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Hay un cuento de John Cheever que se titula 'Un día cualquiera' que cuenta lo que pasa cuando no pasa nada. En él aparece un personaje que, a pesar de su ingravidez, de su rol tan secundario, se ha convertido en un fantasma que se ... me aparece cada vez que hago la compra en un supermercado. El personaje en cuestión se llama Nils. Es un tipo taciturno, servicial. Su trabajo consiste en cuidar la huerta y el jardín de la señora Garrison, dama de la alta sociedad estadounidense que pasa los veranos con una pléyade de criados en New Hampshire. En la opulencia de ese caserón nada resulta interesante, poseen tanto que el apetito o el deseo han desaparecido; todo es plano, prescindible.
Este tipo, Nils, es diferente. Cada primavera, con los primeros rayos, Nils comenzaba a arar la tierra, la abonaba, sembraba el suelo como un mosaiquista, y cuando aparecían los primeros brotes, comenzaba una carrera desesperada entre las verduras de la huerta y la mesa de la señora Garrison. La tierra daba más de lo que la dama consumía, y al final, casi todo acababa podrido. Así, un año tras otro, así hasta que Nils, «amargado por el despilfarro del que él mismo es autor», se planta un día ante su señora y se niega a obedecerla nunca más. Sólo sabes matar flores, le dice.
Desde entonces, desde que leí ese cuento, Nils se me aparece detrás de los calabacines, tan brillantes que parecen barnizados, como los tomates, las hojas de acelgas tan esbeltas como lirios de agua; entre las fresas turgentes, eróticas, las bandejas de brócoli, las manzanas que anhelan las bocas. Me pregunto qué pensaría Nils si supiera que en Cantabria vamos a fomentar la donación de excedentes alimenticios para frenar el despilfarro; me pregunto si no sería mejor hacerlo al revés, es decir, frenar los excedentes para que no haya despilfarro. Lógica aplastante, me digo.
Entonces me pongo el guante de plástico y empiezo a elegir fruta con la íntima certeza de que todo lo que cojo es necesario, hasta que aparece Nils -o su fantasma literario- y me mira como si yo sólo supiera matar flores. En qué momento nos hemos convertido en la señora Garrison, en qué momento New Hampshire es un hipermercado con hilo musical y luces blancas.
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