«Los parlamentos no son conventos de clausura»
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No sólo retumba el Congreso: los últimos cinco presidentes de la Cámara cántabra han oído de boca de sus señorías insultos como «canalla», «payaso» y «chulo»Consuelo de la peña
Santander
Domingo, 2 de diciembre 2018, 07:10
Para la Real Academia Española «canalla» es, en su primera acepción, gente baja y ruin, y, en segunda, persona despreciable y de malos procederes. Pero para el expresidente Ignacio Diego «canalla» era el diputado socialista Juan Guimerans, según le gritó en una sesión plenaria del 11 de febrero de 2013 ... , aunque el dirigente popular negaría haberlo dicho. Así es, a veces, el Parlamento cántabro, la casa de la palabra y del debate, el templo de la democracia, pero, en ocasiones también, un gallinero alborotado por las salidas de tono de sus señorías.
«Los parlamentos no pueden ser conventos de monjas de clausura, no lo son en ninguna parte del mundo; sólo hay que ver los debates de la Cámara de los Comunes», sostiene José Antonio Cagigas, que presidió el Parlamento en la anterior legislatura, la única en la que el PP gobernó con mayoría absoluta con Ignacio Diego como presidente. Cagigas, alejado del escenario político, quita hierro a escenas como la narrada y rechaza la existencia de crispación parlamentaria. «Nadie escupió a nadie», dice en alusión al incidente provocado en el Congreso por el diputado de ERC Gabriel Rufián con el ministro de Exteriores, Josep Borrell, y el cruce de acusaciones posterior sobre un posible escupitajo de un diputado separatista.
Pero, en tiempos agitados y otros no tanto, la mayoría de las legislaturas escupen escandalosos improperios. Sólo hace falta desempolvar el Diario de Sesiones y recurrir a la memoria de los últimos cinco presidentes del Parlamento regional –Adolfo Pajares Compostizo (PP, 1990-1999), Rafael de la Sierra (PRC, 1999-2003), Miguel Ángel Palacio (PSOE, 2003-2011), José Antonio Cagigas (PP, 2011-2015) y Dolores Gorostiaga (PSOE, 2015-2019)– para descubrir cómo se las ingenian los diputados para descalificar a sus adversarios políticos o pierden los nervios al compás de vehementes réplicas.
Sin duda la época más convulsa se produjo bajo el mandato de Juan Hormaechea, que registró uno de los episodios más conflictivos del parlamentarismo cántabro, cuando el propio Hormaechea y el consejero Gonzalo Piñeiro fueron suspendidos durante diez días en su condición de diputados por llamar «chulo» al diputado Manuel Garrido, aunque un año después el Tribunal Constitucional anuló aquella sanción. «Aquella legislatura (1987-1991) fue realmente una batalla campal. El Grupo Mixto acabó con más diputados que cualquier otro grupo y Hormaechea condicionaba el debate y la relación política. Había insultos, broncas, fue tremendo», recuerda el consejero de Presidencia, Rafael de la Sierra, a la sazón diputado regionalista.
A sus 81 años, Pajares Compostizo, al que le tocó bregar al frente de la Cámara regional en aquella época, ratifica la actitud de «un señor empeñado en hablar por encima de todos», en alusión a Hormaechea, pero, oyéndole, se diría que el parlamentarismo de entonces fue una balsa de aceite. «No recuerdo ningún enfrentamiento con nadie especialmente», apunta.
En la siguiente legislatura (el PP gobernaba en coalición con el PRC), se produjo la primera suspensión de un pleno y un auténtico guirigay, aunque por causas extraparlamentarias. La Cámara regional había vivido ya un «incidente serio» con el encierro en la sede de la calle Alta de los trabajadores de Astilleros del Atlántico durante 30 días. «Al tomar posesión del cargo dije que quería acercar el Parlamento a los ciudadanos, pero no tanto», ironiza ahora Rafael de la Sierra. A punto de finalizar el mandato, en la sesión plenaria del 17 de marzo de 2003, el grupo socialista había presentado una iniciativa que reclamaba una mayor partida presupuestaria para quienes estuvieron presos en las cárceles franquistas. La propuesta concitó a un numeroso grupo de afectados, que se instaló en la tribuna de visitantes para seguir el pleno. Cuando populares y regionalistas la rechazaron, «se montó un tiberio tremendo. El personal de seguridad intentó apaciguarlo, pero no se pudo. Era gente mayor y estaba muy tensa, así que no creí conveniente llamar a la Policía para desalojar y suspendí el pleno durante quince minutos. Después, accedí a que leyeran un manifiesto y se fueron», evoca De la Sierra. Pero el contratiempo no quedó ahí, porque, reanudada la sesión, diputados de una y otra bancada se enfrentaron ferozmente por las ayudas a los republicanos. El diputado socialista José Guerrero llamó «bisoña e ignorante» a la popular Isabel Urrutia, aunque luego retiró los insultos.
Sin embargo, fue su sucesor al frente del Legislativo quien protagonizó uno de los lances más crispados e inéditos: la expulsión de un diputado del pleno. Ocurrió en el debate celebrado el 12 de marzo de 2007, cuando un incidente entre el diputado socialista José Guerrero y el del PP Juan José Fernández se saldó con la expulsión de este último y provocó la suspensión de la sesión durante casi media hora. Faltaban pocos minutos para el final y el parlamentario popular José Antonio Cagigas reprochaba al Gobierno (coalición PRC-PSOE) haberse gastado 65.000 euros en un viaje de cooperación a Centroamérica. En un momento de su intervención acusó al Ejecutivo de «permitir que familias humildes se desplacen con los niños toda una noche en carreteras o a pie y que los niños no vayan a la escuela» para recibir a la comitiva socialista de Cantabria. La frase desató la ira de Guerrero que, en voz alta, calificó de «infamia» la acusación. El presidente del Parlamento, Miguel Ángel Palacio, llamó en dos ocasiones al orden al socialista que, lejos de amainar su protesta, le reprochó que no lo hiciera con Cagigas. En medio de la trifulca terció Fernández para censurar a Guerrero que quisiera ordenar él el debate. Y aquí se montó una buena gresca, porque Palacio, tras dos llamadas de atención, expulsó al diputado popular, dando lugar a esta situación.
–Presidente: Señor Fernández, abandone el hemiciclo. Sr. Fernández, ruego que abandone usted el hemiciclo.
–Fernández:Ya puede usted llamar a la Guardia Civil, porque de aquí no me muevo.
–Presidente: Se suspende el Pleno hasta que solucionemos este conflicto.
A la media hora se retomó la sesión con la ausencia de Fernández, mientras el entonces portavoz del PP Francisco Rodríguez acusaba a Palacio de falta de ecuanimidad.
Palacio, que en la actualidad ocupa la Dirección General de Medio Ambiente, rememora que en la legislatura de 2003 a 2007 el PP había ganado las elecciones pero pasó a la oposición por el pacto entre PRC y PSOE. «Esta situación creó una frustración muy fuerte al PP que hizo una oposición frontal», apunta. Pero, como Cagigas, sostiene que «la tensión parlamentaria hay que verla con cierta normalidad. El pleno no es la misa de una. Los grupos parlamentarios tienen intereses distintos y entran en confrontación, y hay veces que se defienden con pasión y vehemencia».
Pero, ¿dónde está el límite entre la descalificación y la opinión? Para Palacio, «hay una línea que no hay que cruzar, y es la del insulto y el desprecio», algo en lo que coinciden. La legislatura de Ignacio Diego fue en este sentido un «mal ejemplo». Desde su residencia en Madrid, Cagigas mantiene que «en ningún caso fue una legislatura complicada ni bronca. Hubo alguna pequeña discusión por las intervenciones de los diputados, pero fueron cuatro cositas sin ninguna trascendencia». Sin embargo, la hemeroteca le desmiente. Cagigas echó del Pleno al diputado Juan Guimerans (PSOE) por molestar desde su asiento. Fue el segundo diputado expulsado en la historia del parlamentarismo cántabro. Y una semana después, con la herida todavía abierta, el debate acabó a gritos. Según el parlamentario socialista, desde su escaño Diego le llamó «canalla» y le retó a enfrentarse «en la calle». «¡Canalla lo serás tú!, no te permito que me vuelvas a insultar. Eres tú el que generas esta situación con tu falta de respeto. A mí no me llamas canalla», le recriminó Guimerans, que, dirigiéndose a Cagigas, remachó: «Esta vez no hace falta que me eche, me voy yo», y se fue, mientras sus compañeros de bancada protestaban a gritos de «esto es una vergüenza». La bronca siguió fuera del hemiciclo, ya que el presidente del Gobierno salió detrás del socialista, cuya indignación no logró rebajar. Después, ante la prensa, Diego negaría el insulto.
No fue un incidente aislado, ya que llovía sobre mojado. Desde que se inició la legislatura, las broncas y enganchadas en el Parlamento, más o menos groseras y rimbombantes, se sucedieron hasta el punto de dejar la tensión al borde del puñetazo. Antes de la expulsión de Guimerans, y también en sede parlamentaria, el jefe del Ejecutivo había comparado a los regionalistas con «los etarras más sanguinarios», analogía por la que los aludidos presentaron una queja oficial, y en otra ocasión mandó callar a Miguel Ángel Revilla por estar «con la mierda al cuello». En los escaños, los populares oían cómo desde la bancada regionalista les llamaban «delincuentes, imbéciles o franquistas», según denunciaron, y estos, a su vez, se quejaban de improperios del tipo «vacaburra, Popeye o 'la Macu'».
«Fue una legislatura muy bronca, con un PP con mayoría absoluta y un nivel de prepotencia muy alto, que empezó planteando comisiones de investigación del Gobierno anterior, que crearon mucha tensión porque había diputados que eran 'hooligans', como Carlos Bedia», explica Dolores Gorostiaga, actual presidenta del Parlamento. Fue precisamente en esas comisiones en las que los diputados emplearon un tono más faltón. El regionalista Rafael Pérez Tezanos llamó «payaso» a Diego; éste, «cobarde» a Revilla y «descerebrada» a la oposición, por ejemplo. La tensión alcanzó tales decibelios que la oposición, que señaló a Bedia como el diputado más áspero del PP, acordó boicotear al 'popular' en los debates radiofónicos.
La actual legislatura no se libra de la atmósfera hostil, aunque «ha ido amainando a medida que avanzaba». Gorostiaga se encaró con el diputado de Podemos José Ramón Blanco – «el más bronco, sin ninguna duda, de esta etapa, lo discutía todo»–, cuando se vistió una camiseta de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en medio del Pleno. «Yo le dije, señor Blanco, miré, no tenemos costumbre de cambiarnos de ropa a mitad del pleno». El podemita no se arredró. «¿Qué me quiere decir con eso, que me quite la camiseta?». «Pues, sí», respondió la primera autoridad de la Cámara, a lo que Blanco accedió, evitando así su expulsión. Esta legislatura trajo nuevos partidos y con ellos, nuevas formas. «De su mano, se incorporó el tuteo, pero sobre todo me sorprendió que obviaban la cortesía parlamentaria, llamándonos casta», subraya Gorostiaga.
Cada presidente tiene su librillo. La táctica de De la Sierra era que «ante un problema, al primero que llamaba la atención era al portavoz de mi grupo, lo que me legitimaba para llamar al orden a los demás», y todos coinciden en que «es más fácil controlar a los tuyos, aunque les sienta mucho peor que les llames la atención, y no te digo nada si es a un miembro del Gobierno».
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