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Estuvimos «menos solos» los días que Teresa Cobo (Bilbao, 1965) se metía hasta la cocina para contar a los lectores cómo se hacía este periódico durante el confinamiento. Y se metía a la cocina en el sentido literal, o en el salón, o en la ... habitación infantil desde donde los periodistas se conectaban para seguir informando. Desde ese espacio de lo doméstico y más íntimo, las cartas recuperaban cada día algo colectivo que nos vinculaba, y con humor, ironía y complicidad, se convirtieron en mensajes en una botella ante la marejada de miedo al covid: «La cercanía con el lector nos hizo sentirnos menos solos», dice la autora de 'Confinados', el libro que reúne las 50 misivas publicadas y que hoy se presenta en el Ateneo de Santander.
–¿Qué sacamos al leer estas cartas ahora, dos años después?
–Sacamos perspectiva, porque entonces estábamos inmersos en plena pandemia. Los periodistas éramos los encargados de contar lo que estaba ocurriendo, pero también lo vivíamos, y a pesar de lo doloroso que era, de las muertes diarias, de las dificultades porque no estábamos en la redacción sino aislados, podemos recordar una parte positiva. Fue una etapa en la que estábamos en una especie de estado de gracia colectivo: cuando ocurre una emergencia, sacamos lo mejor como sociedad. Así que a medida que digerimos el miedo y sacamos el periódico adelante, empezamos a reírnos un poco de nosotros mismos.
–En las cartas hay humor, ironía, confesiones, ¿qué aprendizaje saca de usar la sonrisa para escribir en mitad del terror?
–Las cartas eran un diario que se escribía casi sin filtro y en ese sentido el humor fue una tabla de salvación para lo que estaba pasando, porque en algún momento había que poner distancia con lo que estábamos combatiendo. El confinamiento se alargaba y había que sacar momentos para respirar, reírnos de nosotros mismos, y también para ayudar a la gente en el encierro. Medía mucho el tono, algo que no era fácil, pero nadie recibió mal las bromas; contaba interioridades de la redacción que podían ayudar a los lectores a conocernos mejor, y, a la vez, saber cómo nos estábamos arreglando para sacar el periódico cada día.
–Siempre se escribe con el lector en mente, pero esta vez fue como invitarlos al salón de casa. ¿Cómo fue romper la cuarta pared del periódico?
–Fue un gesto de reciprocidad, porque los lectores también rompieron esa barrera: nunca nos habíamos metido tan de lleno en las casas de la gente como en la pandemia. Organizábamos el periódico por videoconferencia y todo el mundo se estaba exponiendo y abriéndose a los demás porque estábamos trabajando, pero también viviendo y sufriendo en la intimidad, aislados. Y me dije: vamos a enseñar también lo que está ocurriendo aquí, y empecé a contar lo que veía de los compañeros, de sus casas y de su experiencia, y también de la mía.
–Es curiosa esa paradoja, que cuando más distanciados hemos estado como sociedad, más adentro nos hemos metido los unos en casa de los otros...
–Esa es la idea que subyace del libro. Cuanto más separados hemos estado, el vínculo ha sido más fuerte: era una manera de buscarnos, nos echábamos de menos después de convivir tantas horas y tan estrechamente en una redacción. El espacio físico común había desaparecido para todos, también para los lectores, así que ¿dónde nos podíamos reencontrar? La fórmula fueron estas cartas, que eran como una ventana a la que nos asomábamos para vernos unos a otros, para contarnos cuando nos iba mal, para rescatar también esos momentos de alegría o de felicidad y que los lectores se animaran con nosotros. Nos sentíamos como en un patio interior de vecinos en el que estaban nuestros lectores.
Formato: A5 (148 X 210 cm), 192 páginas, 75 fotografías, 5 ilustraciones, portada de pasta dura flexible.
Autoría: Escrito por Teresa Cobo, con prólogo de Íñigo Noriega, diseño e ilustraciones de Marc González y edición gráfica de Miguel de las Cuevas.
Precio y reserva: Puede encargar su ejemplar en los puntos de venta habituales de El Diario Montañés con el cupón de reserva que se publica en el periódico. El libro cuesta 14,95 euros y estará disponible a mediados de marzo.
Presentación: El libro se presenta hoy, martes, a las 19.30 horas, en el Ateneo de Santander, con la participación de la autora, del director de El Diario y del periodista Álvaro Machín.
–Los periodistas somos (o debemos ser) invisibles, pero la intimidad en estas cartas quedó al descubierto. ¿Qué ganó el lector al ver tan de cerca lo que hacemos?
–Transparencia y naturalidad, y compartir con nosotros una situación muy difícil. Nos decían «eso también nos pasa a nosotros en casa» o «en mi barrio también se monta esa verbena»; nos agradecían esas cartas diarias con mensajes en la web de El Diario porque se sentían identificados o lograban sonreír, o se emocionaban con cosas que contaban los compañeros. Esa cercanía nos hacía sentir que no estábamos tan solos.
–¿Qué ha supuesto la pandemia para el periodismo?
–Es uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado el periodismo reciente. El covid lo transformó todo, nos obligó a cambiar nuestra manera de trabajar y a dar un gran salto en el uso de las nuevas tecnologías, meditar sobre nuestro papel frente a las redes sociales, nos ha hecho reflexionar sobre que ser el primero no siempre es un acierto, sino que es preferible contrastar a fondo aunque seas el segundo, ser siempre referencia. La gente también ha aprendido a distinguir entre periodismo y otro tipo de comunicación.
–Este es su tercer libro en tres años, ¿qué ha sido lo más difícil de 'Confinados'?
–Lo que más me ha costado es la posdata que hemos añadido para la edición del libro, porque había que recuperar de algún modo el tono de las cartas. En su momento salía solo porque el contexto estaba ahí, pero han pasado muchas cosas después, y, además de resumir, también había que medir entre el humor, sin molestar a nadie, y el relato de la tragedia.
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