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Cuando le preguntas cómo convivirá la ideología de Vox en el Parlamento, Cristóbal Palacio (Polanco, 1970) enarca las cejas y enseguida sonríe: «Es una ideología absolutamente normal, una ideología de derechas». Y es ahí, en el salón de su casa familiar de Polanco ... donde se realiza esta entrevista, cuando sale el abogado que se ha pasado a la política y que elige la palabra como hace un candidato con su corbata antes de un debate en televisión. ¿Se considera de extrema derecha? «Eso es sólo un adjetivo que colocan al partido cada vez que se refieren a él, y es sumamente injusto», dice con el tono relajado que mantendrá durante toda la conversación, el mismo que usa para defender la unidad de España frente al privilegio de ciertas autonomías, el mismo con el que habla del último capítulo de Juego de Tronos –su preferido es Tyrion–, la serie que está viendo mientras trabaja en su bufete de abogados de Torrelavega y que compagina con los actos de campaña de partido sin estructura tradicional, más bien con cien voluntarios y mil euros de presupuesto. Están en «desventaja» y algo está fallando porque, según Palacio, «nuestro mensaje no está llegando bien». Lo que llega de Vox es otra cosa, pero tirando de palabra, y con la grabadora encendida en un salón de hace cien años, se agarra a la retórica para argumentar un programa electoral que basa sus medidas en el «liberalismo económico y valores clásicos conservadores».
Todo empezó el 3 de octubre de 2017 a las nueve de la noche, cuando el rey Felipe VI se pronunció desde su despacho en Zarzuela sobre la consulta realizada por la Generalitat de Cataluña. Ese día, Cristóbal Palacio no sólo decidió acercarse a las siglas políticas que hoy defiende como candidato al Parlamento de Cantabria, sino también a colocar la bandera que cuelga en medio de su jardín donde árboles de veinte metros de altura evidencian la antigüedad de una propiedad familiar. Hombre de costumbres, recuperó la villa que había sido de su abuela y ahí están hoy los columpios donde jugaba de niño, con el óxido y los trozos de pintura amarilla desconchada, con una antigua barra de gimnasia convertida en mástil: «Los hizo mi abuelo de tuberías viejas», dice señalándolos. Hace sol y los rosales que plantó con su mujer Lucía, también abogada, están repletos de capullos a punto de estallar. El jardín transmite paz, sin embargo, la palabra Vox lleva adherida una carga iónica, es una palabra que anticipa tormenta: «Doy la cara por Vox porque salgo en defensa de unas ideas que han sido defenestradas antes de ser examinadas», dice Cristóbal Palacio, que aspira a convertirse en diputado y que adelanta su disposición a hablar «con cualquier grupo político», a pesar de que sus adversarios en Cantabria han rechazado públicamente esa opción.
Empresas Públicas: «Mientras otros hablan de bajar impuestos, nosotros hablamos de bajar costes», dice Palacio. ¿Cómo? Apuntando las tijeras hacia las «administraciones paralelas que son las 25 empresas públicas de la región». Y cita a la Airef para cifrar «en 200 millones de euros el gasto agregado de esas empresas en la región; si los ingresos como sociedades mercantiles son 115 millones, pierden 85 millones al año». Su propuesta es centralizar servicios y evitar duplicidades en funciones: «La alternativa al funcionariado es el enchufismo y para eso tenemos las empresas públicas».
Mujer: «La violencia entre personas se soluciona con cultura, no machacando al 50% de la población, los hombres se sienten víctimas de la actual Ley de Violencia de género». La polémica suscitada tras el acuerdo en Andalucía no hace mella en el discurso de Vox: «La ley es radicalmente injusta porque establece una presunción de la culpabilidad del varón», dice. «Esta medida no ha reducido la violencia doméstica, la ha empeorado y ha provocado una conflictividad familiar brutal», dice, y propone «volver a un cauce en la que haya los mismos derechos».
Inmigración: ¿Vox se alinea con la derecha europea que representa Le Pen en Francia, Salvini en Italia, la derecha de Hungría? En la enumeración, Palacio va diciendo no, no y no. «En inmigración planteamos que se cumpla la ley, porque al permitir que entren sin papeles, lo que hacemos es despojarlos de derechos. Esto no pasa desde el Imperio Romano, que haya ciudadanos y 'libertos', es decir, ciudadanos de segunda: es un sistema perverso», dice. A su juicio, esa derecha europea son «movimientos que en cuanto se convierten en partidos de masas tienden hacia el centro».
Cultura: Palacio propone un inventario pormenorizado de bienes públicos y privados, con sus respectivos niveles de protección: «Ahora mismo no hay ningún catálogo, es el primer paso para su puesta en valor». ¿Cómo? «Creo más en la capacidad de la iniciativa privada que la pública», y cita la English Heritage, una fundación privada que se nutre también de fondos públicos para rehabilitar y dar uso a esos espacios. Tenemos que conseguir que las empresas se integren y aporten dinero, como en Italia, donde «Bulgary ha pagado la rehabilitación de la Plaza de España».
Y como si le importara más su propósito de explicar por qué defiende unas ideas que provocan chaparrones, sigue hablando de su partido: «Vox plantea ideas muy claras, con un concepto muy liberal de la economía y los derechos del individuo, y valores clásicos conservadores. Supone, como hace unos años supuso Podemos, una amenazada brutal al bipartidismo, ya que viene con vocación de sustituir al partido que se arrogaba la representación de la derecha y que ahora es de centro».
Si logra representación parlamentaria, no rechazará los fondos públicos que la legislación concede a los partidos en proporción a sus escaños, a pesar de llevar en su programa electoral una medida para eliminar las subvenciones a los partidos o a los sindicatos porque «esas subvenciones generan un negocio de economía social que sólo sirve para que vivan los que viven de ese negocio». Si rechazan el fondo, dice, les pasará lo que en estas elecciones, que mientras el resto de partidos «hacen unas campañas espléndidas, nosotros no estamos llegando al ciudadano y hemos pagado con un diputado nuestra imposibilidad de hacer 'mailing' (envío por correo de las papeletas)». Y ahí hace autocrítica. Desde que se ha metido en política ha descubierto que «lo relevante no es lo que haces y piensas, sino la información que recibe la gente sobre lo que haces y piensas». ¿Y cómo se consigue que eso llegue con nitidez? «No lo sé, porque lo estamos haciendo muy mal».
¿Qué hay detrás de Vox más allá de propuestas envueltas en banderas de España y sonadas polémicas? Con 800 afiliados en Cantabria, Vox se dedica en esta campaña a promover el discurso de un partido que llega «estigmatizado» por cuestionar ideas que parecían superadas: hablar de violencia familiar en vez de violencia machista, eliminar la Ley de Memoria Histórica, prohibir el aborto en la sanidad pública o la tenencia de armas son algunas de sus medidas. Y defiende todas. «La Ley de violencia de género es radicalmente injusta porque establece una presunción de la culpabilidad del varón, ya que considera que ante una denuncia de una mujer se le presupone culpable»; lo mismo con la tenencia de armas, un cambio en la «aplicación de la legítima defensa para que yo me pueda defender con cualquier cosa, una escopeta o un palo, con independencia de lo que tenga quien quiere agredirme en mi casa». Y así prosigue, argumentando su programa electoral a pesar de que por ese programa se les catalogue de partido «ultra o de fachas. Me encanta esa palabra», y suelta una carcajada por un término histórico que no comparte.
Todo se enmarca en una cuestión de concepto: «La izquierda ha conseguido imponer su discurso ideológico y fijar esas palabras: igualdad de género cuando es de sexo, violencia de la mujer cuando es violencia familiar, ultraderecha cuando es política de derechas», dice. «A Podemos, lo máximo que se les ha dicho es que son chavistas, pero a nosotros se nos machaca», y por segunda vez en la entrevista vuelve a referirse al partido de Pablo Iglesias como si en esa analogía residiera otra forma de definir qué es Vox, ese elemento que viene a revolver el bipartidismo sólo que desde la otra punta del campo. «Es muy atractivo intelectualmente el desafío de que esas ideas son defendibles; la idea de España, la visión liberal de la economía y la cosa pública», prosigue, porque según este abogado, que estudió en el colegio La Paz de Torrelavega y culminó su etapa universitaria en San Pablo CEU de Madrid, «el imperio de lo políticamente correcto está cortando nuestra capacidad crítica: la sociedad nos dice lo que es correcto y lo que no antes de que lo hayas pensado, y eso impide expresarte con libertad».
¿Y qué es la libertad para él? Por ejemplo que los padres «puedan elegir en qué colegio estudien sus hijos», por eso su proyecto político aboga por el cheque escolar, por instaurar un régimen de ranking para que identifique a los mejores centros como hacen en países europeos; propone igualmente «atender a ese 5% de alumnos con altas capacidades a los que ahora se despacha con un formulario e inscribiéndoles en un registro en Yedra». ¿Cree en la educación pública? Por supuesto, dice, aunque no ha estudiado en ella. Y también cree en la sanidad pública donde su prioridad es reducir las listas de espera: «La inversión millonaria para dotarnos de un hospital excepcional es trabajando a turnos, como en las fábricas, para que los quirófanos estén a pleno rendimiento». Pero eso requiere de más inversión en personal sanitario, ¿cómo lograrlo sin subir impuestos?, y ahí retoma su argumento de que «reajustar el gasto» es la mejor forma de inversión. ¿Dónde? En las empresas públicas, su caballo de batalla, y reduciendo el tamaño de la Administración: «Se tiene que regir por el principio de eficacia, y sólo tiene que intervenir para aquellas cosas que el mercado no puede hacer posible». ¿Por ejemplo? «No tiene sentido que el Gobierno invierta en empresas privadas, sólo hay que ver lo que pasó cuando los políticos administraron las cajas de ahorro, que quebraron».
«No soy un político profesional, soy un profesional que se ha metido en la política», dice. Así que sus referentes en esa nuevo ejercicio pasan por Winston Churchill, al que cita «por su capacidad de tener ideas y defenderlas, aunque el resto del mundo le dijera que estaba equivocado»; cita a Jean Monet por su empuje por una «Europa unida»; cita a Ghandi por su pacifismo y a Adolfo Suárez por su consenso sobre España. «Me gusta Felipe González desde que ha dejado de ser presidente del Gobierno; me gusta Alfonso Guerra más como persona que por sus ideas, y me encantaba Fraga, tenía un cerebro privilegiado».
No es político, pero el día que vio al Rey defender la unidad de España, se puso la 'corbata'. Desde entonces, Vox ha sacado 24 diputados al Congreso, ahora él se enfrenta a los 35 escaños del Parlamento cántabro con las encuestas en contra. «No hemos puesto ninguna línea roja, pero Revilla sí, justo él que tiene un pasado político complejo tras estar en el poder con la izquierda, con el PP, y con Franco», dice: «No me conoce, no sabe qué propongo», sin embargo tampoco sabe con qué se quedaría del actual Gobierno que preside el regionalista: «No se me ocurre nada, pero el arte de la política no es cambiarlo todo. Por ejemplo, la atención sanitaria es igual de buena con un Gobierno que con otro, el deber de un político es darle un plus de mejora a esos servicios; en un 80% se prestan igual, ese 20% es la diferencia entre un buen y un mal gestor».
Él insiste en que está abierto a dialogar con cualquiera; no obstante, a la pregunta de si se sentaría a hablar con Torra, los términos cambian: «Creo que el diálogo es bueno para todo, sin embargo, los nacionalistas catalanes están en una estrategia de confrontación y no puedes sentarte con alguien que no está dispuesto a buscar una solución constitucional sino algo rupturista».
Los rosales son su «lugar favorito»; lo de llegar a casa y mirarlas, cortar el tallo, saber que a los dos días volverá el brote, el olor: «Cualquier cosa que hagas la naturaleza la vuelve multiplicada», y pone ejemplos como cortar y que salga más césped; plantar la huerta y obtener frutos, quitar maleza y que salgan flores. «La tierra te da lo que tú trabajes», como si con ello hiciera una metáfora del discurso liberal que propone el candidato de Vox. En la finca familiar ha plantado abedules «que en invierno se quedan blancos»; en el frente, unos arces «que vuelven la calle púrpura», ha hecho el huerto y los frutales. Mira las flores de los cerezos aunque sólo duren una semana, pero su vicio son los rosales. «En vez de meterme en casa me quedo un rato ahí, con el móvil lejos, y los podo sabiendo que volverán a crecer». ¿Y por qué le gusta? «Es una actividad intrascendente, un placer que lo disfrutas por el aroma y la estética, por nada más». Y sonríe con la satisfacción de poder dedicarle parte de su tiempo a algo que no busque convencer, vencer o ganar. Sólo crecer.
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