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«Oigo cosas que me causan ansiedad»
Ainoa Quiñones ·
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Ainoa Quiñones ·
«A los niños les extraña verme todo el día dando vueltas de un lado para el otro hablando sin parar por el teléfono móvil»NACHO GONZÁLEZ UCELAY
Lunes, 13 de abril 2020, 10:47
Eligió el peor momento para aceptar el cargo. Pero ahí está, impávida, enfrentándose al mayor desafío de toda su carrera política desde la buhardilla de su casa, donde rebusca entre centenares de e-mails amontonados tiempo que dedicar a sus hijos. «Les extraña ... verme todo el día dando vueltas de un lado para el otro hablando por el móvil», dice la delegada del Gobierno, que sospecha que el encierro ya está dejando de parecerles un juego divertido.
A diferencia de su jefe, Pedro Sánchez, que ya se ha saltado la cuarentena dos veces, Ainoa Quiñones cree que los políticos tienen que predicar con el ejemplo.
«Estoy en casa desde que se decretó el estado de alarma», dice convincente la socialista, que sólo muestra desprecio por la libertad de movimientos que le confiere su responsabilidad. «¿Trampas? No, no. De verdad. He salido a la calle lo justo». Bien para ir a la Delegación porque su presencia lo exigía, bien para ir al supermercado porque su nevera lo suplicaba. «Nada más».
Ni falta que le hace, afirma. «Hoy en día, todo es más fácil gracias a las nuevas tecnologías», que la están permitiendo llevar a cabo su trabajo «casi» con normalidad.
Enclaustrada en una habitación de la vivienda familiar, Quiñones, que está casada y tiene dos hijos de 4 y 7 años «a los que entretiene mi marido», se pasa buena parte del día sentada frente al ordenador para responder a los correos que se le apilan en la cuenta, dar salida a todo el papeleo y asistir a videoconferencias, o colgada de un teléfono que suena sin parar.
«Recibo muchísimas llamadas». De su equipo, al que agradece «el trabajo infatigable que está realizando en estos días»; de las autoridades policiales, «de las que a veces oigo cosas que no estoy acostumbrada a oír y que me causan ansiedad»; y de representantes de colectivos que demandan su ayuda «y con los que trato de colaborar en todo lo que puedo porque, en un momento como este, me pongo en su lugar».
Todo ello le supone a Quiñones «una considerable carga tanto física como psicológica» que ahora soporta algo mejor que en los inicios de la crisis. «El comienzo fue muy duro», admite la delegada del Gobierno, que con el paso de los días ha aprendido a controlar sus emociones.
Por su bien y por el de su familia, que cada tarde, a las ocho, hace un alto en sus quehaceres para reunirse en el balcón y participar con entusiasmo en el ritual palmero en el que se ha convertido el agradecimiento popular a los soldados que luchan cuerpo a cuerpo contra el coronavirus.
Es uno de los pocos momentos que sus obligaciones permiten a Quiñones disfrutar de la compañía de su esposo y de sus hijos.
«A veces me reprochan que pase tanto tiempo al teléfono». Ellos, los niños, no su marido. «No sé, tengo la sensación de que empiezan a llevarlo mal», intuye la delegada, a la que el Covid-19 no ha infectado ningún proyecto personal, porque no tenía ninguno en ciernes, pero sí ha contaminado su bienestar personal.
«Tengo una hermana en Madrid que tuvo algo de fiebre y todos estamos pendientes de ella a través del chat familiar. Pero bueno... Nada que no le esté pasando a miles de personas, ¿verdad?».
Obsesionada con la higiene -«me desinfecto en cuanto llego a casa porque tengo pánico a contagiar a mis hijos», dice- la delegada del Gobierno cae cada noche rendida en la cama, donde la cabeza no descansa. «Me acuesto pensando en cómo puedo arreglar lo pendiente». Y el cuerpo lo hace solo a ratos. «Estoy durmiendo muy mal, pero estoy despejada».
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