![El permafrost de la UIMP](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201812/16/media/cortadas/uimp-kvpD-U601899218103mgB-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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El relevo, es un decir, al frente de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo –ese lúdico y cantarín 'quítate tú pa' ponerme yo'– es en esencia una medida ajena, un sorpasso banal que solo inocula ese doctorado político, máster en gestión oportunista y créditos para el ... cargo lucido. Pero, ¿y la identidad de la Universidad? ¿Dónde se encuentra al borde de 2019 esa manipulada, malentendida y usada etiqueta de «universidad de universidades»? En el ala oeste de la Magdalena-Manderley hace mucho tiempo que no se asoma vigilante ninguna Danvers, no hay más fuego pasional que el de algún titular azaroso y Rebeca prefiere dormitar en algún tres estrellas cercano.
El permafrost, ya saben, esa capa congelada, no siempre visible, caracteriza ahora a la institución académica octogenaria. Como la leyenda de un Walt Disney criogenizado, la UIMP se mantiene a la espera del despertar al siglo XXI. Lo demás es melancolía. El aturdimiento, la monótona tendencia a mecerse en las mareas que azota la península se han apoderado del embrujo que habitaba en Palacio, con exclusivas como fantasmas, intelectuales poseídos que descifraban el mundo y debates salidos de un cuento de Lovecraft. Lo de ahora, es esa superficie deslumbrante pero falsa, resbalizada y líquida, que diría Bauman tras su paso por los Martes.
Al contrario de esa excelente novela de Eva Baltasar, el frío del permafrost ha dejado a la UIMP en estado expectante pero manipulable, sin saber si revelar del todo sus carencias e indecisiones, o buscar el disfraz de alquiler más efectista y alérgico a las tintorerías del rigor. En la citada novela su autora destina lenguaje, forma, narración y hechos cotidianos para agitar e interrogar, preguntarse, conmover y pensar. ¿Acaso no son esas las funciones que debe practicar una universidad que hace de la actualidad una asignatura, de los problemas más acuciantes, su materia viva, y de la inmersión en síntomas, señales y espejismos, su fluido de máster? Pero la uniformidad de los formatos, la falta de riesgo y la cultura de la cifra hace ya tiempo que han dejado su agenda a la intemperie, sujeta al número de alumnos y esclavizada por las exigencias de los patrocinadores, más un programa uniformado por la presencia recurrente de todo tipo de administraciones.
El problema es que los rectores no se conforman con serlo, sino que ejercen de sherpas de sus respectivas servidumbres a adscripciones políticas y simpáticas amistades cómplices. Es el rector el que debe amoldarse con personalidad al sello UIMP, y no al revés. En los últimos tiempos ha habido más reinos de taifas que gestores fértiles. La UIMP es la que, por encima de mandatarios de la cosa nombrados por el fórceps administrativo-político, debe modelar y sembrar las ideas huérfanas, los mundos novedosos y los territorios desatendidos. La UIMP no es un panteón de hombres ilustres. Tampoco un sarcófago de faraones con currículos invasivos. El permafrost la mantiene en un estatismo preocupante pero cómodo, muy cómodo. Ernest Lluch, que denunció «el amonal ideológico», lo que le costó la vida, sabía que unas dosis de provocación intelectual puntuales eran capaces de sanar el virus de la misantropía.
Primera rectora. Nueva etapa. Ojalá la ecuación sirva para sacar a la Universidad del frasco de formol donde se conserva –claro–, aunque inerte, a la espera de una señal de vida. Como dijo Borges, que la UIMP «de su debilidad, obtenga esa fuerza que nunca la abandone».
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