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Detrás de las cifras que deja a diario la guerra en Europa del Este, se esconden miles de historias. Porque cada número es una persona que para huir de las bombas rusas se ha visto obligada a abandonar Ucrania y buscarse la vida para desplazarse a otro país donde poder ponerse a salvo. Para responder a esa necesidad, un grupo de cinco cántabros viajó la semana pasada hasta la frontera polaca y recogió a 17 refugiados ucranianos repartidos en tres furgonetas que llegaron a la región el lunes por la noche. De ellos siete descansan ya en Cantabria, entre Ampuero y Santander, mientras que el resto se quedaron en el País Vasco.
El trayecto de 5.600 kilómetros hecho en apenas cinco días es «una barbaridad». Los voluntarios «estamos exhaustos, pero contentos», cuenta Nacho López, uno de los vecinos de Santander que el jueves pasado decidió ponerse en marcha para echar una mano en el conflicto. «Tomamos la decisión por la urgencia de la situación», resume. No había tiempo para pensar, pero sí muchas cosas que hacer. Así que se echaron a la carretera y gracias a la solidaridad de otro grupo de Logroño pudieron salir de Villanueva de Villaescusa rumbo a Polonia cargados con alimentos y productos sanitarios. Un suministro que consiguieron introducir en Ucrania a través del contacto con gente que reside en el país. Porque esa es la manera de asegurar que las cosas llegan allí donde ahora mismo más urgen.
«En menos de dos días llegamos con dos vehículos hasta Cracovia, la tercera furgoneta fue a la frontera entre Polonia y Ucrania», añade López. Antes de partir ya estaba organizado a quién debían recoger y eso hicieron. A pesar de que en Polonia, como país miembro de la OTAN, no hay guerra, conforme se acercaron a la frontera «aumentaba la tensión porque van desapareciendo la gente y los coches». Y se empiezan a ver camiones militares como si su presencia fuera lo más habitual, que se encargan de dibujar un panorama de conflicto.
¿Y que se encontraron al llegar? Para contestar a la pregunta le sobran casi las palabras: «Un drama». Porque cada persona que recogen y suben a la furgoneta es «como tú y como yo», recuerda López. Familias -en su mayoría mujeres y niños- que hasta hace apenas dos días tenían una vida hecha y ahora ya no tienen nada». Todo se ha borrado de un plumazo y han salido de su país con poco más que lo puesto, dejando inmersos en el conflicto a familiares y amigos. Entre los 17 que han recogido en este viaje, había un menor de 14 años que estaba «hecho polvo», señala López. Con las mujeres la situación vivida en las furgonetas fue de «auténtica incertidumbre» porque ellas no sabían con quién se estaban juntando y podían pensar «si éramos integrantes de una mafia o pretendíamos hacerles algo».
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La decisión de partir hacia Polonia nació como una «iniciativa privada», explica López encantado con el plan porque, a pesar de haber hecho «un esfuerzo muy grande», han conseguido «cumplir el objetivo» de traer varias familias. Y eso es suficiente. Es más, con las prisas, los nervios y lo delicado de la situación, calcularon mal las plazas y terminaron haciendo el viaje de vuelta con más gente de la prevista. En la estación de Cracovia recogieron a una mujer ucraniana que viajaba junto a su bebé de apenas un año y dos meses. Ella trataba de llegar a España para ponerse en contacto con una hermana que reside en Ampuero. Así que los cántabros se convirtieron en su medio de transporte y su vía de escape. «Estaba sola, le hemos salvado la vida», dice.
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No solo a ella, probablemente también al resto de niños que han traído. Por eso López entiende que estos desplazamientos están siendo una «labor importante», pero no debe quedarse ahí. Lo fundamental es que, una vez en España, se les ofrezca una acogida «digna y estable» con alojamientos que no sean temporales porque el conflicto «no se va a terminar mañana».
En este sentido, el grupo de voluntarios apela al papel que deben jugar las diferentes administraciones para que se encarguen de darles ese techo. Teniendo siempre en cuenta un punto fundamental y es que las personas refugiadas «vienen en grupos familiares y en los alojamientos hay que mantenerlos» para que su llegada resulte más sencilla, cómoda, fácil. Algo que será complicado en viviendas particulares. Una opción que, por otro lado, requiere también «mucho compromiso», añade López.
El cántabro subraya además que el idioma ha sido un «serio problema» para comunicarse con ellos porque tampoco era posible entenderse en inglés.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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