A misa por hora con el cura Juan

Es domingo y el despertador suena bien temprano entre los muros de piedra del antiguo convento de Nuestra Señora del Soto, en Iruz, que data del siglo XVI. La alarma anuncia el inicio del Día del Señor en la actual residencia del cura santanderino Juan Cáceres Cabrero, que a las siete y media de la mañana arranca su maratoniana jornada dominical. Con 17 parroquias del Valle de Toranzo a su cargo, además de tres ermitas y el santuario y la casa de Espiritualidad de Soto, su rutina está casi cronometrada para cumplir con la agenda. Por delante, una misa por hora, intercaladas de distintas gestiones y reservando minutos al reloj para ese trato cercano y amigable que procura dar a los fieles que le aguardan en cada templo. Su experiencia, lejos de ser una excepción, ya casi es la norma entre la comunidad sacerdotal de Cantabria, y más aún en el ámbito rural, como consecuencia de la dispersión geográfica y, sobre todo, la falta de nuevas vocaciones. Contados son, en estos tiempos, los curas adscritos a una única parroquia. Cáceres no sabe lo que es eso.

Estudiante de Derecho, hace apenas seis años que fue ordenado sacerdote (a los 39), después de haberse dedicado al mundo de la hostelería –fue socio de un bar de pinchos y propietario de un pub de copas–. Cuando la vocación llamó a su puerta, la vida de aquel joven barman cambió de forma radical. Una vida que le llena, como se puede comprobar en ese recorrido que comparte con El Diario Montañés hacia los cuatro destinos donde esta mañana aguardan los fieles

La jornada del domingo empieza con el desayuno, un café con un hojaldre. Mientras desayuna, el párroco de Toranzo repasa en su tablet las últimas noticias. Una puesta al día de la actualidad que da paso después a la primera oración antes de iniciar la ruta de las misas por cuatro parroquias

La puesta al día de la actualidad informativa da paso a la primera oración. En el silencio de la mañana del santuario, «mi casa desde hace dos años», prepara las misas, que comparten el mismo mensaje. «No llevo nada escrito, está todo en la cabeza», comenta Juan, que explica la palabra de Dios poniendo ejemplos cotidianos. En estas fechas, habla de «no centrarse en las compras navideñas, los langostinos o el vino sino ir más adentro de uno mismo, conocerse y afrontar los miedos personales, reflexionar sobre la relación con ese familiar con el que no nos hablamos u otro asunto que nos incomode para dejar entrar la luz al interior».

Es domingo y toca iniciar el camino hacia los cuatro destinos donde esta mañana aguardan los fieles. Como curiosidad, la colecta de cada parroquia la guarda por separado, junto con las llaves del templo, en 17 bolsitas de rafia con su respectivo nombre. Una forma ordenada de llevar la cuenta y de localizar a la primera la llave de las muchas puertas que abre a lo largo de su intensa jornada.

Echa la vista atrás, cuando empezó a vestirse con túnica y alzacuellos, y rememora lo vivido en estos años. Un recuerdo que le lleva, con cierta nostalgia, al que fue su primer destino, en Hoz de Anero, Beranga, Praves y Solórzano, donde estuvo rodeado de buena gente que le dejó huella. «Por suerte, vienen de vez en cuando de visita y me alegra mucho verles», asegura Juan, que no deja de sonreír a la vida y quita hierro a los problemas tirando de mucho sentido del humor

Con todo listo para iniciar su particular 'yincana' dominical, de una parroquia a otra, pone rumbo hacia la localidad de Aés, donde oficiará la primera de las cinco misas previstas a lo largo de la jornada, cuatro por la mañana y una más por la tarde.

El cura Juan Cáceres, destinado en Corvera de Toranzo, sale con su coche desde el Monasterio de Soto, en Iruz, su hogar desde hace dos años, cuando la diócesis le encomendó ocuparse de esta zona de la región. Desde entonces celebra cinco misas cada domingo y tres los sábados; va rotando entre las 17 parroquias con iglesia y tres ermitas del valle. Allá donde va, trata de establecer vínculos con los vecinos, ya que su labor es «más que dar misa, se trata de que Jesús entre en su día a día».

La misa inicial del domingo se celebra en la localidad de Aés, en lo alto de la montaña, a la que asiste un grupo de 15 personas de todas las edades. Conduciendo su Toyota blanco, llega con el tiempo justo. Son las diez de la mañana. «Ya me conocen...», dice.

Organiza cada ruta atendiendo a un calendario por el que rotan todas las parroquias que custodia. Una agenda aderezada el resto de la semana con las funciones de sus quehaceres habituales, que se multiplican por las 17 parroquias que gestiona. Y ahí entran no solo celebraciones como bodas o comuniones, sino también la demanda que surja de funerales, honrar las festividades de cada localidad de su zona y administrar los gastos y el mantenimiento de cada iglesia.

Juan se ocupa también de administrar y atender cuestiones de fe de los fieles. Y ahí las distancias se salvan muchas veces gracias al móvil, incluso vía WhatsApp. Una herramienta útil en territorios tan dispersos. Solo en la ruta de este domingo, Juan recorre más de 50 kilómetros. Conduciendo su Toyota blanco, llega muchas veces con el tiempo justo.

La siguiente parada –ya a mediodía– la tiene en Hijas, un pueblo más metido en la montaña, como Castillo Pedroso y Quintana. Juan reconoce que la dispersión entre núcleos y llevar tantas parroquias de forma simultánea hace que «dedique menos tiempo en cada sitio del que me gustaría. Ser cristiano no es solo ir a misa, sino mantener una relación con Jesús en la vida diaria y transformarnos. Recorrer tantos kilómetros me quita tiempo para generar cercanía».

Los vecinos le reciben fraternalmente en Hijas, con sonrisas y ganas de bromear. «Lo que más me gusta de la zona rural es que la gente no tiene tanta máscara. Es muy importante mostrarnos como somos».

De camino a la sacristía en Puente Viesgo, un vecino le actualiza acerca de la restauración de un bien de la iglesia. Está pendiente de eso y de los «veinte tejados». Porque controlar su mantenimiento es también cometido suyo. «Y las facturas, las catequesis, el grupo musical de Hakuna, las visitas a las residencias de gente mayor, que no olvida el misal ni las canciones»...

Puntual a la cita, a las 13.00 horas empieza la celebración en la iglesia de Puente Viesgo, la misa más multitudinaria del día. Justo antes de entrar, le avisan que un novio le busca para pedir fecha para casarse y que otras dos señoras quieren encargar misas en recuerdo de unos familiares.

En ocasiones aprovecha la hora de comer para hablar con los vecinos. Es un momento más distendido. Juan dispensa con todos un trato familiar: «Ser cura no es un trabajo, realmente sientes la paternidad hacia los parroquianos. Me piden consejo y confían en mí».

La labor administrativa la realiza por la tarde, en su casa, frente al ordenador. Juan cierra la hoja de Excel con los gastos justo antes de la última misa.

La última misa del día se celebra en Soto Iruz, a las seis de la tarde. Acuden una veintena de fieles, los habituales en invierno.

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