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Observado bajo el microscopio, el virus maligno no es feo. En las recreaciones que conocemos es hasta bonito. Parece un microplaneta como los que dibujó Antoine de Saint-Exupery en 'El Principito', pero invisible para el ojo humano, como todo lo esencial, que diría el zorro de su famoso relato. Recuerda a un minúsculo cuerpo celeste con arbolillos dispuestos como en un alfiletero. SARS-CoV-2 suena incluso a nombre de asteroide, como el B-612 del que procedía el principito. Esos microbios actúan como naves tripuladas que han invadido nuestro planeta. Y no hemos hallado por ahora mejor defensa que el confinamiento. Gracias a la resistencia, el ejército del mal ha comenzado a replegarse. Pero la batalla no admite tregua. Después de 24 horas con cero muertes en Cantabria, hemos sufrido nueve en las siguientes.
Vista desde un telescopio, la Tierra tampoco había estado tan bonita desde hacía siglos. La reducción de las emisiones contaminantes por la caída del tráfico aéreo y rodado y por el cierre de industrias ha despejado la atmósfera de dióxido de nitrógeno. Los instrumentos ópticos de los satélites nos devuelven la imagen de un planeta azul rejuvenecido, como recién salido de un tratamiento reparador para eliminar esas nocivas manchas de la cara.
No hay mal que por bien no venga. Y debemos aprovecharlo. La lluvia ha regresado detrás de la ventana. Pero este fin de semana hubo ahí fuera cielos despejados y viento sur. Salí a esa parte de mi balcón que pretende ser terraza para tomar un poco el sol. ¡Qué momento! Nunca había estado tirada en la hamaca con tal sensación de ventaja, con un aire tan limpio y con tanta paz. Tengan en cuenta que vivo en una zona de tráfico intenso, cerca de una fábrica humeante y rodeada de grandes almacenes y pequeños negocios. Ahora todo está cerrado o semiparado. Ni siquiera pasan los aviones. Importante en un ático. Percibo trinos, gorjeos y graznidos. Tampoco pretendo que sea perfecto. Oigo de fondo la autovía y me sorprende que la circulación sea todavía tan constante.
Tenemos que cuidarnos, y eso incluye, aparte de hacer ejercicio y de mantener el buen humor, que nos dé un poco la luz solar, aunque sea en la ventana o en el balcón. Lo necesitan nuestros huesos. Al abominable bicho de las fiebres no le gustan esos rayos que resultan tan benefactores si no se abusa de ellos. Investigaciones recientes apuntan a que una carencia de vitamina D puede empeorar la respuesta inmunitaria frente al Covid-19. Cada vez tenemos más información sobre el enemigo. Científicos de China y de EE UU han advertido de que el patógeno puede contagiarse también por aerosoles, mezclado con gotitas tan minúsculas que pueden permanecer suspendidas en el aire durante horas, con el riesgo de que las inhales sin necesidad de que te las escupan.
Los periodistas de El Diario Montañés que salen a la calle en misión informativa se protegen cada vez más. Si entran en lugares donde el bicho ya ha atacado, acaban disfrazados con atuendos a medio camino entre el de cocinero y el de astronauta. En nuestros pequeños planetas domésticos, cada cual libra su propia batalla. Cambia la película si se dispone de terreno, huerta, jardín, patio o terraza. Pero la diferencia abismal está en si te toca o no lidiar con niños. Los compañeros con críos tienen una nueva fantasía: regresar a la Redacción. ¡Quién se lo iba a decir cuando suspiraban por salir! «No veo el momento de volver», confiesa Jesús Lastra. El fervor materno y paternofilial no da para las 24 horas de cada día, y ya llevamos 22 de reclusión.
Ana del Castillo se sincera. «Soy muy casera y aquí tengo todo lo que necesito: a mi marido, a los nenes y chocolate». Pero ya padece hasta de lumbago. Roi, conocido en casa como Bichobola, «está en la fase de meto los dedos en enchufes, como canicas y todo lo que encuentre por el suelo y me subo a todo lo que alcance». A Aitana, de 5 años, le pesa tanta cuarentena. «Está sensible, llora con facilidad, echa de menos el cole, a su prima del alma...». De esa edad es el hijo del fotoperiodista Javier Cotera. Tenerlo al lado es como respirar en pleno campo. Sosiega. Me refiero al padre. Quizá por eso, y porque tira mucho de una terraza hermosa, lo del niño en casa lo lleva bien. Pero tiene síndrome de abstinencia de abrazos. «Yo soy de mucho abrazar, y tengo cantidad de ellos pendientes por diferentes causas».
El coleccionista de abrazos es otro arquetipo del confinamiento. De los buenos. En cambio hay una variante muy dañina del incumplidor: el incendiario oportunista que sale a prender fuego al monte cuando sopla el viento sur. Queman los bosques, y algunos de ustedes saben quiénes son. Acabo con la misma frase de ayer. Ahora que hay tanto censor y delator, ahí tienen en qué concentrar su vigilancia.
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