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El verano que viví en Plymouth, conocí a un hombre que había sido marinero. Allí la mitad de sus habitantes lo ha sido y la otra mitad tiene en el mar su sustento; el físico, pero también el moral. Todos miran el mar a diario, ... como viendo en él su protección y su amenaza. Por eso, resultaba natural que casi todas las mañanas sonara la misma frase en la casa victoriana donde me alojaba. There's a storm become to happen, decía el hombre, a lo que yo interpretaba simplemente que iba a llover; entonces las palabras sólo tenían un sentido literal. En la casa, a esas horas, olía a tostadas con mantequilla, y aunque era agosto, la calefacción estaba puesta. El frío de afuera y su cielo desteñido efectivamente eran un presagio de algo, era como si las nubes grises te vigilaran al avanzar por la ciudad, impasible y silente, alrededor del puerto donde atraca nuestro ferri. Años después, la coletilla de mi anfitrión británico me sigue viniendo a la cabeza, pero la forma de presentarse ha hecho que cambie radicalmente su sentido. Incluso cuando hace sol, a veces siento eso de que there's a storm become to happen; he aquí la amenaza de que algo está a punto de suceder. Me imagino a mi británico mirando las casi doscientas cámaras que nos vigilan desde las alturas escondidas de Santander, y asumo que, como él, también invierto los términos para referirme a un presagio. Si tanto nos vigilan es que algo malo está a punto de pasar. Claro que en nombre de la seguridad, nuestro miedo se ha convertido en una excusa para estar vigilados y que incluso lo demanda; claro que aceptamos el gran ojo que anticipó George Orwell en su novela, pero temo más la tormenta que no veo y que quizá está por venir, que la amenaza verdadera que justifica tantas cámaras. Algo va a pasar. En realidad, ya está pasando.
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