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La carretera que separa la playa de Berria del pueblo es una recta de dos kilómetros. Un coche solitario se acerca a lo lejos mientras un grupo de cinco ancianos cruza el paso de cebra. Son las once de la mañana, las persianas de las ... casas de veraneo están cerradas y sólo se escucha el rumor de pies que arrastran las suelas, las ruedas de un andador salvando la acera, la voz de una mujer guía.
«Yo puedo, no te preocupes», dice Carmen Arbaiza cuando llega al otro lado de la calzada y la hendidura de un desagüe le obliga a elevar el andador. Tiene 87 años y saluda a la cámara con la mano cuando se detiene a tomar aire. Aún no lo ven. Sólo está el ruido que desde su habitación de la Residencia Santa Ana los últimos meses solo era un murmullo, ese ruido que ahora sabe a yodo y que lo adornan las gaviotas con su graznido. El sendero sigue por una pasarela de madera que asciende sobre la arena entre quioscos de helado abandonados y arbustos secos. Las ruedas de los andadores traquetean lentas sobre las maderas, y cuando se abre el horizonte de Berria, se detienen. Silencio. El viento del mar les hace cerrar los párpados, les mueve el pelo, les toca con su frío la cara como si no llevaran mascarilla. Los ojos de Mauricio Pérez, pegado a Carmen Arbaiza y su andador, no dan abasto. Por fin el paisaje completo, no limitado por los vanos de una ventana. Al fin han salido.
«Estaba deseándolo», dice María Rosario Pérez, sentada al sol en un banco como una conquistadora con los ojos pintados. Ella fue una de las primeras en disfrutar de esa 'nueva normalidad' que la residencia de Santoña ha facilitado para algunos usuarios tras la inmunización del centro. «Al salir me dieron muchas ganas de llorar, ha sido una emoción demasiado grande: de verdad, yo no pensaba que iba a volver a salir. Nos hemos visto muy encerradas y nos ha faltado poco para enloquecer». Si no lo ha hecho, enloquecer, ha sido gracias a 'Fortunata y Jacinta': «Lo he leído dos veces durante el confinamiento, la lectura me ha salvado porque he tenido momentos muy difíciles al verme encerrada entre cuatro paredes».
La mañana que estrenan esa pequeña conquista de su libertad luce el sol en Berria. Los surfistas locales se quitan los neoprenos, dan parafina a las tablas y saludan a los ancianos que regresan hacia el parque donde está el resto: «¡Hacía mucho que no os veíamos!», dice uno de ellos, aún con el pelo chorreando. Parece que verlos pasear alumbra una nueva etapa para todos, pero desde la dirección de la residencia aún no hablan de normalidad: «Nuestra situación es particular porque hubo un brote en diciembre y luego encadenamos con la vacuna: sólo teníamos una visita semanal y en casos necesarios», dice su directora, Araceli Castillo. «Los residentes van a notar el cambio porque vamos a retomar la normalidad que teníamos en junio, no solo estas salidas en grupo a la playa, sino otra vez tres visitas semanales», avanza.
Aunque la normativa sigue siendo la misma para las residencias, existe sin embargo una impresión subjetiva de que algo ha cambiado entre la inmunización y la desescalada comunitaria. ¿Es el momento de dar un respiro a los mayores? Mientras el Círculo Empresarial de Atención a las Personas (CEAPs) pedía la pasada semana a las administraciones «elaborar protocolos humanizados que eviten el deterioro cognitivo y físico que provoca el aislamiento», desde las residencias mantienen el nivel de alerta al tiempo que hacen equilibrios entre todas las acepciones que tiene la palabra cuidar: «¿Podemos garantizar con los recursos que tenemos la seguridad de los usuarios y a la vez llevar a cabo protocolos más humanizados? Ahora no», dice la directora ejecutiva del Grupo Pro Maiorem, Julia Gurruchaga. «Ahora todos los esfuerzos están volcados en garantizar la seguridad; no te la puedes jugar, ganas de mejorar e innovar tenemos todos, pero también tenemos mucho miedo al covid».
Aún así, los cambios están llegando por goteo en muchos de los centros. «La llegada de la vacuna abre un nuevo escenario, sin duda. De hecho, su efecto ya ha comenzado a notarse en los centros, pero tenemos que darnos un tiempo prudencial», dice la consejera de Políticas Sociales, Ana Belén Álvarez, que pone fecha y condiciones a esa modificación del protocolo que facilite la convivencia de los mayores: «Nos planteamos relajar las medidas, pero una vez que la segunda dosis de la vacuna tenga plena efectividad y tras evaluar a mediados de marzo la situación con los informes pertinentes de Salud Pública». Hasta entonces, «las normas son claras», como explica Gema de la Concha, presidenta de Lares Cantabria y gerente de San Cándido. «No se han hecho cambios, las visitas siguen como estaban porque tenemos la limitación de ocupación de un tercio del espacio», dice. Pero en esa restrictiva normalidad con la que conviven, hay un resquicio por el que se cuela una pequeña conquista; desde esta semana han vuelto a dar la comunión a los usuarios en las habitaciones. «Con la pandemia hubo que suspender las misas, los residentes entonces veían misa por televisión y recibían la comunión en la habitación, pero también eso se prohibió». Hasta ahora.
¿Se puede hablar de nueva etapa? Desde le CAD de Cueto, Nicolás Peña enumera los avances con los dedos de una mano, como el resto de sus colegas consultados por este periódico: «Estamos empezando a unificar a aquellos usuarios que hasta ahora comían solos en su habitación y les estamos llevando al comedor, ya en compañía», dice, sin dejar de mencionar las actividades grupales de estimulación cognitiva y de fisioterapia que han reiniciado: «Las lúdicas son las que siguen aparte».
Rubén Otero, al frente del Grupo Calidad en Dependencia, advierte de que «la vacunación completa supone poco cambio en el funcionamiento actual del centro, pero en lo que sí se producirá algún cambio es en el número y duración de las visitas que se irán incrementando paulatinamente». Eso sí, matiza, «el resto de modificaciones que han sufrido los centros residenciales permanecerán inalterados hasta que desde Sanidad o Políticas Sociales se nos notifique lo contrario». En su caso, el cambio lo experimentan los propios trabajadores, y también ellos cogen aire ya que, desde esta semana, «han dejado de utilizar los EPI completos de doble mascarilla y pantalla, la próxima quitaremos la FFP2 y se quedarán sólo con la quirúrgica».
Desde Santoña, donde diciembre está demasiado cerca como para olvidar el brote y sus efectos en la residencia, su gerente, Óscar López, perfila la actitud: «Tenemos que intentar convivir con la necesidad que tenemos de salir a la calle y que todo siga rodando, con la protección y el cuidado», dice, «retomar nuestra vida con la comunidad y dejar de ser una isla, que es lo que hemos intentado ser hasta ahora». Una isla rodeada de mar en la que, esta semana, un paso de cebra se ha convertido en un puente.
«Publicaremos un nuevo protocolo que flexibilice los actuales requisitos, que favorezca lo más posible el contacto social, que amplíe el marco de visitas, de salidas y también las propias dinámicas de las residencias con la ampliación de los grupos burbuja y la recuperación de ciertas actividades», dice la consejera de Políticas Sociales, Ana Belén Álvarez. «En este proceso de desescalada también hay que contar con los propios centros porque también ellos necesitan un periodo para adaptarse a los cambios e informar a las familias. Nuestro deseo es que pueda entrar en vigor en la segunda quincena de marzo».
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