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Uno debe llamar a las cosas por su nombre, ¿pero cuál es su nombre? Prueben a decir estos días la palabra exilio o la palabra huida, y sabrán por dónde va la duda. Los que estamos a este lado del papel sabemos lo que cuesta ... elegir cada término, la palabra precisa, que cantaba Silvio Rodríguez. Piensen en el tiempo que pasan para escribir un correo o un mensaje; no uno cualquiera, sino ese del que depende algo importante, ese cuya comunicación no puede caer en los dobles sentidos.
La incontinencia con la que ahora se escribe en las redes ha pulverizado ese pensar, y claro, pasa lo pasa, que la discusión que uno debería mantener consigo mismo buscando el término exacto, se lo pasa discutiendo con el otro; ese otro digital, incorpóreo, ese otro que suscita el odio al decir exilio en vez de huida; al decir detenido y no retenido, o algo peor. Vuelvo a Silvio, a su segunda estrofa en la que canta este profético 'ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora', y me atrevo a decir que algo de nuestro tiempo verbal se está borrando porque las cosas que nos suceden ya no tienen nombre, tienen otra cosa: ideología, hastag, manifestantes. Y me da igual el idioma, me da igual si el catalán o el alemán o el danés se escriben con apóstrofe o con cejilla.
Sucedió hace no tanto con la palabra tránsfuga en la política cántabra, que según quién la usara significaba algo muy distinto. Y qué decir del término feminismo, ¿acaso los que tachan este movimiento de ir contra los hombres saben lo que dice en realidad el diccionario? Lo mismo pasa con traición, con delito, con libertad. Desde el momento en que los extremos conquistan el significado de ciertos términos, ya no queda espacio para dialogar, como si unos cuantos obligaran a los demás a ocupar sus trincheras.
Esto no es nuevo, la tergiversación es tan vieja como la saliva, pero la velocidad con que se pierden los términos ahora es tan brutal, que el lenguaje empieza a parecerse a una masa pringosa, un gigantesco chicle. Uno a veces siente que se le pega en la mesa o en la pantalla del móvil la palabra legalidad, la palabra perdón. Independencia directamente se mastica al decirse; la masa pringosa, el chicle. ¿Acaso no da rabia que a uno le roben la cartera, el teléfono, la mochila? Pues imaginen la rabia que da que te roben los significados. Mi trabajo consiste en llamar a las cosas por su nombre, y a veces lo consigo, pero en esa batalla, no saben lo reconfortante que resulta encontrarse con palabras que mantienen intacto su sentido. Ojalá es una de ellas; además del título de una extraordinaria canción.
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