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«Es horrible lo que ha pasado. Pero trabajar con animales salvajes conlleva riesgos. Aunque sigas todos los protocolos de seguridad, hay accidentes», coincidían en señalar ayer algunos de los profesionales que cuidan de la fauna en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno. «Todos estamos consternados por la muerte de Joaquín Gutiérrez Arnáiz» ... . Son 160 personas en temporada alta.
«Yo siempre tenía un miedo terrible a que ocurriera algo así. El mayor disgusto de mi vida en Cabárceno fue cuando murieron las jirafas en el incendio de 2018. Quedé abatido, pero desde luego no es comparable con esto. Por eso pido mucho apoyo para toda esa gente, para los actuales responsables del parque y sobre todo para los cuidadores, porque lo van a pasar muy mal», afirmaba ayer el veterinario Miguel Otí, que dirigió Cabárceno durante más de trece años.
En los tres decenios de historia del parque zoológico ha habido sustos y disgustos, pero nunca un accidente que costara la vida a una persona. El precedente más grave ocurrió en 2005, cuando Antonio Moro sufrió la mordedura de una serpiente cascabel muy venenosa mientras introducía la comida en su habitáculo. El conservador del Reptilario estuvo hospitalizado ocho días, pero se recuperó gracias a que fue trasladado a Valdecilla con rapidez y con el correspondiente antídoto, siempre a mano.
Manejar animales salvajes como tigres, osos, gorilas, jirafas, rinocerontes, hipopótamos, etc., entraña riesgos evidentes. Pero cuando se trata de elefantes siempre hay un extra de peligrosidad porque son los individuos más grandes de la Tierra. El peso de los ejemplares adultos de Cabárceno oscila entre los 3.500 y los 6.500 kilos. Llegar a entrenarlos para facilitar la práctica clínica y maximizar la seguridad de los trabajadores requiere de especialización y de mucho temple. «Yo mismo no valdría», ha reconocido en alguna ocasión el jefe de veterinarios, Santiago Borragán, que cuenta con la valiosa ayuda de esos profesionales para tratar las dolencias de los paquidermos.
Los cuidadores de elefantes de Cabárceno acumulan años de experiencia. «Es un proceso largo. Al principio, sólo observan, limpian y hacen lo que les pide el encargado. Pasan meses, al menos un año, antes de que empiecen a soltar ellos a los animales. Además, en el manejo hay varias fases. En la primera sólo se encargan de las salidas y las entradas. Con el tiempo asumen otras responsabilidades», matiza Otí.
Manolo Madrazo y Raúl Revuelta, compañeros del cuidador fallecido, explicaban tiempo atrás a este periódico que «hay que ganarse el respeto del elefante, dominar el miedo para que él no lo note y saber dónde está el límite. La paciencia, la repetición y la recompensa son claves».
Los empleados se valen de pértigas que emiten pequeñas descargas eléctricas para conducir a los paquidermos. Y, desde hace tiempo, las salidas y entradas de los ejemplares ya no se realizan por el patio abierto, sino por un pasillo o manga, para mayor seguridad. Pero estos animales tienen una trompa larga y poderosa. Un macho grande puede levantar un peso de 1.000 kilos con ella.
La cualificación de los cuidadores es una de las razones a las que Borragán atribuye el éxito reproductor del elefante africano en Cabárceno, el mayor centro de cría en cautividad y la mayor reserva de la especie fuera de su continente originario, con veinte miembros en la actual manada.
El accidente
Violeta Santiago/Héctor Ruiz
José Carlos Rojo
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