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No es nada sencillo sentarse delante de un extraño y relatar una serie de abusos, violencia –mental y física– y trata de seres humanos sufridos en tu propia piel. Es la historia de María (nombre ficticio), que en el salón de la vivienda de protección ... que gestiona la Asociación 'Aplec, inclusión más igualdad' decide abrirse y contar su historia a este periódico, con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. «Si no hubiera sido por los psicólogos y por la asociación, yo no me sentiría en condiciones de poder contar mi historia como lo estoy haciendo ahora, porque no era fácil. Gracias a ellos, que me acogieron, estoy donde estoy y he podido avanzar muchísimo».
María lleva en España prácticamente un año. Casi doce meses donde ha podido dar un giro total a su vida y dejar atrás un tortuoso y espinoso pasado. «Conocí a un chico y me convertí en una víctima de trata», afirma, contundente, para empezar a explicar todo el calvario vivido. En su caso había llegado hace poco tiempo a Italia con su familia, empezó a salir con esa persona y, poco después, se marchó a vivir junto a él. Una decisión que su madre no aprobó en su momento y le costó perder la relación con ella. «Mi madre no estuvo de acuerdo, por lo que perdí contacto total con ella. Al principio no me di cuenta porque todo era como una relación normal, no me dejó ver esa parte de él, hasta que ya llegó un momento, pasados unos meses, que su forma y su actitud cambiaron. Y fue lo que me acabó llevando, poco a poco, a que yo estuviera en esa vida y pasara por todas esas situaciones», apunta. «Desde ese instante no tuve más contacto con mi familia, no podía hablar con ellos. Él tenía mis documentos y mi teléfono porque no me los quería dar».
A raíz de eso vivió bajo su amenaza y la obligó a mantener relaciones sexuales con extraños: «Él me llevaba a sitios que yo ni siquiera conocía y con personas desconocidas». Tampoco era raro que muchas de esas veces María acabase bajo los efectos del alcohol y las drogas: «Él me llevaba o me recogía, las personas con las que estaba me daban bebida, a veces no recordaba lo que había pasado, qué había hecho, algo me tenían que echar en esas bebidas».
«Si no hubiera sido por los psicólogos y por la ayuda de Aplec, yo no podría haber avanzado tanto»
«Cuando me fui a vivir con él, no tuve más contacto con mi familia, tenía mis documentos y mi teléfono»
«Sufría mucho abuso por parte de él, tenía que hacer todo lo que me pidiera»
Cuando no tenía que obedecer a su pareja, María solamente podía pasar su día a día en el interior de la habitación, donde tenía un baño, sin poder salir a ningún lado y sin tener forma de contactar con personas del exterior. «Estaba ahí todo el tiempo, pero no tenía otra opción». Y es que si se negaba a mantener esas relaciones sufría todo tipo de abusos, amenazas y maltratos. «Yo sufría muchos abusos por parte de él, tenía que hacer todo lo que me pidiera. Mi familia sufría amenazas y no me quedaba otra que acatar sus órdenes y seguir haciéndolo hasta que algún día pudiera salir de ahí», confiesa.
Si había algo que le hacía «seguir hacia delante» era pensar en proteger a su familia. «Es difícil decir cómo podía aguantar, pero yo creo que mi motor para continuar hacia adelante, además del miedo y de todas las cosas, era el proteger a mi familia. Era mi prioridad en ese momento», reconoce.
María asegura que no tenía oportunidades para salir de allí. «Una vez lo conseguí porque él había salido de casa y en un descuido suyo pude hacerme con el teléfono, porque ya sabía dónde lo tenía guardado», relata. Una oportunidad que aprovechó para establecer contacto con su tío y su mujer. «Hablé con ellos, pero en el momento en el que lo hice, él llegó de nuevo a casa y me descubrió. Y ahí fue donde me maltrató aún más de lo que ya hacía. Se dio cuenta de que yo había podido contactar con alguien y que ya las cosas no iban a ser igual que antes».
Una llamada que cambiaría el devenir de la vida de María y permitiría escapar de la realidad en la que llevaba sumida durante esos largo nueve meses. «Ellos pudieron llegar hasta donde estaba yo. Al principio él se resistió y no quiso abrir la puerta de la vivienda donde nos encontrábamos, pero no le quedó otra que hacerlo». Aunque eso no le impidió romper el teléfono de María antes de que ella se marcharse. «Mi tío al menos consiguió recuperar mis documentos personales, con los que he podido venir a España».
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Un rescate y una vuelta a la normalidad que no era posible, puesto que seguía viviendo con sus tíos en la misma ciudad del país transalpino donde habían sucedido todos los hechos. «Yo no me sentía cómoda saliendo a la calle, estuve casi un mes metida en casa de mis tíos. Pensaba que me veían o me buscaban por la calle en todo momento». Una posición que la empujó a realizar un cambio de rumbo en su vida. «Tomé la decisión de venir a España y desde Aplec fueron los primeros en ayudarme y acogerme».
El aterrizaje en España fue mucho más sencillo con la ayuda de la asociación: «Desde que llegué a Cantabria me dieron una muy buena acogida, tanto con psicólogos, con médicos, con todo lo que necesitase».
Un reinicio en su vida que le ha permitido retomar los estudios y volver a recuperar relaciones sociales. «Me han ayudado en este tiempo a mejorar de una manera que no me lo esperaba, porque ni siquiera contaba con volver a estudiar, no me esperaba relacionarme con otras personas nuevamente y bueno, gracias a ellos lo estoy logrando poco a poco».
Con todo el sufrimiento vivido y con la esperanza de que sirva de ayuda para otras mujeres que puedan verse en una situación similar, María les manda un mensaje: «Yo le diría a esas mujeres que traten de dejar sus miedos atrás, que se enfrenten a ese maltrato con uñas y dientes, que no se queden calladas, porque si lo hacen no van a lograr nada bueno, nunca van a poder salir de ahí. Yo tuve que pedir ayuda y al no quedarme callada, he podido salir hacia adelante en mi vida».
María visualiza ahora un futuro «muchísimo más claro» con la ayuda de Aplec. «Estoy terminando mis estudios, mientras lo compatibilizo con un muy buen trabajo». De hecho, entre sus planes venideros se encuentran los de avanzar en la rama académica. «Me gusta estudiar, quiero seguir esforzándome. Cuando termine este curso pretendo seguir con otros».
Un total de quince mujeres, tres niños –entre siete y nueve años– y un bebé han pasado por el piso protegido de la Asociación Aplec desde el año 2018. «Este fue nuestro primer piso de protección en España, luego llegaron el de Madrid y Albacete», señala Joaquín Royo, director de 'Aplec, inclusión más igualdad'.
«Desde el minuto uno lo hemos tenido siempre lleno. Al principio entraban muchos casos de urgencia. Intervenciones que realizaba la Policía Nacional o de Guardia Civil, donde rescataban a alguna mujer y automáticamente llegaban al piso y se montaban turnos de trabajadoras durante las 24 horas, el tiempo que estuviera la usuaria».
En la actualidad, la vivienda de protección cuenta con un tiempo máximo de paso de un año, donde cada tres meses se van realizando reuniones con las usuarias para evaluar el estado en el que se encuentran. «Esto es un recurso para que las víctimas de trata, gente que ha estado en contextos de prostitución, tenga la oportunidad de abandonar ese tipo de vida, que tengan derecho a una vida diferente. Este proyecto no sería posible sin la ayuda del Ministerio de Igualdad», puntualiza. «Al entrar en el piso, sí que hay más presencia profesional, sobre todo va a demanda de lo que necesiten. Es una vida distinta a la que tenían y tienen que afrontar cambios como pasar de una vida nocturna a diurna y mantener una convivencia a la que a lo mejor no estaban acostumbradas». Asimismo, cuentan con la ayuda de las trabajadores sociales para explorar las ofertas formativas y la preparación de un currículum vitae que les permita acceder al mercado laboral.
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