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No es una vuelta a casa, porque aquí ya tienen un hogar. Para siempre. Al menos en el corazón de sus familias de acogida. Los 80 niños saharauis que han pasado el verano en Cantabria a través del programa 'Vacaciones en Paz' regresan entre ... ayer y hoy a su ciudad natal, Tinduf. Dos meses que han servido para crear un vinculo irrompible. «Ya forma parte de nuestra familia», decía una de las madres de acogida.
Los primeros en partir fueron los 19 niños de la ONG Alouda. Salieron desde el pabellón exterior de La Albericia a las 16.30 horas rumbo al aeropuerto de Bilbao, donde embarcaron en un vuelo charter que les llevó hasta Argelia. Todo esto después de una emotiva despedida. Las familias fueron llegando al punto de encuentro media hora antes de la hora pactada para ir pesando los equipajes –una maleta de 25 kilos y una mochila de siete– y alargar un poco más el adiós. Un adiós que, para todos, es un hasta luego.
Lágrimas, besos, abrazos y la promesa de volver a verse. Nadie quería despedirse. Ni las familias, ni los niños. En el ambiente se notaba la tristeza de tener que separarse mezclada con la alegría de reencontrarse con sus familias biológicas. Sentimientos encontrados. Casi 20 maletas cargadas de regalos y recuerdos. Ropa, calzado, comida y objetos personales para recordar a quienes les esperan y les quieren a 1.800 kilómetros de Tinduf.
El día que llegaron
Mada Martínez
Almudena y José llegaron junto a sus dos hijos, Leila y Mateo, para despedir a Anguia, de nueve años. No es su primera vez como familia de acogida. Ya lo hicieron hace años con Maluma, la hermana de Anguia que ahora tiene 19 años y con Yumani, también de la familia. Para Anguia era la primera vez fuera de casa y apenas sabía castellano. Ahora, regresa a su campamento de Tinduf 'chapurreando' mucho. «Se ha relacionado con un montón de niños y rápidamente ha ido aprendiendo el idioma», reconoce Almudena. En su interior estaban llenos de tristeza, pero a su vez se mostraban tranquilos porque piensan repetir la experiencia con Anguia el año que viene –cada niño puede volver con la misma familia durante tres veranos consecutivos–. El martes fue su último día juntos hasta el año que viene. «Fue un día especial. Fuimos a la playa, estuvimos con la familia y los amigos, tomamos el último helado e hicimos una cena rica que terminó con una peli», contaba.
Maite tampoco se ha estrenado este verano como madre de acogida. De hecho, la despedida de ayer fue especialmente dura para ella. «Es nuestro tercer año con Yahya y ya no podremos repetir», lamentaba. Sin embargo, entiende que es un proceso que «hay que pasar» y con el que cuentas desde el principio. «Yahya vino los dos primeros años con un problema de salud y este verano ya está estupendamente, así que con eso ya me doy un canto en los dientes». Además, él mismo está deseando ver a su familia. «No hay problema porque en mayo yo fui a verle a los campamentos y espero volver a ir el año que viene», decía. El pequeño no se va con las manos vacías. En la maleta lleva ketchup, nocilla, chuches, miel, aceite, colonias, geles, juguetes y ropa y calzado para invierno. «Ahora hace mucho calor pero el invierno en Tinduf es muy frío», explicaba Maite.
Otros que también sufrieron especialmente ayer fueron Sandra y su familia, que se tuvieron que despedir de Suad por tercer verano consecutivo. La niña ya no podrá volver a su casa en Cantabria, pero ya tienen una solución preparada. «En octubre voy a ir con la ONG a los campamentos de refugiados para ayudar y me quedo en casa de la familia de Suad», adelantaba. Aunque la tristeza inundaba a toda la familia que fue a despedir a la pequeña, quien peor lo pasó fue Luna, su hermana de acogida. No se soltaron en la media hora que tardó en llegar el autobús y las lágrimas no cesaron. «Suad es mi hija para toda la vida. Esto no acaba aquí porque todas las semanas haremos videollamada», aseguraba la madre de acogida.
Quienes sí se han estrenado en esta experiencia son Diego, Mila y Marta, que despidieron a Ahmed y Dua con la esperanza de volver a verse el verano que viene.
Cuando el reloj marcó las 16.30 horas llegó el autobús y el aparcamiento se convirtió en un mar de lágrimas. Todos lloraban, nadie se libraba. Hubo quienes a llanto vivo, sobre todo los niños. «Te queremos», se escuchaba por todas partes. Desde ayer, ya son familias unidas para siempre.
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