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Cuatro turistas en busca de agua o sombra y algún despistado que casi seguro recorría las calles por obligación. Esa era la estampa. Porque las ganas de caminar por Santander de muchos se quedaron ayer en casa, al fresco y con la persiana bajada. Y con toda la razón. Vamos, que los más listos no estaban de paseo ni de recados. No era el momento. «Es que se te quitan las ganas hasta de comer», comentaba una mujer a la altura de la Plaza del Ayuntamiento. Así que los pocos que estaban por la calle se refugiaron en el interior de algunos bares. Por eso de hidratarse bien en jornadas como la de ayer. Aunque sólo si corría el aire. Si no, ni eso. Porque sobre las dos de la tarde cada paso pesaba ya como una losa. Caminar daba hasta pereza y cargada con una mochila o cualquier otro bártulo mucho más. Ni sentarse en un banco era buen plan. Ardían.
Si es por buscar un lado positivo pues una vez en la calle, casi merecía la pena ir de compras. No por aprovechar ningún descuento o la tranquilidad, sino el aire acondicionado del que pueden presumir algunas tiendas. Una vuelta al fresquito y de nuevo al infierno en el que uno sudaba incluso quedándose quieto, no había forma de huir de esa sensación pegajosa. En algunos casos los adultos trataron de ser más disimulados con eso de quejarse del calor. Pero los más pequeños no se molestaban ni en ocultar el gesto de agotamiento y hastío de estar en la calle. Así que ayer fueron hasta silenciosos. Cómo sería la sensación que ni por los Jardines de Pereda se escuchaban críos riéndose o jugando entre ellos (que es lo más habitual). Que no, que no había ganas de hacer turismo a 40 grados. Es como ir en una sauna y, en vez de tumbarse y respirar, uno decide dar una vuelta con una sonrisa. El plan no apetecía.
Así que las calles se vaciaron por culpa del calor, de la humedad y de esa sensación térmica más parecida al aire caliente que sale del horno. Es más, en algunos tramos del Paseo Marítimo, desde la parada de autobús de Puertochico hasta el primer semáforo de Castelar, no se veían paseantes. Y los valientes trataban de taparse como podían. Valían hasta los paraguas, que por ahí no hay sombras. Porque esa fue la estrategia más elegida para avanzar.Desde los soportales, a las esquinas o los árboles. Cualquier lugar era bueno si servía para huir un poco del sol (que no del calor, eso era más difícil). ¿La espera del autobús? Pues detrás de la marquesina para utilizar la estructura de la instalación como refugio. Eso en la del Paseo de Pereda, a las 16.30 horas. Justo lo contrario que un día de lluvia.
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Algunos, además de buscar sombra, paseaban equipados: con el abanico en una mano y la botella de agua en la otra. Otros en busca de un lugar donde comprarla:«Vamos a beber agua, que no nos de un golpe de calor», pedía una madre a sus hijos mientras avanzaban, desesperados, por los Jardines de Pereda pendientes de las indicaciones del móvil para llegar al destino.
Parada para echarse agua por la cabeza, crema en la cara, coger algo de aire... Los intentos fueron muchos pero nada suficiente para evitar esas gotas de sudor en la frente y la sensación pegajosa en el resto del cuerpo. Yes que ayer el calor cambió hasta los hábitos. Si normalmente (al menos en pleno verano) en Santander hay que pelearse un poco por encontrar una mesa en la terraza –yquien dice un poco, dice armarse de paciencia– ayer no hizo falta nada de eso. Había mesas libres a tutiplén. Eso sí, claro, al sol.La opción que no quería nadie.
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