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El día del accidente, el sacerdote Nacho Ortega (Santander, 1952) subía de camino al colegio de la Gándara (Soba), donde impartía clase de religión, cuando se enteró por la radio de su Land Rover que un avión con destino a Santander se había estrellado con ... otro y que habían fallecido varias personas. Al llegar al colegio decidió dedicar una oración a las víctimas al ser muchas de ellas de Santander. A la hora de comer, mientras estaba viendo el parte (telediario), escuchó el nombre de su hermano Antonio cuando el presentador enumeró la lista de pasajeros del avión accidentado. «Me quedé en shock, paralizado».
Entonces sin más dilación cogió su vehículo y se presentó en casa de sus padres, que estaban con otro de sus hermanos, y ya les habían informado de que tenían que personarse en Madrid para la identificación de Antonio. «Recuerdo que mi padre me dijo: 'Traeme a tu hermano'. Mi cuñada Lola, mi hermano Miguel y yo cogimos un tren nocturno que nos llevó hasta Madrid». Al llegar al aeropuerto, se encontraron a «muchos japoneses rezando en la pista de aterrizaje». Después les llevaron a un hangar donde se encontraban los cuerpos de los fallecidos «carbonizados». «Aquello era impactante». «Hay algo en la naturaleza humana que te mueve y después de ver unos cuantos cadáveres hubo uno que impactó y que creía que correspondía al de mi hermano, reconció el cinturón que llevaba». Pero el objeto que confirmó la identidad de su hermano Antonio fue una tarjeta de identificación ignífuga, «un sueño que él puso en marcha en el Colegio de Arquitectos de Cantabria».
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«Eso nos dio paz a todos porque habíamos encontrado a la persona que había fallecido trágicamente en ese accidente».
Nacho recuerda a su hermano como un «luchador, un emprendedor, supercariñoso, muy detallista y muy sencillo. Un genio de los suyo. Desde el principio dijo que quería ser arquitecto». «Recuerdo a su hijo Manolo con su madre Lola y mi hermano. Una foto preciosa, era ver todo ese futuro. El niño no había cumplido el año cuando ocurrió el accidente. No pudo disfrutar de su padre. Son cosas muy complejo».
En el ámbito profesional destaca la «originalidad» del que fuera primer decano del Colegio de Arquitectos, que da nombre junto Julio Gonzalez Azolla (también fallecido en el accidente) de un premio que concede este colectivo desde 1984. «Utilizó por primera vez el ladrillo caravista cristalizado».
Como sacerdote, Nacho está muy cerca de los enfermos y de los difuntos, de ahí que el accidente le diese una visión de la vida «muy relativista». «Aquella escena del hangar me marcó. Pero son cosas de la vida». Como prometió a su padre volvió a casa con las cenizas de su hermano.
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