Nuevos peces al calor de las aguas del Cantábrico

Por cada chapuzón en el Cantábrico que provoca comentarios como «¡el agua está buenísima!», un pez se va un poco más al norte. El cambio climático es palpable en nuestras aguas. Su calentamiento fuerza la emigración de especies de toda la vida, como el jurel o el bonito blanco, hacia las costas francesas o irlandesas, y provoca la llegada de otras que huyen de las altas temperaturas del Mediterráneo o de las costas africanas. El marlin, el pez globo o el pez limón ya se atrapan en las redes de los pesqueros cántabros, vascos, asturianos y gallegos, «lo nunca visto», cuentan desde el Centro Oceanográfico de Santander (IEO).

Entre 0,10 y 0,25 grados por década, desde los años 80. Este es el calentamiento que sufre la superficie del mar, hasta los 100 metros de profundidad, «aunque ya en los 70 comenzó este proceso, pero no hay registros de entonces», afirma Julia Polo, investigadora predoctoral del IEO, especializada en cambio climático. Agrega que las consecuencias de este subida de la temperatura «nunca habían sido tan palpables, con la redistribución de la comunidad bentónica (del fondo del mar), favoreciendo a las especies de aguas cálidas frente a las de aguas frías».

De esta manera, en las costas de Cantabria cada vez es más habitual ver peces de aguas tropicales, «como el 'lepidotrigla dieuzeidei', de la familia de los rubios, y un caso de tropicalización importante», aclara Polo. A este le acompaña el 'capros aper' o pez  jabalí, de la familia caproidae,  «especie subtropical que era rara en los 70, pero que ahora es muy común, lo cual se puede explicar por el aumento de la temperatura en el fondo y la biología de la especie», agrega la investigadora.

Polo también aclara que los avistamientos de delfines «cada vez van a ser más comunes, porque en nuestras aguas se encuentran ahora muy a gusto y es dónde más comida están encontrando», como le ocurre a la barracuda, que comenzó a aparecer hace años por Galicia y que ya está en Cantabria.

Para aquellos que discuten o incluso niegan el cambio climático, Polo apunta a los efectos antropogénicos, en los que la mano del hombre tiene sus consecuencias, y que está demostrado en numerosos artículos de publicaciones científicas: «Son los desplazamientos de los peces hacia los polos, ya que siguen su ritmo térmico, que les permite, no solo ya sobrevivir, sin también crecer de tamaño o reproducirse».

En este punto recordó lo que está sucediendo con el bocarte o anchoa, «que se espera que su número siga creciendo por la abundancia de larvas en sus áreas de desove en el Cantábrico». Pero, por lo contrario, «su peso a edad (talla) ha disminuido en las dos últimas décadas, hecho asociado al aumento de temperatura o el tamaño poblacional y la densidad, la disponibilidad de alimento y cambios en la explotación pesquera (incluyendo efectos positivos del cierre temporal de las pesquerías).

Polo afirma que «todos estos datos no hay que perderlos de vista, porque irán a más, sin duda, si no ponemos remedio. Ocurrirá como con la anguila, que está en estado crítico. Pero tampoco debe de cundir el pánico. En el Cantábrico nos adaptaremos a comer estas nuevas especies. Sí es más preocupante la situación del Mediterráneo».

La científica apunta que si alguien sabe de cambio climático y de sus consecuencias son los pescadores que cada día salen a faenar. Miguel Fernández, presidente de la Cofradía de Pescadores de Santoña, cuenta a El Diario Montañés que «llevamos años siendo conscientes de este cambio. Las aguas del Cantábrico llevan tiempo calentándose, lo que provoca que especies que antes no habíamos visto nunca estén ahora en nuestras redes».

Pone el ejemplo de lo ocurrido este martes pasado: «Pescamos un pez marlin de 22 kilos, que vendimos en la lonja de Santoña. Su carne es muy rica. Se hace muy bien en filetes, a la plancha».

Está convencido Fernández de que, «poco a poco, en las lonjas del norte se dejarán de ver especies de toda la vida. De hecho, ya ocurre con algunas, como el bonito blanco, que se ha ido hacia las costas de Francia e Irlanda. En otras, el descenso de capturas es llamativo, como con el jurel o el rape. De la cuota que nos manda Europa, de estos peces no llegamos ni al 33% de la misma».

Con todo, hace un llamamiento «a la calma». «Aún nos queda bocarte, verdel y bonito –expone–. Pero sí es cierto que cada vez en menos cantidad y se van más lejos de la costa, en busca de aguas más frías. Por contra, nos llegan peces del Mediterráneo, como la dorada africana, que está muy rica. Las especies nuevas las absorberá el mercado. El problema lo tienen los pescadores del Mediterráneo, que se van a quedar sin costeras». 

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