
Juegos cargados de imaginación
Personajes de Navidad ·
Adrián Fernández, argentino residente en Almería, viaja cada año a Santander para divulgar los enigmas y puzles más ingeniososSecciones
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Personajes de Navidad ·
Adrián Fernández, argentino residente en Almería, viaja cada año a Santander para divulgar los enigmas y puzles más ingeniososHay que leerlo con acento argentino. «Todo esto que ven, muchachos, son juegos dinámicos, los mismos con los que chiquitos como ustedes jugaban hace doscientos años, y ni se les gasta la batería ni necesitan enchufarlo en ninguna parte. Solo precisan hacer uso de su cabecita y pensar un poco». Tras la invitación de Adrián Fernández, el dueño de un puesto de juguetes en el mercado de Navidad de Santander, se ha creado el silencio absoluto. Algunos niños parecen estar más sorprendidos por su deje bonaerense y por el trato de usted que por los acertijos de la mesa. No se han visto en otra igual. «Con estos juegos olvídense de cargadores», insiste el comerciante, con una sonrisa ante la misma cuadrilla. Los más pequeños no dan crédito ante las reliquias. Alucinan.
Desde que instaló su puesto temprano por la mañana, no ha parado de explicar a los viandantes el funcionamiento de los mil y un objetos que tiene expuestos sobre la mesa. Fernández, asentado en el mercado de la capital cántabra durante las fiestas, instruye a mayores y pequeños por igual. «En este encuentro generacional, precisamente, se encuentra el encanto y la magia de estos juguetes tan especiales», tal y como repite de vez en cuando el argentino, residente en Almería. El bonaerense recorre casi mil kilómetros todos los años, poca broma, con el fin de divulgar los rompecabezas con los que él jugaba cuando era sólo un niño. «Son muñecos y pasatiempos de madera que, por desgracia y conforme avanzan los años, se van quedando fuera de la lista de deseos de los niños cuando escriben su carta a los reyes y a Papá Noel», lamenta.
Pero no importa. Optimista sin remedio, este vendedor sigue en su empeño por popularizar los enigmas más antiguos y repite su particular odisea navideña todos los diciembres. Hace unos minutos ya que más de un muchacho le toma por el cuarto rey mago, el argentino. No podía faltar. «Me cruzo el país entero, me instalo en uno de los puestos y comienzo a vender los juguetes a las personas más nostálgicas y curiosas de la ciudad. Hablamos de juguetes que, en algunos casos, tienen cientos de años», señala. «¡Hasta miles!», llega a admirar, apuntando con el dedo a unos desafíos de origen pérsico, apenas indescifrables en un golpe de vista. Pero «aquí absolutamente todo tiene su porqué».
Adrián Fernández, de padres gallegos y orígenes vascofranceses, nació en Buenos Aires hace 45 años. Pronto, apenas cuando había pasado los 20, decidió trasladarse a España. El destino le llevó al sur, concretamente a Almería, donde reside en la actualidad y también vende los juguetes más originales y antiguos. Pero fue hace tres años cuando empezó a viajar a Santander para ampliar su público. Desde entonces se instala en el mercado de Navidad de la capital junto al resto de comerciantes.
Un viaje del que ya ha extraído algunas diferencias con el público andaluz. «En Almería normalmente se me echan encima y tengo que poner orden. Aquí los niños observan más y son más ordenados», agradece el argentino, que abandonará Cantabria recién entrado 2019 hasta volver a pisar la región el año que viene.
Lo cierto es que hay decenas de objetos inimaginables, y así lo comprueban todos los interesados que se paran ante este particular 'taller de Gepetto' instalado en la ciudad. Jengas -ya saben, esas torres hechas con bloques de madera dispuestas a caer en el momento más inoportuno-; diferentes puzles de formas geométricas; juegos hermanos de lo que parecen ser las clásicas damas chinas; enigmas y problemas irresolubles por culpa de una bolita, y hasta diminutas pistolitas de fogueo para los amantes del lejano oeste. «A decir verdad, son muchísimos los adultos y mayores que se paran y se acuerdan de sus viejos juguetes. Están todos aquí», asegura el vendedor, a cuyo puesto ya se han acercado unas cuantas personas más con el ceño fruncido y «con ganas de saber de qué carajo va el asunto».
El cuchicheo disimulado entre los visitantes no se hace esperar. Tratan de separar dos piezas de metal, pero no hay forma: «Que no, déjame, así no es, no tienes ni idea». Así llevan ya un buen rato y no dan con la forma, de modo que Fernández les enseña el camino. Como suele pasar con todos estos rompecabezas de ingenio, la solución resulta casi una afrenta para los presentes. «Sólo hay que realizar un leve giro de muñeca, coloco de forma lateral una de las partes y 'voilá', ambas piezas ya están separadas», demuestra el argentino. Y para colmo, éste es el más fácil de los desafíos que tiene en todo el puesto. Su sonrisa sigue a la estupefacción del público, y alguno incluso todavía se atreve a desmarcarse del grupo y arañar cierta dignidad. «¡Ese era el siguiente movimiento que iba a hacer!». Todos ríen, y mientras tanto, acuden a sus mayores para pedir un poco de dinero y pagar uno de estos sesudos acertijos.
Terminado el intercambio, ha aparecido una vecina del mercadillo en busca de explicaciones: «Oye, llevo toda la mañana con este bicho y no hay forma de resolverlo. ¿Me puedes explicar de una vez cómo funciona?». De nuevo, se repite la misma función. El comerciante gira del modo adecuado la pieza maestra y el rompecabezas se queda en un juego de niños. Al tiempo, la dueña del puesto colindante se vuelve hacia sus peluches y adornos navideños sin poder esclarecer el problema. «Son de lógica, pero también de picardía. Volverá a por otro», confía Fernández, rodeado de decenas de juguetes a cada uno de sus costados. Hay algunos que le recuerdan especialmente a su infancia en Galicia, tierra de sus padres. Se trata de una tabla de madera con tantos agujeros como bolitas, que hay que lograr alternar según su color. Un curioso acepta el desafío; procede a mover una bola negra entre dos blancas, pero el próximo movimiento ya le plantea un inconveniente. Ante la sonrisa del argentino y la presión de un par de espectadores atentos a la escena, el jugador opta por lo más razonable: sacar la cartera y asegurar: «Volveré con el juego resuelto».
No cabe duda ya de que la sonrisa es su mejor publicidad. «Yo puedo explicarlos, pero lo interesante es que se los lleven y descubran la solución por sí mismos, junto a la familia», explica el argentino. Dicho y hecho. Hay cosas que no cambian o, al menos, no deberían cambiar.
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