; pero que no significa que tenga el virus activo, ni que pueda transmitirlo. De hecho estoy dada de alta desde hace mucho», justifica. Su sorpresa llegó al comprobar que no contagió a ninguno de sus allegados. «Cuando me comunicaron que era positiva estaba durmiendo con mi novio y pensé: ya no hay marcha atrás, se lo he pegado, y no fue así». Pero no por ello pierde el respeto al patógeno. «Lo temo todavía por mi familia. Estar vacunados no implica que hagamos todo lo que queramos sin tener cuidado», recuerda. Es una precaución que también tuvo Gema Pilar. «Vivo con mi marido y mis hijos y no se lo transmití a ninguno», aclara. «Hay cosas que no se entienden. Es muy complicado cogerlo tal y como hacemos las cosas. Y más para las que trabajan como yo, en el turno de noche, donde tenemos menos relación entre la gente. Y aún así, sucede. Además, mi compañera, que trabaja codo con codo conmigo, no lo cogió. ¿Por qué? Pues no se sabe. Este virus es complicado», razona.
Superado el bache, las dos recuperan la rutina de su trabajo sabiendo que frente al covid tienen ahora un arma que se ha demostrado no infalible, pero sí muy eficaz. «Tenemos respeto, pero no miedo, porque vemos que estamos protegidas con la vacuna».
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