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Un buzo alimenta a mano a los diferentes ejemplares de especies autóctonas del Mar Cantábrico que habitan en el gran tanque del Museo Marítimo. Foto: Daniel Pedriza | Vídeo: Pablo Bermúdez

En las profundidades del Museo Marítimo

Un equipo de sesenta personas trabaja para mantener vivo un centro expositivo que se ha convertido en el más visitado de la capital cántabra

José Carlos Rojo

Santander

Lunes, 3 de febrero 2025, 07:11

Es martes por la mañana, uno de los tres días a la semana en que un buzo se introduce en el gran tanque del Museo Marítimo del Cantábrico para alimentar a los peces a mano. El técnico se enfunda el neopreno y los arneses, las gafas y unos guantes de malla porque los tiburones grises pueden llevarle una mano. Accede al interior por la gran pirámide acristalada que preside la plaza de entrada al centro. Se sumerge con un cubo repleto de pescado muerto y, uno a uno, va ofreciendo alimento a diferentes animales. Muchos responden frenéticos y nadan desbocados para probar bocado. Es una de esas labores menos conocidas, pero de lo más curiosas, y que desempeñan cerca de sesenta trabajadores para mantener vivo un centro que se ha consolidado en los últimos años como el más visitado de la capital cántabra.

Hay un día a la semana que se reserva para acometer muchos de estos quehaceres que pasan desapercibidos al gran público:los lunes. Justo cuando el Museo se cierra a las visitas para realizar tareas de mantenimiento. Llega el momento de limpiar, de conservar, de estudiar, de clasificar, de archivar e investigar... «Aquí hacemos muchas cosas. Desde el trabajo veterinario con los animales hasta el de catalogación y almacenamiento de nuevos fondos o la gestión de los intercambios de ejemplares vivos, por ejemplo», comenta Lucía Fernández, directora del Museo.

Precisamente hay ahora mismo dos hembras de raya látigo o pastinaca recién llegadas a Santander, todavía en cuarentena, apartadas en un acuario más pequeño, a la espera de entrar al gran tanque donde van a protagonizar una peculiar historia de amor. Allí aguarda un macho de la misma especie, que habita el fondo marino y que está solo en medio de esa comunidad peculiar de peces de todos los tamaños y condiciones a la espera de una hembra con la que procrear.

Resulta sorprendente ver la armonía con la que todos esos animales nadan en relativa calma, respetándose. Sobre todo, teniendo en cuenta que son cerca de mil. «Las hembras están aclimatándose, y dentro de un tiempo las introduciremos en el tanque para ver si tenemos suerte y procrean», explica la directora.

Las claves

  • Vigilancia Los biólogos y veterinarios velan porque el agua del gran tanque esté en las mejores condiciones y libre de infecciones

  • Medusario En 2022 se inauguró un laboratorio para la cría de estos animales y para la conservación de los huevos de otros peces

La marea de peces vuelve a revolucionarse y nada en círculos alrededor del buzo porque, en una segunda sesión de su inmersión, se deja caer hasta las profundidades con un cubo cargado de peces troceados. La marabunta revuelve el agua en remolinos y el alimento se mezcla con los cuerpos escurridizos y las burbujas de agua en una imagen caótica que, sin embargo, es casi una rutina en el Museo.

Mantener un espacio vivo de estas características requiere un trabajo ingente. Cualquiera que tenga un pequeño acuario en casa conoce los cuidados que demanda:medición del PHdel agua, temperatura, microorganismos, plagas, etc. «Aquí tomamos muestras diarias para comprobar la calidad del agua. Lo analizamos en nuestros laboratorios y estamos atentas a cualquier problema», explica Lourdes González, bióloga conservadora y subdirectora del Museo.

Es agua marina, tomada de la bahía de Santander, que pasa un filtrado continuo. Se analiza el PH, la salinidad, el oxígeno, los nitritos, los nitratos, los fosfatos, los silicatos, se realizan analíticas microbiológicas, etc. Cualquier descuido podría abrir la puerta a una posible infección que podría resultar fatal para la mayoría de la población del tanque, en la que hay tiburones grises, lubinas, merluzas, rodaballos, musolas, pintarrojas, alitanes, doradas, lubinas, jargos, corbinas, rayas, lenguados, mules, una morena... Todos conviven sin apenas conflictos en un espacio relativamente limitado.

«Lo que hemos tenido a veces han sido problemas con alguno de los ejemplares que hemos cedido a otros centros. Hay veces en que puede haber problemas con eso», detalla la directora, que también pone énfasis en toda la labor de investigación que se realiza en el Museo y que también abarca a la vertiente más histórica con el muestrario de lo inerte. Esto es, los ejemplares muertos conservados en formol, como la histórica sardina de dos cabezas que lleva décadas asombrando a los escolares, o los documentos, réplicas de buques y maquetas relacionadas con el mundo náutico que constituyen otro punto importante del espacio expositivo en la planta superior.

Un equipo de 60 personas trabaja para mantener vivo un centro expositivo que se ha convertido en el más visitado de la capital cántabra. Daniel Pedriza

En sendos almacenes los trabajadores del centro archivan y catalogan los fondos que no están expuestos. Algunos de ellos, cuando estén listos, pasarán a integrar la parte expositiva;otros sencillamente se guardan porque el Museo no sólo funciona como muestrario sino como custodio de la Historia.

Criadero de medusas

El laboratorio de medusas se inauguró en abril de 2022 y desde entonces se han criado cientos de estos animales en una instalación muy particular, unos tambores transparentes similares a los de una lavadora, que mantienen una corriente de agua circular constante. Algo fundamental para el desarrollo de unos animales acostumbrados a dejarse llevar por las corrientes. Ahí se crían varias especies de medusa para estudio y divulgación. Un ámbito, el investigador, para el que el Museo también ha estrechado lazos con la Universidad de Cantabria. Por ejemplo, para un proyecto que tiene que ver con la construcción de arrecifes artificiales con tecnología en tres dimensiones.

En ese mismo laboratorio aguardan también los huevos de otros peces, como los dos de tiburón que ahora pueden verse. Son medidas de seguridad que se adoptan cuando los ejemplares procrean en el gran tanque. Así se evita que otras especies conviertan los huevos en su alimento. Ya ha sucedido en el pasado porque a las doradas les encantan los huevos. Los devoran. Por eso, los buzos y los biólogos tienen cien ojos puestos en el tanque. Es, una vez más, parte de todo ese trabajo que no se ve, pero que resulta esencial para que el Museo Marítimo continúe vivo.

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