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«¡Dos cañas, oído!». Luis Bustillo, jefe de barra en la Bodega El Riojano, local emblemático de Santander donde los haya, anota mentalmente la comanda que le acaba de hacer su compañera sin descuidar el vermú y el 'campari' que prepara justo en ese ... momento. «La respuesta ha sido muy buena. Hay mucha gente fiel al Riojano», cuenta mientras acaba de arreglar dos hermosas copas. La actividad en el interior de este el local hostelero y de todos los locales de Cantabria se acaba de reactivar, y el primer fin de semana de apertura parece saldarse en positivo.
El Riojano cumple con las medidas: 33% de aforo, distancia, ventilación. Sus clientes deseaban reencontrarse en el local de las barricas con más arte de la ciudad. «Ganas había todas», concede Violaya Sánchez García, relaciones públicas del Grupo Riojano. Ha atendido reservas para todo el mes. «Ha habido una buena respuesta».
Reservar es importante estos días. También te puede pasar como a las amigas María Ángeles Fernández y Gloria Ruiz, que han tenido suerte y, por tanto, han logrado mesa para comer en el Rampalay. Se han sentado en uno de los espacios del comedor habilitados para ello. Están contentas por reencontrarse, de nuevo, frente a una ensaladilla y un plato humeante. Con ventilación y distancia, opinan, se sienten seguras. «Y, si se puede, preferimos dentro, que ya tenemos una edad», bromean.
Carlos García | Agua Salada
La hostelería solo ha podido hacer uso de sus espacios al aire libre los últimos cuatro meses. Las terrazas han concentrado la vida hostelera desde que, a principios de noviembre, Sanidad decidiera congelar parcialmente la actividad en bares, cafeterías y restaurantes. La meta: controlar el avance del covid en espacios donde el contacto social es estrecho. Ahora que Cantabria ha superado lo peor de la tercera ola y se ha instalado en un nivel medio de riesgo, se ha optado por una reapertura parcial del interior. Es un primer paso, «es un momento esperanzador», concede Antonio Fernández González, dueño del Rampalay, con los expositores de la barra repletos de pinchos a mediodía.
Su terraza también lo está, porque cuatro meses de alternar al aire libre crean inercia, pero Fernández confía en que los comedores interiores vuelvan a ser punto de encuentro. ¿Qué supone reabrirlos? «Es una forma de que podamos hacer un planteamiento con menos incertidumbre, un planteamiento de estabilidad», responde. Y eso ya es mucho tras varios meses a medio gas.
Y significa también «empezar a facturar», añade Carlos García, cocinero y copropietario del Restaurante Agua Salada, un bonito local de techos altos y maderas de color manzana, «porque, con ayudas que no hemos cobrado, del aire no podemos vivir». Por lo pronto, el Agua Salada ha logrado reservar todas sus mesas, dieciséis en total. «La gente ha respondido muy bien. Ayer [por el viernes] llenamos». Durante siete años el Agua Salada ha creado una fiel comunidad de clientes, deseosa de probar en mesa el tartar de atún con ajoblanco. La familia Jiménez, que ocupa una mesa junto a la ventana, está a punto de pedir: «No hemos dejado de salir a comer. Con medidas, la hostelería es segura».
Agustín Revert Patiochico
«El futuro pasa porque se hagan bien las cosas en Semana Santa para poder tener un buen verano», reflexiona Agustín Revert, en cargado del Patiochico, cuyo comedor se ha llenado a mediodía. Su clientela también es fiel a las raciones y ambientes de este local al pie de la calle López Dóriga. Le ocurre lo mismo al Mesón Los Arcos, una de las terrazas más demandadas del centro de Santander. «La gente ha respondido con ganas. Y ahora, con condiciones, vamos a poder dar más calidad de servicio», entiende Ángel Riancho, propietario de este veterano local de la ciudad.
Ayer, en el Agua Salada, en la Bodega El Riojano, en Los Arcos, en el Rampalay, en el Patiochico, en todos los restaurantes consultados se celebraba la reapertura. «Esto es la vida», lo definía Luis Bustillo sin dejar de preparar aperitivos. «Estamos contentos por ser útiles y poder desarrollar nuestros empleos».
La hostelería ha pasado momentos complicados estos meses. «El más duro, indudablemente», apunta Ángel Riancho. «Es una cosa que recordaremos en treinta años y lo veremos como algo extraño, casi surrealista. Y eso que la gente ha respondido con ganas y no se ha quedado en casa», cuenta a mediodía, en medio del servicio, pendiente de las mesas.
Hay clientes que lo han sido a pesar de la situación. Por ejemplo, Borja Peña, que se ha sentado a comer en el Patiochico con un par de amigos, se declara cliente activo:«Teníamos ganas. Hemos reservado en cuanto nos hemos enterado de que se podía hacer. Igual que la primera vez».
La apertura de los interiores –con aforo y medidas anticovid– permite a muchos locales retomar su servicio de comedor a mediodía. Si se ampliara el toque de queda, al menos una hora, hasta las 23.00, sería más factible ampliar también el servicio de cenas, apunta Carlos García. De momento, los cántabros no se animan a sentarse a cenar a las ocho de la tarde, en parte por razones culturales, en parte porque mucha gente sigue trabajando a esas horas. Por eso, «una hora más sería muy importante», destaca el cocinero.
«También nos adaptaremos», añade Violaya Sánchez, como lo han hecho los negocios del Grupo Riojano durante estos meses.
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