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Consuelo de la Peña
Santander
Domingo, 2 de diciembre 2018, 07:10
Decía Sigmund Freud que el primer ser humano que insultó a su enemigo en lugar de tirarle una piedra se convirtió, sin quererlo, en padre fundador de la civilización occidental. Exagerado o no, lo cierto es que el improperio se ha extendido en distintos ámbitos, ... también en la institución parlamentaria. En Cantabria, uno de los incidentes más graves se produjo durante la presidencia de Juan Hormaechea y llegó hasta el Tribunal Constitucional.
Ocurrió el 25 de febrero de 1988, cuando el Parlamento se llamaba Asamblea Regional y los escaños de la sede de San Rafael, en la calle Alta, todavía olían a cuero recién estrenado. El Centro Democrático y Social (CDS), liderado por Manuel Garrido, se abstuvo y permitió que Hormaechea fuera elegido presidente. Pero enseguida Garrido comenzó a tener una posición crítica con el jefe del Ejecutivo. Ese día, Garrido aludió al comportamiento cívico de los catalanes, lo que produjo en los escaños del Grupo Popular y entre los consejeros una reacción negativa; se oyó entonces al titular de Turismo e Industria, Gonzalo Piñeiro, llamar «chulo» a Garrido. Cuando éste se retiraba a su escaño y pasaba entre Piñeiro y Hormaechea oyó cómo el presidente le llamaba «chulo de mierda» e «hijo de p..». Otro diputado, Conde Yagüe, advirtió al entonces jefe de la Cámara Eduardo Obregón (PRC) de los insultos, que replicó que no había oído la expresión y se limitó a pedir moderación en las expresiones. Pero a los tres días, la Junta de Portavoces se reunió y dijo que el asunto no podía quedar así. El presidente de la Cámara convocó a la Comisión de Reglamento, que se reunió con carácter secreto y escuchó repetidas veces la grabación del Pleno, tras lo cual Obregón acordó suspender a Hormaechea y a Piñeiro durante diez días en su condición de diputados «por la gravedad de los vocablos».
El asunto llegó un año después hasta el Constitucional, que anuló la sanción porque «entendió que la expulsión se debió haber producido en el momento de los hechos y no dos semanas después», recuerda el regionalista Rafael de la Sierra. Hormaechea se querelló después contra Obregón, al que acusó de escuchar de forma subrepticia las conversaciones en el escaño, cuando en realidad «fue el presidente quien accionó accidentalmente el micrófono con la pierna», insiste el actual consejero de Presidencia y Justicia.
Pero insultos aparte, en el Parlamento se han producido situaciones insólitas, como el episodio del puro, ocurrido en la anterior legislatura. Revilla tenía por costumbre dejar su habano de dimensiones considerables en el alféizar de la ventana antes de entrar en la sede parlamentaria, y, al salir, se lo encontraba aplastado en el suelo. Como el percance se repetía, «Revilla se sintió muy ofendido y presentó una queja a la Mesa del Parlamento. Tuvimos que ver las cámaras de seguridad y allí se comprobó lo que había pasado. Se identificó a la persona, que lo acabó reconociendo», recuerda Palacios entre risas, pero sin pronunciar el nombre del «pisapuros» (Ignacio Diego), como le bautizó el líder regionalista con sorna. Según Palacios, el asunto «distanció todavía más al PRCdel PP, porque se vio como un acto de desconsideración».
Esa misma legislatura se anotó otra polémica dentro de la Cámara, cuando un diputado fotografió a Revilla leyendo el Interviú en pleno debate. «Eso se trató en la Mesa y de hecho se redactó una norma en virtud de la cual se prohíbe a los diputados utilizar móviles en el Parlamento para fotografiar. Ahora no ves a un parlamentario hacer fotos, pero en la pasada legislatura, sí», evoca De la Sierra. En tiempos de Pajares ese problema no existía...
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