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En el comedor de Casa Tomás, en Ogarrio, tienen un cartel que dice: «No tenemos wifi, hablen entre ustedes». En el Instituto Montesclaros, de Reinosa, los chavales, los profesores y hasta los familiares están desde hace ya años obligados a charlar entre ellos desde que ... cruzan la puerta de entrada. Ellos fueron los primeros en España –empezaron a plantearlo en 2017 y en 2018 ya lo pusieron en marcha– en declararse «libre de móviles». Y les fue bien. Tanto, que se pusieron a ayudar a otros institutos a implantar la medida. A día de hoy, casi la mitad de los centros de Secundaria que hay en Cantabria en la educación pública tiene medidas similares (en torno a veinte de un total de 51). Así que desde Reinosa aplauden la instrucción directa que ha dado la Consejería, que insta a los institutos a prohibir el uso de los teléfonos. «Hemos eliminado el móvil del paisaje», cuenta Norberto García, director del IES Montesclaros. Y en la entrada, como en el comedor de Ogarrio, también tienen un cartel que lo recuerda.
Ni fue fácil ni fue de un día para otro. «Fue a finales de 2017 y ante la necesidad de poner freno a un uso masivo y desmesurado. En las aulas se prohibe en todos los sitios, pero veíamos que era algo incómodo en los pasillos o en el recreo tropezarte con todo el mundo mirando el móvil. Veías a cinco en el patio, uno en cada esquina, enganchados. No se jugaba al fútbol, al baloncesto, al futbolín...». Lo cuenta García, que incide en que no querían prohibir sin más. Porque sí. Hubo, de entrada, un trabajo «de argumentación». Antes de sentarse a hablar con todos los grupos de alumnos (y con las familias) se reunieron con médicos, psicólogos, sociólogos... Miopías futuras, problemas cervicales, de aislamiento, déficit en la comunicación escrita y verbal, ansiedad, falta de sueño...
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Explicaron eso a los chavales y les hicieron ver que la medida no era «contra ellos». De hecho, la norma afecta igualmente al profesorado y al personal laboral desde el primer momento. En todas las zonas comunes, en todo el instituto (los despachos, por ejemplo, son una excepción).
Empezaron ya en 2018. Tras hablar con todos y requerir el visto bueno de las familias. Los primeros tres meses, con advertencias. A partir de ahí, con sanciones, que fueron consensuadas con el teniente Martín, de la Guardia Civil (un experto en la materia que trabaja en todos estos temas con los institutos dentro del Plan Director). Si hay un móvil funcionando en un aula, se retira durante siete días. Si es en un espacio común –un pasillo, el patio...–, durante tres. No hacen «de policías», pero son serios.
«Salió mejor de lo esperado». Recuperaron el deporte en el patio, el uso de la biblioteca y redujeron «un 30% o 40% los problemas de convivencia» (casi todos venían por el móvil). Mantienen como excepción el uso pedagógico en clase para alguna actividad. Con aviso previo. Y si alguien tiene que mandar un mensaje a casa o recibir una llamada, «la secretaría está abierta».
Más de cinco años después, el director destaca que sigue siendo necesario incidir en el programa. No bajar la guardia. Con mensajes de refuerzo positivo. Con estímulos para involucrar a todos en que la medida es buena. Tanto, que las familias también adquirieron el compromiso de diseñar «espacios o tiempos libres de móviles». La mesa del comedor, las horas de estudio y la habitación del chaval a la hora de dormir. «Aunque, claro, no entramos en la casa de nadie y sabemos de la dificultad».
«Es un espacio libre, un paréntesis, a una adicción que ya es total. De hecho, ahora los centros que implantan estas medidas lo tienen más difícil porque ha aumentado y porque la contestación es mayor», explica García. Lo sabe bien. Ha ayudado a otros institutos a aplicarlo y en los que ahora andan en ello está costando mucho más. De todos modos, él mismo se ha llevado una alegría al saber que son ya una veintena. Cada uno, a su manera (en algunos la prohibición es total, en otros sí que se permite durante el recreo...). El IES Valle de Camargo, el Estelas de Corrales, el Zapatón de Torrelavega, el Valle de Piélagos o el Villajunco de Santander, entre otros. Centros de El Astillero, de Piélagos, de Laredo, de Castro Urdiales o de Cabezón. El mapa crece entre los institutos (en Primaria, aunque el problema es creciente, abarca a menos cursos –los más mayores– y tienen también normas concretas para restringir el uso).
«¿Que alguno usa la picaresca y se mete al baño o usa el teléfono cuando te das la vuelta? Pues seguro. Nosotros no pretendemos ser policías, pero el móvil, en general, está eliminado del paisaje», concluye García. Le queda por responder a una pregunta. Si usted, lector, ha llegado a leer hasta aquí seguro que también se la plantea.
–¿Cuántos móviles han retirado como sanción?
–Pues el año pasado, con 650 alumnos, no llegó a diez.
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