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La gente de Garabandal cree a pies juntillas en las apariciones de Garabandal. Los que vivieron en primera persona los sucesos extraordinarios que acontecieron entre junio de 1961 y noviembre de 1965 en esta apartada aldea de Rionansa y los que han escuchado a sus mayores cómo cuatro niñas del pueblo, que afirmaban ver al arcángel San Miguel y a la Virgen –quienes defienden la veracidad de los hechos explican que hicieron de intermediarias de María para enviar distintos mensajes a toda la humanidad–, captaron la atención de todo el mundo y pusieron en el mapa a la localidad, punto de encuentro desde entonces de peregrinos de los cinco continentes. «¿Cómo no vamos a creer si lo vivimos en primera persona?», zanja una vecina, que quiere desentenderse rápidamente del asunto. «Hablad mejor con Jacinta, que ha venido al pueblo. Ahora está en misa, pero después irá para a casa y allí atiende a todo el mundo que quiera besar el crucifijo», concluye. La persona de la que habla es Jacinta González, una de las tres videntes que aún viven. Este año –no lo hace todos, pero sí con cierta frecuencia– ha decidido dejar durante dos meses su retiro en Los Ángeles (California) para pasar unas vacaciones en el pueblo 59 años después de la última aparición.
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Vacaciones de todo menos tranquilas. Si el principal centro de encuentro de los fieles son los pinos de Garabandal, donde supuestamente se produjo el grueso de unas apariciones marianas que la Iglesia católica aún tiene en cuarentena, desde hace unas semanas compite en interés una pequeña casa de piedra y balconada típica montañesa entre las callejuelas del pueblo. La mañana ha sido ajetreada y, antes de comer, aprovecha un momento de tranquilidad para hablar con las vecinas. Ni antes ni después deja el crucifijo al que hacía referencia la señora. «¿Venís a besarlo?», pregunta Jacinta. Explica que esa reliquia es la misma que besó la Virgen en una de sus encuentros. Por eso «pienso que besarlo es una forma de que te bese María. Quien lo quiera besar, puede hacerlo».
Para la vidente, que estará en Garabandal hasta septiembre, el trasiego frente a la verja de su casa, situada a escasos 20 metros de donde nació y en la que vivía con sus padres, Simón y María, y sus seis hermanos, que formaban una familia de profundas convicciones religiosas, no es un problema:«Yo no lo veo como una molestia, lo veo ya como algo normal. Vienen a cualquier momento, gente de todo el mundo, y yo no pongo horarios. A mí lo que me importa es la fe».
A sus 75 años –tenía 12 cuando ella y sus amigas Conchita, Mari Cruz y Mari Loli experimentaron por primera vez los éxtasis celestiales–, son contadísimas las ocasiones en las que ha narrado aquellas vivencias. Jacinta hace el amago de cortar la conversación cuando se da cuenta de que está delante de dos periodistas de El Diario Montañés. Después se relaja, agradece «la sinceridad»y, al lado de su hija, que le acompaña en este retiro veraniego, esboza algún recuerdo sin profundizar en detalles.
Jacinta González
Vidente de Garabandal
«Es que tengo la sensación de que aquello no me pasó a mí, sino a otra persona. Que no fui yo la que vio a la Virgen. Quizás porque supone mucha responsabilidad. Cuando pasó todo aquello yo era una niña y no era consciente de la relevancia», señala.
El relato es casi un calco al que hizo en 2011, también a este periódico, cuando por primera vez habló de manera pública sobre aquel asunto. «Tengo la sensación de que aquello le ha pasado a otra persona. Yo era una niña y pensaba que eso (la aparición) les ocurría a todos los niños. Fue como una nebulosa. Con el paso de los años, reflexiono y casi prefiero no pensarlo. Es algo que va contigo. No recuerdo el gentío que acudió a Garabandal, quizás lo sufrieron mis padres y mis hermanos, que eran los que veían qué pasaba. Para mí todo era normal. Vi a la Virgen y al Arcángel San Miguel, pero sobre todo al Sagrado Corazón de Jesús. No puedo decir cuánto tiempo lo pude contemplar porque solo sentía aquella mirada que me ha guiado en la vida. Cuando tomo una decisión importante, vuelvo a ver aquella mirada», relataba entonces, justo en el momento en que se cumplían 50 años desde las primeras apariciones.
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Javier Barbero
La costumbre que tenía entonces la ha mantenido. Cuando vuelve a Garabandal –ahora el alcalde pedáneo es su hermano Miguel Ángel–, sube a los pinos a rezar sola. Prefiere hacerlo sin bullicios ni nadie alrededor. «Yo lo que quiero es que quien venga a Garabandal lo haga por la Virgen, no por mí». Lamenta no poder hacerlo más a menudo, pero a la vez reconoce que en California pasa más desapercibida. «Me fui porque me casé con un americano –con Jeffrey Moynihan, un hombre estadounidense que, como muchos entonces y ahora, llegó a Rionansa como peregrino y al que conoció en la puerta de su casa– y allí tengo más control sobre mi vida. Porque para mí lo primero es la felicidad de los míos. Soy feliz porque la felicidad es aceptar las cosas como vienen».
¿Allí también la reconocen? «También me conocen por los libros y por todo lo que se sabe de Garabandal en todo el mundo, pero la gente es respetuosa. Si hay tres países en los que sigue viva la llama garabandalista son Filipinas, México y Estados Unidos». De hecho, a este último se trasladaron tres de las cuatro niñas. Además de Jacinta, vivió allí Loli, ya fallecida, y Conchita, que sigue en Nueva York. La última, Mari Cruz, está en Avilés. «De vez en cuando tenemos contacto telefónico. Con la que más hablaba era con Loli y falleció. Con Mari Cruz he coincido alguna vez aquí en el pueblo, pero este año no sé si tiene intención de venir», repasa la mujer, que evita el contacto físico por miedo al covid.
La Iglesia no niega ninguno de los sucesos acontecidos en Garabandal entre 1961 y 1965. Todos los obispos de la Diócesis, entre 1961 y 1970, afirmaron «que no consta la sobrenaturalidad de dichas apariciones», según el documento oficial facilitado por el Obispado de Santander a este periódico. Ante lo que ya se presentaba como un fenómeno de masas, «de confusión y apasionamiento», y para corroborar la aseveración de sus antecesores, en diciembre de 1977 monseñor Juan Antonio del Val (obispo entre 1971 y 1991) promovió un estudio interdisciplinar para investigar con mayor profundidad este fenómeno y cuyas conclusiones fueron analizadas por la Santa Sede: «No consta la sobrenaturalidad de dichas apariciones», pero sí admitió entonces la Iglesia la celebración de la Eucaristía en Garabandal, «pero solo si se celebra en la iglesia parroquial, sin referencia a las supuestas apariciones y con la autorización del párroco actual, que goza de mi confianza», apuntaba en 2011 el obispo Vicente Jiménez.
Esta tensión entre la Diócesis y Garabandal se extiende también a las Siervas del Hogar de la Madre, una 'monjas' que ejercen como tal aunque el Obispado de Santander no las reconoce como orden, solo como una asociación pública internacional de fieles. Estas religiosas tienen su monasterio en Zurita y son las que han solicitado, a través de una fundación, permiso al Gobierno de Cantabria para construir una ermita en Garabandal. Será un templo de «culto privado», ya que la Diócesis no ha autorizado tal actividad.
«Con las siervas tengo muy buena relación de siempre», apunta Jacinta, que evita hablar sobre sus diferencias con el Obispado. «No terminan de entenderse... Como decía la Madre Teresa, 'lo difícil es lo bueno'. La vida es lucha y no va a venir todo rodado. Cada parte tiene su forma de entender las cosas. Yo ahí no me meto», concluye.
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