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LAURA FONQUERNIE
SANTANDER.
Viernes, 18 de octubre 2019, 14:18
En 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió declarar el 17 de octubre como el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Más de veinticinco años después el título de esta fecha es todavía una meta a conseguir y una lacra en ... la sociedad. En Cantabria se estima que un cuarto de la población se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social, y más de cinco mil son las personas que reciben la renta social básica y que en muchos casos les aboca a recabar ayuda.
«Aquí me dieron una oportunidad que no pensé que podía tener». Con estas palabras agradece Abderraman Marcel la ayuda que, desde hace tres años, recibe en el centro de la Cocina Económica de Santander. Tiene 62 años y es, como él mismo se define, «argelino-francés». Nació en Argelia, allí fue campeón de boxeo con 18 años y con 21 aterrizó en España. Ha pasado tanto tiempo en la península que «casi me siento más de aquí», dice. Habla español perfectamente porque para él no integrarse en el país que te acoge «es una falta de respeto». No tiene recursos «y hay que vivir» y está en uno de los pisos de acogida que la Cocina Económica, de las Hijas de la Caridad, ofrece. Para él la gente con la que comparte ahora su tiempo es su «familia».
Abderraman comenzó su camino en España a finales de los 80. Entonces se ganaba la vida como portero de discoteca. En verano se iba a la que es la cuna de la fiesta, Ibiza, donde trabajó en salas tan conocidas como Pachá. Durante el resto del año estaba en Barcelona. Un año se vino a Santander con el mismo trabajo, pero «la vida cambia» y a veces, toca pedir ayuda. Detrás de las puertas del edificio de la Cocina Económica hay decenas de historias. Porque cada persona tiene motivos concretos para acudir y es que a veces la situación se complica. El argelino explica que encontrar trabajó dejó de ser sencillo. Para la labor que realizaba empezaban a pedir una formación que él no tenía. «Antes te contrataban porque te conocían y confiaban en ti».
Sin trabajo y recursos, hace varios años pidió ayuda en la Cocina Económica y sólo tiene palabras de agradecimiento para quienes le acogieron. «Nunca pensé que las monjas me iban a ayudar tanto», dice. Y reconoce que si no fuera por ellas quizá ahora estaría «tirado en la calle o muerto. Me han cambiado la vida». Para el argelino la acogida que recibió en este centro fue una sorpresa que no se esperaba. «Me abrieron la puerta y el corazón», añade. Algo que, añade, «no se puede describir con palabras; está aquí, en el corazón». Le dieron una oportunidad que «no pensé que tenía», dice, y por eso se enorgullece y les da las gracias. Todo el mundo tiene un pasado, pero él ahora sólo piensa «en el presente, en vivir el día».
Según el informe anual de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, Cantabria es una de las regiones con peores cifras de población en riesgo de exclusión social si se comparan con las de provincias limítrofes. La región registra hasta un 25% de población en situación de sufrir carencias serias. Este dato impacta más si se concreta en que uno de cada cuatro cántabros tienen dificultades para llegar a fin de mes, no disponen de dinero para permitirse un vehículo propio, no pueden pagar la hipoteca o el alquiler o poner la calefacción. En total, hasta 145.000 cántabros sufren riesgo de pobreza o exclusión social. Lo peor de este dato es que suponen hasta 27.000 personas más que el año anterior (2017).
Raquel es de Santoña. Cuando era joven tuvo un hijo que dejó a cargo de su hermana porque ella tenía que solucionar sus problemas con las drogas. Entonces decidió trasladarse a Santander, donde vivió varios años de alquiler en un piso. Allí pagaba siempre sus gastos y facturas. Porque «nunca tuve tantos problemas de dinero». Hace unos meses su hijo se vino a vivir con ella, pero su actitud no gustó a la casera, que les echó. Él, que tenía problemas de sordera y, además, «se había juntado con gente que no le convenía», sacaba su agresividad con su madre. Sin un techo en el que resguardarse, Raquel y su hijo durmieron dos noches en un cajero «y cuatro días en un albergue», una situación insostenible que les obligó a buscar una alternativa.
«Era pobre y vine con él a pedir ayuda a la Cocina Económica». Para ella, entrar aquí supuso un gran cambio aunque su hijo falleció hace dos meses por una parada cardíaca. Raquel dice que «está bien», que hablar le ayuda a expresar lo que siente y que en el centro «me quieren mucho». Tanto que «me piden que no me marche». Participa en todos los talleres que organizan en el lugar. Es más, hay uno que lo da ella.
Enseña al resto de personas con las que comparte espacio a «hacer flores con papeles de colores». Detalles que ahora decoran algunas de las estancias. También ayuda en las cocinas. Colabora tanto que «parece que trabajo aquí», comenta entre risas. Incluso ha vendido unas pulseras elaboradas por ella misma y con las que se ha sacado un poco de dinero. «No puedo decir que no tengo un duro porque no es así», añade. Le sirve para ahorrar para, en un futuro, poder volver a alquilar un piso.
Marcel Chiclla es de Perú y ha trabajado siempre como albañil. Lleva ya diez años viviendo en Santander. Cuando el trabajo escaseaba en España emigró a Francia para intentar buscarse allí la vida. Y lo hizo. Pero tuvo un accidente laboral que le complicó volver a encontrar un trabajo. Entonces regresó a España, pero la situación aquí no mejoró. Llegó un momento en el que «no tenía a donde ir», apunta. Vive desde hace tres meses en el centro de la Cocina Económica. Tiene una habitación independiente con un baño. Y dice que las personas con las que comparte su vida allí son «una familia» y que, por su forma de ser, siempre intenta acercarse a «personas positivas» porque le alegra tenerlos cerca. «Estar aquí es una oportunidad», añade. Su día a día es sencillo. A las 08.30 horas se levanta y va a desayunar. Después aprovecha para ir a los talleres que organizan y lo hace hasta las 12.30 horas. Y por las tardes continúa formándose: «Estudio asignaturas como matemáticas o lengua» porque «nunca es tarde para aprender».
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